viernes, 7 de septiembre de 2018

La visita oficial


Cuando llegué a trabajar esa mañana, todavía pensaba que ese día sería como cualquier otro en la obra, con las peleas y discusiones cotidianas, luchando contra la ley del mínimo esfuerzo que tantos retrasos ocasiona al final del proyecto, y contra las presiones para entregar rápidamente sin tomar en cuenta la calidad. Un día normal, pensaba. Pero una reunión a primera hora me hizo saltar las alarmas de que algo inusual estaba ocurriendo. Señores – dijo el gerente de obra – Nos acaban de informar que mañana tendremos la visita del Presidente, que viene a inspeccionar la obra, y va a venir con el ministro y con la prensa y televisión, así que hoy el personal se dedicará a labores de limpieza y orden para dar una buena impresión de la obra. Y avisen al personal que para mañana deben usar el uniforme más limpio que tengan, que tenemos que dar una buena imagen de nuestra empresa.

Por un momento, pensé que con lo atrasados que están los trabajos, no nos convenía perder un día en labores no productivas, pero luego caí en la cuenta de que todos colaborarían en lo que yo había estado reclamando desde hacía meses, es decir, en limpiar los basurales que se habían formado en varios puntos de la obra, y en poner orden en los sitios de trabajo. Esa mañana me puse a organizar las cuadrillas de limpieza en mi área, con todos los obreros diciendo que ya era hora, que ya había mucha basura en el lugar. Al mediodía parecía que la campaña sería un éxito, y ya estaba pidiendo los camiones para despejar los desechos, cuando llegó el primer camión, pero no para llevarse mi basura, sino para descargar en mi sitio la basura de otras áreas. El resto de la tarde la pasé peleando con otros jefes de área por los camiones y para que se lleven la basura al botadero principal, en vez de dejarla justo al frente de mi oficina.

Al final del día todo estaba limpio y ordenado, con una rápida mano de pintura en los lugares más visibles, mi sitio estaba en condiciones de recibir al presidente, al rey y hasta al papa, si se le ocurriera venir a mirar por aquí.

A la mañana siguiente yo estaba listo para la visita. En otra reunión a primera hora, el gerente de obra no opinó lo mismo. – He dado órdenes al almacén para que distribuya chalecos nuevos al personal obrero, para que el Presidente no vea esos chalecos mugrosos que tienen ahora. Pero recuerden que estos chalecos nuevos son prestados, los han traído de emergencia desde el almacén general, así díganle a los obreros que no los ensucien y que deben devolverlos al final del día. Algo bueno está saliendo de todo esto, pensaba yo, nunca este sitio se ha visto tan limpio y ordenado, nunca los obreros se han visto tan presentables. No desaproveché la ocasión de tomar unas fotos de mi personal, sabiendo que jamás los volvería a ver así. Fue un momento de diversión el ver a los obreros incómodos en sus chalecos nuevos e incapaces de realizar labor alguna para no ensuciarlos. Estaba tan contento que no presté atención a la caravana de camionetas que había ingresado a la obra. Era el gerente de la empresa y todo su directorio, que venían a recibir al Presidente. En un instante nos instruyeron para ponernos todos a un costado, acordonando rápidamente el lugar y dejándonos fuera de nuestra propia área de trabajo. ¿Qué está pasando? Pregunté a uno de los que estaba organizando el movimiento, al ver que varios de los recién llegados pedían los chalecos de los ingenieros para ponérselos ellos mismos. – Es que el Presidente tiene que conocer a los responsables de la obra – me respondió. – Pero a esa gente no la he visto nunca por aquí – le dije. – Pero ellos son parte de la obra, vea, ese es el jefe de planeamiento, esa es la jefa de presupuesto, el jefe de control… Por favor, présteme su chaleco, que nos están faltando para los que han llegado… Antes de que llegara el Presidente, ya nos habían reemplazado a todos por unos clones limpios y educados, relegándonos a los verdaderos trabajadores a un rincón desde no podíamos ver ni ser vistos por la comitiva oficial. De acuerdo a lo que me contaron los pocos que pudieron sortear el cordón divisorio, el ministro trató de demostrar sus conocimientos técnicos haciendo unas preguntas tontas sobre cómo funciona la planta a uno de los reemplazantes de mis técnicos, obteniendo una respuesta incomprensible dicha con un aplomo que pareciera que sabía de lo que hablaba. Lo peor fue que el Presidente saludó a alguien que nunca supe quién era, pero que llevaba un chaleco con mi nombre, lo felicitó por su excelente trabajo y frente a todas las cámaras de televisión declaró que yo era un ejemplo de los ingenieros que hacen su labor en condiciones difíciles y llevan adelante al país. Después de media hora en que el Presidente no hizo contacto con nadie que hubiera estado trabajando allí el día anterior, la comitiva oficial se retiró, con lo que nos permitieron volver a las labores cotidianas, previa devolución de los chalecos nuevos, menos el mío, que jamás volví a ver.

Esa noche, en el campamento, pensé que al menos tendría el consuelo de ver en el noticiero al Presidente visitando nuestra obra y que al menos vería al que recibió en mi nombre al Presidente. Tampoco. El noticiero dedicó menos de un minuto a la visita y solo se vio al Presidente a la salida de la obra respondiendo unas preguntas sobre el escándalo político del día. El noticiero no mencionó la obra, ni dónde había estado el Presidente, limitándose a decir que estuvo en “una actividad oficial”.
- Es por eso que no me gusta la política - reflexioné filosóficamente.

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