Para conciliar el sueño, anoche, me puse a contar ovejas: primero una, luego otra, luego la siguiente; así hasta reunir un buen rebaño. Habría unas cincuenta más o menos. No se cómo se me coló un perro en la escena y un pastor no podía faltar. De manera que, a partir de cierto momento, empezó a molestarme el balar de las ovejas, los ladridos del perro y las voces del pastor. Entonces, cambié de método y me puse a contar lobos. Las ovejas desaparecieron, pero tuve que soportar los aullidos de la manada. Seis lobos llamando a más lobos. Insoportable. Dí un salto de la cama y salí de la habitación. Fui al baño, baje a la cocina, me comí un yogurt, bebí agua, me asomé por la ventana, miré la noche, suspiré. Miré el reloj y eran las dos. Me entró frío y pensé que los lobos ya se habrían ido, de modo que subí las escaleras con el ánimo dispuesto para el sueño, pero cuando entré en la habitación, allí estaba el dinosaurio.
Producto de otra noche de insomnio, apareció este cuento, que no es mío, sino que lo saqué del blog "Un latido extra" al que podrán visitar en el enlace http://huyamos.blogspot.com/2011/11/ovejas-y-lobos.html . Después de todo, la colina de este humilde servidor parece ser un buen lugar para que las ovejas pasten libremente y salten la cerca en las noches en que nada más se puede hacer.
Jjajajajajaa, lo de las ovejas y los lobos ya era predecible. Pero no espera el final a lo Monterroso. Eso, toda la manada pastando en el Monte Roso.
ResponderBorrarMuchas gracias por la publi :). Me apunto tu blog.
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