miércoles, 23 de octubre de 2013

El reloj cucú


En las casas antiguas, o en aquellas que se quieren dar algo de distinción antigua, están los relojes cucú, que marcan la hora con el canto de un pequeño pájaro mecánico. Siempre me dio la impresión de que estos son la versión light de los grandes relojes de pedestal, que parecían una columna y marcaban hasta los cuartos de hora con campanadas. Hoy en día estos han sido reemplazados por versiones chinas a pilas que marcan la hora con una larguísima canción electrónica, o una voz femenina de acento chino inocultable que te dice “Son las Cuatlo y cualto”. El chiste normalmente es divertido por uno o dos días, después este sonido llega a convertirse en insoportable y es desconectado de cualquier manera.
Y estos, los relojes que marcan la hora con algún sonido mecánico o eléctrico, han hallado siempre su lugar en la tranquilidad de las casas, lejos del mundanal ruido, listos para arruinar las siestas de la gente decente. 

Hasta ahora, que tenemos un reloj cucú en nuestra propia oficina.
En realidad, nadie pidió, que yo sepa, un reloj en la oficina. Los relojes en la oficina deben ser silenciosos. Los jefes y gerentes han sido enseñados en sus Universidades de Administración de Negocios que los relojes de oficina deben ser discretos, con un tictac inaudible, para no interrumpir la concentración de los trabajadores. Marcar las horas con un dindón, canto o semejante tampoco es aconsejable, no sea que los trabajadores se den cuenta de la hora que es y se les ocurra irse a sus casas a la hora de salida.

Pero ahora tenemos un reloj cucú en la oficina: Nadie lo pidió, como hemos dicho, pero allí está. La primera vez que lo escuché, me pareció uno de los ruidos que suele escucharse en cualquier oficina, así que no le presté mayor atención. A la hora siguiente, lo volví a escuchar, y ya me pareció algo diferente, algo fuera de lugar en medio del ruido de llamadas telefónicas, voces de mando ordenando que el trabajo se termine lo antes posible y la ocasional visita de la señora que viene a negociar dulces, chocolates y jugos. Fue entonces que me di a la tarea de ubicar la fuente de aquella voz que marcaba cada hora, sin mucha precisión, en verdad. El canto del cucú no tiene una exactitud inglesa ni mucho menos, pero se acerca dentro de los 3 o 4 minutos de la hora exacta. Los de la oficina ya hemos aprendido en estos días a bajar el volumen más o menos a la hora, hasta escuchar a nuestro reloj cucú recitar la hora en la mañana, con su canto agrio y rasposo:
-   Pucha, ya son las diez, y no he avanzado nada…
Una hora después, minuto más, minuto menos, lo escucharemos nuevamente con su canción:
-  ¡Las once! Y yo sigo aquí…
Todos en la oficina seguimos trabajando, hasta que llega la siguiente hora:
-   Ya son las doce, vamos a almorzar, después seguimos trabajando.

Y esta voz se convierte en una orden más autorizada que la del jefe, que al vernos a todos saliendo tan disciplinadamente, no le queda más que seguirnos hacia el almuerzo también.
A l regreso, el reloj cucú se convierte en una cuenta regresiva hacia la hora de salida, y a cada hora cambia su canto hacia algo así como:
-  ¡Todavía faltan tres horas para la salida!
-  ¡Dos horas!
-  ¡Menos mal que ya solo falta una hora!

Curiosamente, estas alarmas horarias han causado un efecto positivo en la productividad, pues la gente, al ver que falta menos para la hora de salida, redoblan sus esfuerzos para acabar con el trabajo del día, hasta que llega la última campanada:
-  ¡Por fin! ¡Ya nos podemos ir!

Y el reloj cucú, que se ha convertido en el guardián de las horas dentro de la oficina, ha ordenado a todos que se retiren pacíficamente. Los jefes tienen que poner todo su empeño cuando quieren que alguien se quede después de esa hora, ya que es muy difícil quedarse después de que el reloj ha hablado y dicho su última palabra.

Y ese justamente es el problema. La gerencia aún no decide si la presencia de un reloj cucú en nuestro lugar de trabajo es beneficiosa o perjudicial para el logro de los objetivos de la empresa. Y debe tomar una decisión radical cuanto antes, pues el ejemplo está cundiendo. Son ya varios los que cada hora empiezan a hacerle coro al reloj cucú, marcando las horas con su canto.

Mientras tanto, aquí seguimos esperando la hora exacta para escuchar a nuestro reloj cucú.

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