domingo, 15 de enero de 2012

La princesa que besaba sapos

Erase una vez, en un tiempo tan antiguo que los cuentos aún no eran cuentos, sino historias de esas que le han pasado al amigo de un amigo, en que había una princesa aficionada a tales chismes y habladurías sobre cenicientas, enanos y dragones.

Uno de aquellos relatos hablaba sobre un príncipe, que pasaba por el más apuesto de la región, pero que había sido convertido en sapo a causa de su desmedido orgullo, y a quien solamente salvaría el beso de una princesa. Ante tan atrayente historia, nuestra princesa mostró el interés propio de su edad, inquiriendo más datos ante las ancianas del lugar.
La investigación aportó algunos datos adicionales, comenzando por la absoluta veracidad de la historia, e información de que el reino en donde el desgraciado sapo habría alguna vez de reinar era rico y próspero, gracias a su ventajosa ubicación para el comercio y sus fértiles valles. La princesa, desanimada hasta ese momento por una decepción amorosa que la historia no ha recogido, tal vez por considerarla aburrida, decidió buscar a tan maravilloso ejemplar, segura de hallar un buen partido, y con la esperanza de que el castigo hiciera efecto para convertir su orgullo en humildad y el agradecimiento al deshacer el hechizo en amor.

La búsqueda se inició en el propio estanque junto al palacio donde habitaba. Allí, con ayuda de una pelota dorada (se sabe que a los príncipes convertidos en sapo les gustan las cosas brillantes) dio comienzo a la búsqueda. Fue entonces cuando encontró los primeros problemas. No sabía distinguir una rana de un sapo, ni podía diferenciar entre los ejemplares jóvenes y los viejos, o entre las hembras y los machos. Unas adecuadas lecciones de los guardabosques solucionaron este problema, para después caer en la cuenta de lo desagradable y poco estético que resulta besar a un animal verde, verrugoso y resbaladizo.

El primer sapo fue una verdadera tortura para la joven y no mal presentada princesa. El sapo no parecía querer ayudar a deshacer el hechizo y no se dejaba atrapar, y se resistía a ser besado por una princesa. A la princesa tampoco le parecía en ese momento tan buena idea besar a un sapo. Necesitó un tiempo y muchos revolcones en el fango para obtener las destrezas necesarias para atrapar a tan escurridizo animal. Y aún quedaba el problema de consumar el beso. Tuvo que cerrar los ojos con todas sus fuerzas para hacerlo, y aun así sintió tanto asco que huyó corriendo a su palacio para vomitar.

Cuando regresó al estanque, comprobó con desilusión que el esfuerzo había sido inútil, no había ni príncipe, ni nada. Solo un horrible sapo aún con una pequeña mancha de lápiz de labios. Pasó un tiempo antes de que la princesa se armara del valor suficiente para hacer un nuevo intento. Poco a poco fue dominando el difícil arte de atrapar sapos y besarlos. Empezó a recorrer el reino preguntando dónde estaban los estanques y la clase de sapos que contenían. A los pobladores les decía que se trataba simplemente de un interés científico y zoológico, en un inútil intento de acallar las habladurías que ya circulaban sobre ella.

Hasta su padre, el anciano rey le pidió explicaciones cuando en una visita a uno de los poblados encontró la imagen del escudo de armas de la princesa en la que el ingenio popular había cambiado la imagen del león rampante por la de un sapo. El rey envió un emisario a seguir a la princesa. No pasó mucho tiempo antes de la princesa fuera sorprendida en un pantano, con una canasta llena de sapos y en pleno acto de besar a uno de ellos.
Fue llevada al palacio ante la vergüenza general. No hizo falta la real reprimenda. Ya la princesa se había dado cuenta de la ridícula pretensión de querer convertir a un sapo en príncipe con solamente un beso, de que esas cosas eran solamente historias que la gente del pueblo cuenta para no aburrirse en las noches de primavera. Para demostrar ante toda la corte su arrepentimiento, la princesa cogió el último sapo que había quedado en la canasta y lo aplastó con su zapato hasta dejar solamente una mancha roja sobre el piso.

Para acallar las historias y convertirlas en un cuento de hadas, el rey casó a su hija con el más acaudalado comerciante de un reino vecino, un viejo gordo, fofo y verrugoso, y declaró que aquel era el príncipe hechizado. La gente del pueblo tomó esta historia como cierta, y la corte hizo el juramento de ocultar la verdad, de que el último sapo de la canasta, aplastado por la princesa, por la noche tomó su verdadera forma como el cadáver de un príncipe sobre el piso ensangrentado del palacio.

3 comentarios:

  1. Por renunciar a su sueño de encontrar al príncipe terminó por matarlo...

    Puff, no me esperaba ese final pero da una vuelta de tuerca total al cuento clásico :-)

    Me ha gustado, me ha gustado. Bonita moraleja se saca de esta historia: No renuncies a tus sueños aunque todos se empeñen en que son imposibles.

    Un saludo.

    Oski.

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  2. Un relato muy bien contado! te seguiré leyendo. Te invito a mi blog: Reiterada Espontaneidad

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  3. Yassss, si es que los cuentos no son como los pensamos ahora, jajajjajaja. Me acordé de otra versión del cuento del príncipe rana que leí en un libro llamado "La verdadera historia del príncipe rana". La princesa era bien semejante a esta, sólo que más caprichosa y con más granos.

    Por cierto, ¿de tu cuento también habrá surgido el famoso "la bella y la bestia"? Lo digo por el comerciante... XD

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