domingo, 16 de octubre de 2011

Inesperada musa


Decía alguien que la inspiración debe encontrarte trabajando, pero ¿Cómo trabajar si no se tiene inspiración? Tal vez por eso es que la inspiración hay que buscarla, y muchos de tanto buscarla se han perdido, quedándose a la vez sin inspiración y sin energías para escribir.

La búsqueda de la musa se convierte así en una aventura por sí misma. Hay que buscarla en las calles, en las avenidas, en el campo, en la ciudad, en el silencio, en el ruido, en la diversión, en el aturdimiento, en la calma, en la oscuridad, en la luz, escondida detrás de unos ojos, camuflada entre la multitud, a la vista de todo el mundo. Nunca se sabe dónde aparecerá, y por eso uno debe estar preparado para atraparla apenas asome la cabeza.

Esa fue exactamente la lección que aprendió aquel escritor que buscaba su musa incansablemente, ávido de emociones nuevas, perdiendo en el camino todo aquello que una vez le interesó, y olvidando la razón de su alocada búsqueda. Un día, en plena calle, sin razón aparente, sin el más mínimo aviso, apareció la musa. De pronto, todo pareció encajar dentro de un complejo plan de casualidades, azares y encrucijadas de caminos que no llevaban a ningún lugar.
En ese momento se sintió capaz de escribir sobre todo lo que había vivido, las historias que llevaba tanto tiempo esperando aparecer parecieron fluir tan naturalmente que no pudo creer las largas temporadas de páginas en blanco. Los personajes aparecieron ante su mente completamente definidos, como una multitud de viejos conocidos que vinieran a una reunión en su honor, y sin embargo, todos ellos tenían ya una personalidad propia, una historia y hasta un futuro, como si cada uno de ellos exigiera su existencia, incapaz de soportar su ausencia del universo literario.

Historias fascinantes, riqueza de personajes, paisajes, metáforas, anécdotas, máximas, descripciones evocadoras, todas aparecieron ante el mágico influjo de la musa. Solo haría falta algo de trabajo, poco más que dejar los dedos flotar libremente sobre el teclado para crear los más maravillosos y evocadores textos. Si es que lograba poner en limpio todo lo que se agolpaba en su mente en ese momento. Porque las musas tienen también la cualidad de desvanecerse en un instante, si es que no encuentran una voluntad capaz de plasmar en una obra toda la inspiración que han proporcionado.

Desesperado, el escritor buscó un lapicero o un lápiz, comprobando con terror que los había perdido en algún lugar de su alocado periplo anterior. Empezó a buscar en el piso algún pedazo de lápiz perdido quizá por algún transeúnte. Preguntaba a los peatones con desesperación si no tenían de casualidad un pedazo de papel, un lapicero olvidado, siquiera un cartón de cigarrillos que desfondar y en donde escribir lo que la musa le gritaba, exigiendo obediencia a los dones de la inspiración. Los desprevenidos paseantes se alejaban espantados, creyendo encontrarse en presencia de un loco peligroso. Tampoco parecía haber un teclado disponible donde volcar las historias que cada vez le pesaban más y que parecían querer hacer estallar su cerebro.

Al final solo pudo observar impotente como las más grandiosas historias se tornaban borrosas, los personajes se desvanecían en humo, los artificios del lenguaje que iluminarían las descripciones se convertían en confusos galimatías, y en fin, todo parecía desaparecer como los sueños de los borrachos. La musa se iba sin poder hacer nada para retenerla. Solo una idea le quedó martillando la mente. Era cierto. La inspiración debe encontrarte trabajando.

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