jueves, 27 de septiembre de 2018

Leyendas peruanas: La Huacachina


El pueblo que vivía en la región de Ica era gente pacífica. Y tenía por qué serlo, ya que esas tierras son hermosas, ricas y fértiles, en los pocos sitios en los que se puede sembrar, ya que el valle está rodeado de desiertos con enormes dunas, verdaderos cerros de arena que van caminando a paso lento en la dirección del viento.
En esos tiempos el pueblo gozaba de un periodo de bonanza. La amenaza de los chancas, temibles vecinos que habían amenazado al valle durante siglos, había desaparecido, y habían llegado las noticias de su derrota a manos del reino de los incas, pueblo que venía del sur y que hablaba quechua.
Por ahora el pueblo de Ica aprovechaba la paz y el intercambio con la gran ciudad de Chincha, que comerciaba a base de trueque con tierras tan lejanas que el viaje en balsa duraba un mes o más. Solo los ancianos advertían que tal paz era engañosa, y que aquellos incas del sur podrían amenazar el valle como antes lo hicieran los chancas. Los sacerdotes eran consultados sobre el futuro del pueblo, y estos miraban el azul de la noche, tan claro y tan limpio sobre el valle que no parecía sino que los dioses celestiales estaban apenas a la altura del vuelo de un cóndor. Observaron el rebaño de llamas en el cielo, y la gran serpiente de luz que atravesaba el firmamento, sin encontrar una respuesta clara.

Poco antes de empezar el invierno llegaron las noticias: el ejército inca se dirigía al valle de Ica, comandado por el Zapa Inca Pachacutec, hijo del Sol, el vencedor de los chancas. El gran reino de Chincha, a sólo un día de camino, envió un ejército a cuidar el valle de Ica, pues sabía que ellos serían los siguientes en ser conquistados si los incas vencían. Primero llegaron los emisarios del Zapa Inca, algunos de sus principales generales. Fueron recibidos a la entrada de valle por los ancianos sacerdotes. - El gran Pachacutec solicita la entrada al valle y la rendición pacífica del pueblo - dijeron los emisarios. - El Inca solo pide el tributo de los iqueños y reconocer al Inti como el dios principal. Los chancas han sido vencidos, y aquellos que se negaron a someterse han sido desterrados a las selvas orientales. No queremos que la tierra de este valle beba la sangre de los iqueños, sino el agua de las montañas de donde nosotros venimos.
Los sacerdotes, confiados en el poder del ejército de Chincha, se negaron.

La batalla fue cruenta y sangrienta. Los incas vencieron a los Chinchas y entraron en el pueblo. El propio Pachacutec dirigió la ocupación del valle. Los generales llegaron con contadores que registraban en sus quipus la cantidad de familias, las tierras que ocupaban y las reservas de alimentos.
Los representantes del Inca trataban de demostrar que la ocupación sería pacífica, y proponían mejoras en la labor de la tierra, mejoras en la irrigación y en las edificaciones. Después de un mes, Pachacutec inició la marcha con su ejército hacia el norte, hacia la gran capital del reino Chincha. Pero pronto el ejército se detuvo. Uno de los generales del Inca no se encontraba. Esto era una afrenta al Zapa Inca, si el general había sido capturado por los iqueños, todo el pueblo debía ser castigado con la muerte. Una parte del ejército regresó a Ica, con la orden de traer al general u obtener noticias de su suerte. Los sacerdotes fueron torturados, luego los jefes de las familias. Al fin uno de ellos habló. El general había conocido a una iqueña, y el amor había germinado en él tan rápidamente como germinaban las semillas en el feliz valle. Ambos habían huido con destino desconocido.

El ejército se dio a la búsqueda de los fugitivos. Una partida se adentró en el desierto siguiendo el vuelo de una bandada de aves, pensando que dos personas a pie no llegarían muy lejos caminando por las arenas. Lo que la partida encontró no pudieron describirlo a sus superiores. Una laguna con aguas de color esmeralda, bordeada por palmeras, aparecida en medio del desierto. Los soldados no se atrevieron a entrar y solo bordearon la laguna, temerosos de que desapareciera en cualquier momento al desvanecerse el sortilegio que la había creado. Desde allí formaron una cadena humana por si aquel mágico lugar salía volando, y entraron en una pequeña choza, en donde encontraron a los amantes.

Llegada la noticia al inca, este regresó al valle con la intención de conocer ese lugar maravilloso. Al igual que todos, tuvo que pincharse el brazo con su tupu para asegurarse de que estaba despierto al ver la laguna. El general fugitivo fue traído a su presencia, junto a la joven, quien no quiso separase de su lado. El Zapa Inca recibió otra sorpresa, pues la joven era la más bella que hubiera visto, como si la visión fantástica de la laguna se hubiera encarnado en un cuerpo femenino. Su cabello en largas trenzas enmarcaba un rostro sonrosado en donde anidaban unos delicados labios rojos y dos enormes ojos negros que no cedían en belleza a las mejores joyas del Inca, y que inspiraban una compasión que ni siquiera el Zapa Inca, vencedor de tantos pueblos, pudo resistir.

El general no suplicó por su vida, sólo pidió que fuera perdonada la vida de su amada. El Inca pidió escuchar a la mujer, pero ella no respondió, ni tampoco era necesario. La tristeza de su mirada habló con mayor elocuencia y convencimiento. - La traición al Inca es pagada con la muerte - habló el Inca, pero no quiero yo ser culpable de sentenciar la muerte de tan hermosa criatura. Ve, pues, con tus padres y con tu pueblo, que Pachacutec ha perdonado tu vida. Poco sabía el Inca que en el amor no es posible la vida de uno sin el otro, y que la dádiva de la vida era para ella el castigo de vivir sin su amado, un destino peor que la muerte. Una vez que se vio libre, su impulso fue correr hacia la laguna y sumergirse en sus aguas. Nadie la vio patalear, nadie la vio salir. El agua se calmó poco a poco y no devolvió nunca el cuerpo de la bella iqueña.

Desde entonces la laguna a poca distancia de la hoy ciudad de Ica recibió el nombre de Huacachina, que quiere decir “Mujer que llora”, pues se dice hasta hoy que en las noches se le escucha llorar la pérdida de su amor, y quienes entran a sus aguas color esmeralda evitan meterse muy adentro, para no desaparecer atraídos por la mujer, ahora convertida en sirena y a quien más de uno afirma haber visto sobre las aguas en alguna noche de Luna en que ella sale recordando al soldado que murió por ella.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...