Te escribo esta carta en vista de que no me estás contestando los emails, ni el celular, y cuando fui a tu casa me soltaste a Ringo, tu rottweiler el cual te dije varias veces que un día iba a morder a alguien si lo soltabas, sin imaginar que yo sería la víctima de mis propias predicciones, y que ha hecho que te esté escribiendo esta carta de pie, ya que no me puedo sentar hasta ahora.
Te escribo, como decía, para explicarte las cosas tal como sucedieron en ese fatídico, para mí, día de San Valentin. Trataré de ser imparcial, asumiendo mis culpas en lo que me toca, pero aclarando que en algunas de las cosas no he tenido responsabilidad alguna y que son, más bien jugadas del destino que se confabula en mi contra:
Reconozco que durante la semana no había hecho mayores planes para ese día tan especial. Mi idea era simplemente, pasar una velada romántica en mi casa. Pero la conversación que tuvimos en la mañana me indicó que sin lugar a dudas, tú esperabas "una noche memorable", según tus propias palabras. Debes comprender que cada vez que un hombre escucha una frase de ese tipo, piensa automáticamente en un copioso gasto de dinero y la compra de esos detalles que una mujer espera de un hombre, pero de los que el hombre en cuestión considera totalmente inútiles, hasta que la mujer le da a entender que de ellos depende su relación.
Apenas terminada nuestra charla telefónica, mi mente empezó a discurrir un plan de emergencia para poder cumplir con los requisitos mínimos de un día de San Valentín que te deje bien parada cuando te reúnas con tus amigas para comparar sus respectivas veladas (no lo niegues, sé que las mujeres hacen esas cosas). A eso de las 10 de la mañana mi plan estaba ya formado, y ya estaba listo para hacer las gestiones correspondientes, cuando mi jefe me convocó a su oficina para un trabajo urgente. "No quiero ver que te muevas de aquí hasta que todo esté listo" , fueron sus palabras.
Inmediatamente me puse a trabajar a todo vapor, no en la tarea asignada, sino en la forma en que iba a comprar todos los detalles y resevaciones para nuestra noche. Pero ya no podía moverme de la oficina, así que diseñé un plan para poder cumplir contigo, utilizando las ventajas tecnológicas del internet y los servicios de Cirilo, que es un practicante nuevo que es muy dispuesto para los encargos. El plan era que él saldría "a comprar útiles de oficina", y compraría todo lo necesario apara esa velada inolvidable. Lamentablemente, Cirilo acaba de llegar de su pueblo y no conoce las costumbres que tenemos aquí en la ciudad. Tal como me explicó más tarde, en su tierra el día de San Valentín lo celebran bailando y tomando chicha de jora, y a eso de las cinco de la tarde, las parejas salen "al monte a cortar leña". Cirilo no era, pues, la persona más idónea para los encargos amorosos, pero era lo que había y tenía que conformarme.
El problema era que aquí en la oficina hemos acostumbrado a Cirilo a que compre siempre lo más barato, práctica que es exactamente la que no se debe aplicar en tu caso. En consecuencia, después del almuerzo Cirilo regresó con un ramo de 4 flores de plástico, chocotejas de a sol, un peluche del hombre araña y un CD pirata con las bailaditas del verano. Te juro que lo que yo le había encargado era un ramo de rosas verdaderas, una caja de chocolates finos, un oso de peluche musical y la caja de CDs románticos que anuncia una cadena de tiendas. Lo peor es que ello le costó todo el dinero que yo le había dado. Los vendedores en fechas como estas tratan de ganar dinero para todo el año, y le echan la culpa de los precios a la recesión mundial, creo yo. Lo único que hubiera podido rescatarse de esas compras era el CD de tecnocumbias, pero la primera canción era una que se llama "Ojalá que te mueras" y no me pareció apropiado para la ocasión. Al final, y como habrás podido comprobar, ninguna de estas primeras compras llegó a tus manos, para que no me taches de amarrete, tal como estás haciendo actualmente.
Las gestiones vía internet tampoco dieron buen resultado. En los sitios más usuales de venta informaban que debido a la demanda, ya no daban servicio de delivery hasta la siguiente semana. Las reservaciones a los sitios de moda también estaban agotadas. Cualquiera diría que todo el mundo quiere celebrar hoy.
Para sorpresa mía, el trabajo que me encargaron lo terminé a buen tiempo, es decir, a las 8:30 de la noche. San Valentín tomó nota de la queja expresada en el post anterior y me hizo un milagro que me sirva. A la hora mencionada, salí como una tromba a comprar las flores, los chocolates, el peluche y a buscar un lugar donde pasar una velada romántica. A esa hora, la inflación en los precios de los artículos para San Valentín había alcanzado su punto máximo. Las rosas se habían acabado, pero pude conseguir una orquídea coquetona gracias a mis contactos en el mercado negro; encontré también algunos chocolates argentinos que se veían bastante bien; y para poder darte un peluche tuve que disfrazar uno que había comprado para el cumpleaños de mi sobrina. Si te dijera lo que gasté en esas compras, enterraría totalmente ese absurdo concepto que tienes de mí como alguien escandalosamente roñoso. Para la música, decidí que sería romántico compartir los audífonos de mi MP3, cargado con mi mejor selección de canciones de amor. Como ves, hasta allí todo estaba, si no perfecto, al menos dentro de los estándares de aceptación tan altos que tú tienes. Así las cosas, salí a buscarte a eso de las 11 de la noche.
Fue a partir de ese momento en que todas las cosas que podía salir mal, salieron terribles. Pareciera que de ahí en adelante San Valentín se fue a otra parte y dejó a Murphy a cargo.
Te juro y rejuro por la memoria de mi madre (que no está muerta, sino que se acuerda de todas las que le he hecho en mi vida) que yo pensaba que tus negativas anteriores a que te traiga flores se debían a razones ideológicas, feministas, o ecologistas, créeme que lo último que pensaba era que eres alérgica al polen. De todas maneras, debo reconocer que admiro tu entereza al decidir proseguir con la velada a pesar de quedar casi ciega por la hinchazón de tus ojos y de tener la nariz hinchada y roja como un payaso. Recuerda también que no hice ningún comentario cuando me devolviste mi pañuelo en un estado indescriptible, a causa de la citada alergia.
Quiero que recuerdes también, que pagué el taxi sin hacer ningún gesto visible, a pesar de que el taxista me cobró como si yo le estuviera comprando el auto. Tú misma viste como pagaba tan elevada tarifa, y no podrás decir que soy un avaro descendiente de usureros judíos, como has estado haciendo después de ese día.
Una vez en el taxi, recuerda que para pasar el mal rato, te propuse que abramos la caja de chocolates. Te he explicado cómo fue que compré los chocolates, y debes comprender que el riesgo de comprar en el mercado negro era que ocurra lo que ocurrió en ese momento: que los chocolates fueran en realidad jabón bañado con pintura. Y en cuanto a lo del peluche, sí, reconozco mi culpa al no quitarle la etiqueta que decía "Para mi sobrinita por sus 5 añitos". Soy consciente de que eso me hizo ver como un maldito sin corazón que le roba los regalos a los niños.
Te ruego, por favor, que recuerdes que al llegar al restaurante que elegí no hubo queja alguna de tu parte. El ambiente es tranquilo, la comida no estaba tan mal, la sangría estaba hecha con un vino bien corriente, es cierto, pero el detalle no nos incomodó en ese momento. Tampoco te importó mucho el que con la prisa, traje el MP3 sin baterías. A pesar de todo, estábamos pasando bien nuestra velada. Ya imaginaba yo cómo saldría airoso de las comparaciones con las veladas de tus otras amigas, cuando llegó la cuenta.
Te suplico, por lo que más quieras, que lo que pasó en ese momento no fue culpa mía. Te he explicado en esta carta cómo pasaron las cosas hasta ese momento, lo que gasté en los previos regalos y en esa misma noche. Además de eso, este mes he tenido varios gastos imprevistos, la recesión mundial también me ha afectado, has de saber. Y estaba completamente fuera de mis cálculos que justo en ese preciso instante mi tarjeta de crédito tocara fondo y no alcanzara para pagar el consumo, que estoy seguro que habías notado que era de un monto exagerado, incluso para estas fechas. Créeme, por la Virgen, que lo mejor que se me ocurrió en ese momento fue que tú te quedaras y que yo iría corriendo a mi casa por la tarjeta que tengo en mi casa para emergencias. No conté con que me demoraría tanto en econtrar un taxi que me llevara por la cantidad de dinero que me quedaba en el bolsillo (mas el dinero que te quedaba a tí también).
Para asegurarme de que no hubieran más problemas, preferí sacar el dinero directamente del cajero automático y pagar la cuenta en efectivo. Fue allí cuando descubrí que no recordaba la clave de la tarjeta, lo que no debería ser extraño, ya que es una tarjeta sólo para emergencias. Tuve que llamar al banco después de que el cajero se quedara con mi tarjeta, donde me dijeron que solucionarían el problema con mucho gusto apenas abran los bancos el lunes siguiente. No me quedó sino regresar al restaurante, donde me enteré que el dueño del negocio, cansado de esperarme, había llamado a la policía, y te habían hecho lavar los platos, además de tomar en prenda tus aretes de perla, tu cartera de cuero importado y tus pulseras de plata.
Cuando llegué, arreglé con el policía y con el dueño. Por lo menos considera que tuve el poder de convencimiento para que te devuelvan tus cosas. Grande fue mi sorpresa cuando, después de al fin arreglar con el dueño (en términos que no quisiera recordar) pregunté por tí y me indicaron que tú habías abandonado el lugar.
El resto, lo conozco solo parcialmente. Las pocas amigas tuyas con quienes he podido hablar, me dicen que tuviste que hacer no sé qué cosas vergonzosas para obtener dinero para el taxi de regreso a tu casa y que desde entonces, estás diciendo a todo el mundo que yo soy un amarrete de miércoles, y un tonto que no sabe tratar a las mujeres.
Ahora que te he explicado toda la historia, te ruego que me perdones y que me des otra oportunidad, ya que lo ocurrido esa noche es obra del destino, que yo no tuve que ver con la mayor parte de lo que pasó, y que soy, como tú, una victima en una cadena de infortunios.
A pesar de todo, te quiere y suplica tu perdón,
El Tonto de la Colina.
No se si reir, o llorar.
ResponderBorrarLa historia fue tierna, dio algo de lastima pero tambien demostro valentia.
Ahora, es real o es ficcion? porque pense que solo a mi me podrian ocurrir cosas similares (seh, yo tambien llevo lo de tonto encima, de vez en cuando, en especial cuando soy "el tonto que ayuda" xD)
Bueh, sea lo que sea, seguire revisando el blog :P
Bye
P.S.: al leer la carta, en mi PC sonaba "Don't Speak" de No Doubt... vaya cancion rompecorazones... ;_;
Doriard, las historias que cuento son, como ponen ahora en las películas: "Inspiradas en hechos reales", lo que quiere decir que guardan un lejano parecido con algo que pasó alguna vez.
ResponderBorrarEl epilogo de la historia es que ya he hecho las paces... con Ringo el Rottweiler. Algo es algo.