domingo, 20 de julio de 2008

Lima en Julio de 1821



Por motivos de arreglar una herencia relacionada con mi antepasado Galván Perez de Fuendeabajo, tuve que hacer un viaje a la Lima de 1821. No dejé de aprovechar la oportunidad de ver cómo se vivió la independencia del Perú. Aquí un apretado resumen de lo que encontré:

Llego al puerto del Callao en un día bastante brumoso y frío, Primero tenemos que pedir permiso de desembarco al barco inglés que está guardando el puerto. Siempre me había preguntado qué pintaba Lord Cochrane en nuestra historia. Luego tengo que superar el miedo del trayecto entre el barco y el muelle del puerto, que se realiza en un caballito de totora, tengo que estar parado sobre el caballo de totora y sujetando los hombros del remero. Al menos este me dice que es raro que se vuelquen con un pasajero. En el muelle me espera Don Cayetano Ordoñez, quien será mi guía durante mi visita. Si el viaje para llegar al muelle fue algo que no esperaba, tampoco el viaje hasta la ciudad de Lima se parecía a lo que pensaba. Este lo hacemos en un coche de caballos, por un camino lleno de saltos, y con un conductor armado. Don Cayetano me alcanza también un arcabuz. – La guardia de caminos ha dejado la cuidad junto con el virrey camino a las sierras, y han aparecido algunos bandoleros – me explica. El viaje dura una hora, sin incidentes hasta llegar a la casa de Don Cayetano, en donde me recibe un regular número de parroquianos, quienes desean saber las noticias que trae el barco. Quieren saber si es cierto que se está alistando un ejército desde Puerto Rico para defender el virreinato.

Después de instalado, acompaño a Don Cayetano a la tertulia de los Villagarcía, donde me doy cuenta que Lima es en este momento un hervidero de rumores. Se habla de que San Martín, quien está en el pueblo de Miraflores (a menos de una hora de la ciudad) entrará con su ejército en cualquier momento a establecer un gobierno provisional hasta que llegue un príncipe europeo o (francés o alemán, me dicen) para ser coronado rey. Se desata una polémica lo que hará San Martín con el clero. Algunos dicen que expulsará a todos los clérigos, abrirá todos los conventos y confiscará los bienes de la iglesia. Don Cayetano está de acuerdo conmigo en que ello no ocurrirá, pues tiene el apoyo en Lima del propio arzobispo. A Don Laureano Villagarcía, dueño del solar donde estamos, le desagrada la idea. - ¿En que mundo vivimos, en que se ponen de acuerdo el arzobispo y el masón para rebelarse contra el Rey, a quien Dios ha encomendado el gobierno de esta tierra?
Tratando de no meterme más en política, soy invitado a un aparte de la tertulia. Una sorpresa más: Están jugando a los dados,.y prácticamente soy obligado a jugar. Las pocas monedas que traigo me duran una media hora. Afortunadamente la falta de dinero es cada vez más común en Lima, según me explican. – Desde que los barcos salen de Buenos Aires ya Lima no es Lima, antes salía un barco cada dos semanas, y ahora… Bueno, el de Usted fue una excepción porque llegaron dos en un mes, me explica Don Melchor Aristegui, quien me cuenta además que trata de vender todas sus cosas para regresar a España, y que dos de sus hijos han ido a Miraflores a unirse al ejército revolucionario. –Pero cuando vengan a quitarme mis cosas, ¡Les meteré un disparo, aunque sean mis hijos, para que aprendan a meterse conmigo!

Al día siguiente, mientras comentaba la escasez que empieza a sentirse en Lima debido a que el ejército patriota ha cortado las vías al sur, llega de improviso la noticia de que San Martín ha entrado en la ciudad. En efecto poco después vemos pasar a los uniformes de los libertadores, junto con una gran cantidad de mestizos y criollos pobres que no son parte del ejército, pero hacen diversas labores (aunque la mayoría no son más que porteadores). En la puerta de la ciudad se ha creado un escándalo, me dicen, pues muchos tratan de salir de la ciudad, pero los patriotas insisten en registrarlos para que no se lleven nada de valor. Muchos quieren unirse a las fuerzas del virrey, pero nadie parece saber en donde está. La mayoría dice que quizá está en Castrovirreyna, a pocos días de Lima.
En los días siguientes el ejército se tiene que convertir en policía, pues no hay quien ponga orden en la ciudad. Los patriotas ocupan además los cargos de gobierno y las alcaldías. Se convoca a un cabildo abierto que decide adherirse a la independencia, la que será proclamada en el próximo cabildo abierto, a fines de mes.

Así las cosas, el 28 de Julio desde el balcón de la Plaza Mayor, San Martín declara la independencia del Perú. Luego de la declaración, San Martín y su comitiva van a los Barrios Altos a repetir el acto, de modo que la declaración de Independencia se convierte en una procesión. Todos los que estamos presentes estallamos en vivas y vítores, por supuesto, pero muchos consideran una coacción el que se nos invite amablemente durante los días siguientes a firmar el acta de independencia, que está en la puerta de la catedral.
Los limeños al menos tienen motivos esa noche para hacer lo que mejor saben: una fiesta, a la que fue casi todo el mundo en Lima, para divertirse y para no ser acusado de godo.

Los siguientes días son de incertidumbre. El ejército circula pidiendo colaboraciones “para la causa”, la escasez de alimentos se agudiza, ya que los godos, como se llama a los realistas, se han atrincherado en el Real Felipe en el Callao y no permiten la llegada de más barcos. A los que tenemos que salir de la ciudad (yo incluido) solo nos queda intentar el viaje por tierra hasta Paita, que está libre hasta el momento. Los demás puertos no pueden recibir a barcos de gran calado.

De esta manera abandono Lima un poco a su suerte. Ahora comprendo que en la escuela me pintaron estas cosas como algo demasiado fácil.

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