lunes, 5 de agosto de 2013

Espejos



Como cada nueva mañana, debo enfrentarme nuevamente al espejo que cuelga de la pared. Este espejo tiene varias cualidades y algunos defectos, como el ser bastante temperamental. Algunos días me recibe con una sonrisa amplia, otros días simplemente no tiene deseos de verme y esquiva mi imagen. Cada día es más independiente de mi voluntad y me muestra solamente lo que se le antoja en ese momento. No se debe creer que un espejo solamente refleja lo que se le pone al frente, error común en el que caen la mayoría de las personas.

Cada vez estoy más convencido de que los espejos tienen vida propia, y que poco a poco se van desligando de las formas que representan, casi como una pintura impresionista. Mi espejo, por ejemplo, me muestra una imagen que cada vez se parece menos a mí. Me muestra diferente, más delgado,  con ojos más profundos y cuando sonrío, me devuelve un gesto que no se parece a lo que yo le enseño. Una tarea tan simple como afeitarme se vuelve cada vez más difícil, pues el espejo me alarga la cara, constriñe mis mejillas y hace saltar mis pómulos, ansioso de verme cortarme con la máquina.

Comprendo entonces el miedo que muchas personas tienen  hacia los espejos. Es fama que Borges les temía, y opinaba que una de las ventajas de su ceguera era no tener que enfrentarse a ellos. Al no poder ver, se veía libre de su efecto. "La copulación y los espejos son abominables, pues multiplican el número de los hombres", escribió en uno de sus cuentos más célebres.

Ya en la antigüedad, los babilonios, y los hebreos, como sus herederos espirituales, denostaban a los espejos como fuente de soberbia y vanidad. Los griegos narraban, como historia ejemplar, la leyenda de Narciso, quien murió de amor al ver su propio reflejo en un espejo de agua. En la edad media, cuando aún los espejos eran hechos de plata, los alquimistas buscaban un material que, al ser convertido en espejo, reflejase las verdaderas intenciones del reflejado.

La idea de que el espejo pudiera servir como una ventana a un mundo diferente es también muy antigua. Generalmente se pensaba que el mundo que se encontraba detrás del espejo era mágico y donde las fantasías de los hombres podían hacerse realidad, creencia que era combatida vigorosamente por la Iglesia, temerosa  de un mundo donde la mano izquierda fuera la dominante, y donde el corazón latiera del lado derecho. La superstición decía también que las parejas que copulaban en presencia de un espejo engendraban hijos zurdos, de tendencias siniestras.

La historia del espíritu encerrado dentro de un espejo pasó por muchas versiones antes de convertirse en el espejo encantado del cuento de Blancanieves. En algunas versiones la reina desaparecía devorada por el espejo como precio por las respuestas que el espíritu especular le brindaba.

Aun en el siglo XIX, con la conquista del mundo por la razón y la técnica, permanecía el temor al misterio del espejo, considerándolo como la forma de ver el alma de las personas. El retrato de Dorian Gray es en realidad una alegoría del espejo que reflejaba el alma de su poseedor. También de allí proviene la idea del odio que los vampiros sentían hacia los espejos, que no devolvían su reflejo.

La época actual ha hecho del espejo una amenaza omnipresente. Gimnasios, tiendas, ascensores y fachadas completas de edificios son ahora espejos siniestros que reflejan sin que podamos ver a quien se esconde detrás. El mundo oculto del otro lado ya no es una dimensión fantástica, ahora es justificado el temor a una cámara o a una ventana desde donde somos observados, vigilados y analizados con propósitos nunca buenos y siempre ocultos.

A pesar de esto, mucha gente confía sus secretos a los espejos. Los espejos nos conocen como realmente somos, sin maquillajes ni disfraces. Ante el espejo, los políticos practican su sonrisa de almidón, dice Sabina. Muchos hablan al espejo, contando lo que no dirían a nadie más. En realidad los espejos ya están más que suficientemente listos para conquistar nuestro mundo y dejarnos relegados a ser una visión espúrea de la nueva realidad. Nosotros seremos entonces los que quedemos del otro lado, los que solo existiremos cuando otro nos observe.
Por eso he venido hoy sin peinarme ni afeitarme, señor, no crea que es por desprolijidad de mi parte. Piénselo la próxima vez que pase frente a un espejo.

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