Como cada nueva mañana, debo enfrentarme nuevamente al espejo
que cuelga de la pared. Este espejo tiene varias cualidades y algunos defectos,
como el ser bastante temperamental. Algunos días me recibe con una sonrisa
amplia, otros días simplemente no tiene deseos de verme y esquiva mi imagen.
Cada día es más independiente de mi voluntad y me muestra solamente lo que se
le antoja en ese momento. No se debe creer que un espejo solamente refleja lo
que se le pone al frente, error común en el que caen la mayoría de las personas.
Cada vez estoy más convencido de que los espejos tienen vida
propia, y que poco a poco se van desligando de las formas que representan, casi
como una pintura impresionista. Mi espejo, por ejemplo, me muestra una imagen
que cada vez se parece menos a mí. Me muestra diferente, más delgado, con ojos más profundos y cuando sonrío, me
devuelve un gesto que no se parece a lo que yo le enseño. Una tarea tan simple
como afeitarme se vuelve cada vez más difícil, pues el espejo me alarga la
cara, constriñe mis mejillas y hace saltar mis pómulos, ansioso de verme
cortarme con la máquina.
Comprendo entonces el miedo que muchas personas tienen hacia los espejos. Es fama que Borges les
temía, y opinaba que una de las ventajas de su ceguera era no tener que
enfrentarse a ellos. Al no poder ver, se veía libre de su efecto. "La copulación
y los espejos son abominables, pues multiplican el número de los hombres",
escribió en uno de sus cuentos más célebres.
Ya en la antigüedad, los babilonios, y los hebreos, como sus
herederos espirituales, denostaban a los espejos como fuente de soberbia y
vanidad. Los griegos narraban, como historia ejemplar, la leyenda de Narciso,
quien murió de amor al ver su propio reflejo en un espejo de agua. En la edad
media, cuando aún los espejos eran hechos de plata, los alquimistas buscaban un
material que, al ser convertido en espejo, reflejase las verdaderas intenciones
del reflejado.
La idea de que el espejo pudiera servir como una ventana a
un mundo diferente es también muy antigua. Generalmente se pensaba que el mundo
que se encontraba detrás del espejo era mágico y donde las fantasías de los
hombres podían hacerse realidad, creencia que era combatida vigorosamente por
la Iglesia, temerosa de un mundo donde
la mano izquierda fuera la dominante, y donde el corazón latiera del lado
derecho. La superstición decía también que las parejas que copulaban en
presencia de un espejo engendraban hijos zurdos, de tendencias siniestras.
La historia del espíritu encerrado dentro de un espejo pasó
por muchas versiones antes de convertirse en el espejo encantado del cuento de
Blancanieves. En algunas versiones la reina desaparecía devorada por el espejo
como precio por las respuestas que el espíritu especular le brindaba.
Aun en el siglo XIX, con la conquista del mundo por la razón
y la técnica, permanecía el temor al misterio del espejo, considerándolo como
la forma de ver el alma de las personas. El retrato de Dorian Gray es en
realidad una alegoría del espejo que reflejaba el alma de su poseedor. También
de allí proviene la idea del odio que los vampiros sentían hacia los espejos,
que no devolvían su reflejo.
La época actual ha hecho del espejo una amenaza omnipresente. Gimnasios, tiendas, ascensores y fachadas completas de edificios son ahora espejos siniestros que reflejan sin que podamos ver a quien se esconde detrás. El mundo oculto del otro lado ya no es una dimensión fantástica, ahora es justificado el temor a una cámara o a una ventana desde donde somos observados, vigilados y analizados con propósitos nunca buenos y siempre ocultos.
A pesar de esto, mucha gente confía sus secretos a los
espejos. Los espejos nos conocen como realmente somos, sin maquillajes ni
disfraces. Ante el espejo, los políticos practican su sonrisa de almidón, dice
Sabina. Muchos hablan al espejo, contando lo que no dirían a nadie más. En
realidad los espejos ya están más que suficientemente listos para conquistar
nuestro mundo y dejarnos relegados a ser una visión espúrea de la nueva
realidad. Nosotros seremos entonces los que quedemos del otro lado, los que
solo existiremos cuando otro nos observe.
Por eso he venido hoy sin peinarme ni afeitarme, señor, no crea que es por desprolijidad de mi parte. Piénselo la próxima vez que pase frente a un espejo.
Por eso he venido hoy sin peinarme ni afeitarme, señor, no crea que es por desprolijidad de mi parte. Piénselo la próxima vez que pase frente a un espejo.
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