domingo, 22 de diciembre de 2013

El Nacimiento


Hacer el nacimiento en mi casa siempre había sido una tradición en mi casa. Desde mi niñez, recordaba el armado del nacimiento como un acontecimiento importante, que marcaba más que ninguna otra señal, la llegada de la época navideña. Aunque esta tradición se ha ido devaluando con los años. Mi padre en esos años recordaba que en su niñez, allá en la provincia, el nacimiento ocupaba toda una habitación de la casa de mis abuelos y era motivo de visitas de la gente de la vecindad, la que todas las noches era recibida con chocolate y galletas. Había algunos que colocaban casas iluminadas, trenes que daban la vuelta a la montaña imaginaria hecha de papel grueso pintado que formaba el nacimiento, dejando una cueva donde se colocaban las figuras de arcilla de la Sagrada Familia. 
Nuestra migración a la capital redujo el nacimiento a una esquina de la casa, donde aún había lugar para rebaños de ovejas, pastores, soldados romanos y ángeles. La modernidad nos ha dejado, a la vez que casas cada vez más pequeñas, menos espacio para el nacimiento, aparte de la competencia con los árboles navideños recubiertos de nieve falsa. El pesebre ocupa ahora una repisa pequeña en una esquina adornada con luces hechas en China que cantan una canción mientras se encienden y se apagan. La gente también ha cambiado. Ya no se hacen recorridos para visitar los nacimientos del vecindario. Apenas algunas visitas de los amigos y parientes más próximos, donde nadie pregunta por el pesebre, pero se quejan si es que no hay un árbol de navidad, y critican la falta de espíritu navideño de quienes no lo ponen.

Este año, que tan especial ha sido para mí, no dejé de colocar un árbol, pero quise recuperar algo de la tradición del nacimiento, ahora que mi hijo ya tiene edad para ayudarme. Ayudado por los recuerdos, traté de acomodar papeles y cartones para dar una impresión de una montaña rodeando una especie de cabaña de ramas que compró mi esposa en el mercado navideño, donde apenas entraban las figuras de María, José, el Burro y el Buey. Lo endeble de mi construcción impedía colocar rebaños de ovejas bajando de la montaña como los que veía en mi niñez. No hay tanto sitio tampoco, solo para el ángel y para la Estrella de Belén. Los Reyes Magos han quedado al filo de la repisa, con riesgo de caerse en cualquier momento. 

Mientras colocaba con mi pequeño hijo las figuras de tamaños desiguales que había conseguido, trataba de contarle el tiempo en que toda una familia compartía este momento, del tamaño de las figuras de antes, y de que esto era la navidad, no esa versión que nos han vendido las películas, con árbol, con Santa Claus y sin Niño Jesús. Para mi alegría, mi niño me ayuda con entusiasmo a colocar las figuras e incluso me sugiere los mejores lugares para colocar las luces y las figuras. Sin embargo se siente muy decepcionado al saber que todavía no vamos a colocar al Niño. Trato de explicarle que todavía no ha nacido, que la colocación del Niño en el pesebre se hará a la medianoche de Navidad. De nada sirve ofrecerle que siendo el menor de la familia, le corresponderá el honor de colocarlo en su sitio cuando llegue el momento.
-          ¡Pero La Virgen y San José van a estar solos mirando la cuna vacía! ¡Van a pensar que el niño se les ha perdido! Llora desconsolado.
Decido que es una buena razón para romper un poco la tradición y dejo que ponga la figura de Jesús en el pesebre.

Al día siguiente, apurado por las compras navideñas, recoger el vale del pavo y otras ocupaciones de la temporada, me sorprendo al llegar a casa y encontrar a mi hijo triste, con una lágrima a punto de salir.
-          ¡El Niño Jesús se está muriendo de frío! ¡Se va a enfermar!
La figura del Niño Jesús es, en efecto una que solo tiene puesto una especie de pañal. Decidimos entonces cortar una tela blanca para envolver al niño, de manera que forme una cobija. Poco a poco, me voy acostumbrando a no hacer mucho ruido en la sala para que el Niño Jesús no se asuste y se ponga a llorar, a apagar las luces cuando se hace tarde para que pueda dormir, y a escuchar a mi hijo cantarle para que se duerma.

Este año, ha sido mi hijo el que me ha enseñado una lección. Nuevamente creo en la Navidad. Hay algo más allá del marketing, de la locura por comprar cosas que tal vez no necesitemos. El armar un nacimiento y compartirlo con tu hijo, el contarle la historia de los Reyes Magos, el volver a recordar a Jesús en un pesebre.

Feliz Navidad.

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