domingo, 26 de enero de 2014

El canto del gallo


Una de las cosas que tiene el trabajar fuera de la ciudad es que uno puede escuchar los ruidos del campo. Donde estoy ahora puedo escuchar el correr del río, bandadas de loros, una que otra ave que no identifico y el canto de los gallos.

Todas las mañanas, y hasta antes del mediodía, escucho a un gallo que canta en las cercanías, cosa que no me molesta, por lo demás. El problema es que cuando el gallo se le ocurre cantar en la madrugada, despierta a los pobres que vienen de la ciudad y que no saben qué hacer para callarlo, ya que en esta zona está prohibida la caza y no se ve bien a alguien saliendo a esas horas en pijama y portando una escopeta.
El suplicio empieza a eso de las tres de la mañana, cuando uno duerme a pierna suelta, totalmente olvidado del trabajo y las tareas pendientes. De pronto un gallo empieza a cantar con voz potente. Otro gallo, más lejano, le contesta con un kikikiiii. Por alguna razón, los gallos de esta comarca no hacen quiquiriquí, como nos han enseñado desde la escuela. Hacen kikikiiii, lo que tal vez es el dialecto gallero usado por aquí. Los libros de escuela y las enciclopedias europeas también nos han mentido sobre eso de que los gallos cantan antes del amanecer. Los gallos en realidad cantan a la hora que quieren, y siempre tienen un gallo en las cercanías que les hace la competencia, o tal vez es un torneo de canto en toda regla, ya que nunca cantan dos gallos al mismo tiempo, como si la educación y cortesía entre tales animales impidiera interrumpir a un gallo cuando está cantando.

Algunos de mis compañeros ya se han acostumbrado y le hacen tanto caso al canto del gallo como los borrachos de la ciudad le hacen caso al canto de los ruiseñores al amanecer cuando regresan de una fiesta. Yo no me cuento entre ellos y me quedo en la madrugada maldiciendo mi sueño ligero y preguntándome qué noticia tan importante tienen los gallos que contarse como para estar conversando a estas horas.
A la mañana siguiente, tomo un tiempo para buscar al dueño del gallo para tratar de convencerlo de que programe su gallo para que cante a otra hora, debe tener una perilla, un temporizador o algo que pueda setear para que cante a una hora decente. Ya que mi idea no tiene efecto, ya que el gallo en cuestión parece tener una programación de fábrica que no se puede modificar, le deslizo la idea de poner un aviso que diga algo así como: “Cambio gallo que canta a las 3 a.m. por uno que cante a las 6:30 a.m.”. Al no tener acogida tampoco esta idea, expreso mi gran deseo de tomar una sopita de gallo uno de estos días si es que la situación sigue como hasta ahora. Otro error, pues el señor me explica que este gallo en especial es al parecer un Brad Pitt entre las gallinas, y que si le pasa algo, se declaran en huelga y ya no ponen más huevos. Vista la imposibilidad de cambiar la situación, me pongo a sacar cuentas: Este gallo es el engreído de las gallinas, vive tranquilo sin miedo al cuchillo del cocinero, puede cantar a la hora que quiera y vive feliz. Si yo estuviera en su posición, pienso, también estaría cantando y contándole mis hazañas por la madrugada a todo el vecindario.

Justo en ese momento aparece el gallo, caminando muy orgulloso. Es la primera vez que lo veo, pero sé que es el gallo que canta todas las madrugadas. Bien hecho, le digo, sin ocultar mi envidia.

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