martes, 8 de mayo de 2012

Una canción

Hay cosas que el mundo va perdiendo. Veo con pena que pronto tendré que contarle a la gente cómo era la experiencia de comprar discos. La piratería y las descargas por internet han matado ya el romanticismo de recorrer las estanterías de discos ordenadas (no siempre con justicia) por géneros musicales. Existe cada vez menos el placer de encontrar una rareza, un disco escondido, una versión previamente desconocida o simplemente la aventura de probar escuchar un disco de alguien a quien no conoces solamente impulsado por la portada.

Aunque los últimos tiempos también han traído, y por las mismas causas señaladas anteriormente, el encuentro en las tiendas de discos de gente conocedora de música, lo que convierte la experiencia en algo educativo, como lo es la visita a una antigua librería. El comprador primerizo encuentra, además del vendedor, a compradores dispuestos a ayudar recomendando discos, ediciones y artistas. Algunas veces he sido yo quien ejerció de cicerone para el visitante casual.
Pero este mundo va desapareciendo poco a poco. Y así perdemos historias como esta, que ocurrió en una tienda de discos que hoy ya no existe:

Cuando hacía yo una minuciosa revisión de la sección de rock clásico, me di cuenta de la presencia de un señor de mediana edad que con cierta vergüenza se queda parado mientras el vendedor atiende a una señora que compraba un disco de boleros. La expresión del señor captó mi atención y dejé suspenso en mis manos el disco de Janis Joplin que pensaba revisar.
- Señor, estoy buscando una canción, pero no recuerdo bien como se llama…
- ¿Sabe el nombre del cantante?
- No, no lo recuerdo…
- ¿Cómo era la canción?
- No lo sé… solo me acuerdo empezaba con unas flautas…
- Debe ser un disco de Zamfir, vea estos…
- No lo sé… no parece...

Hasta aquí la conversación captó mi atención. Era evidente que buscaba una canción que significaba algo para él. Me puse a revisar en mi archivo mental tratando de recordar todas las canciones que empezaran con una flauta, pasando mentalmente por los conjuntos folklóricos hasta Jethro Tull y algún que otro bolero cubano. El vendedor, mientras tanto, trataba de obtener más datos que le permitieran ubicar la canción buscada.
- ¿Es una canción nueva?
- No, es una que estoy buscando hace tiempo, es una canción lenta…
- ¿Puede tararearla al menos?
- Es que hace años que no la escucho ¿No sabe cuál podrá ser?

Yo ya estaba pensando la canción que pudiera cumplir con los requisitos, pero el vendedor fue más rápido que yo y sacó un CD que el señor miró con extrañeza, incapaz de creer que en esa colorida portada estuviera la canción que buscaba. Sin embargo aceptó escucharla a través de los audífonos. Al verlo escuchar la canción me convencí de que había al fin encontrado lo que buscaba.
Aunque no podía escucharla, yo pude seguir perfectamente la canción con el movimiento de su cuerpo al compás y la pobre vocalización con la que el señor acompañaba silenciosamente las notas. Pero lo que dejaba fuera de toda duda el hallazgo eran las dos lágrimas que aparecieron de sus ojos, que fueron reemplazadas inmediatamente cuando las intentó despejar con la mano. Aunque yo no podía escuchar la canción a causa de los audífonos que el señor llevaba puestos, estoy seguro que la escuchó completamente, con una expresión que dejaba adivinar la recuperación de una historia a la que la canción había servido de tema musical. Se quitó los audífonos, y algo más repuesto, estrechó con una mano temblorosa la del vendedor.
- Gracias, señor. Muchas Gracias.

Se retiró de la tienda sin comprar el disco y sin decir otra cosa, pero con los efectos indudables de haber recuperado una historia olvidada o sepultada por mucho tiempo. No me atreví a preguntar nada, porque no había nada que preguntar. Solo ver al señor alejarse con su canción en la mente y una historia secreta de vuelta a su vida.
Aunque me llevé el disco de Janis Joplin, contrariamente a mi costumbre, no lo puse inmediatamente en el reproductor al llegar a mi casa. En su lugar puse la canción que había reconocido en la tienda, y que yo ya tenía desde antes. Al escucharla, durante los escasos tres minutos de la canción, una lágrima también empezó a correr sobre mi mejilla.

1 comentario:

  1. Más que "Una canción" se pudiera titular "El poder de una canción". Una historia muy bonita, reconozco la pena de que se vayan perdiendo lugares comunes donde ir a buscar música, como cuando vas a la plaza del mercado y te encuentras a esos tenderos/as y clientes/as que se conocen de siempre.

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