He de reconocer que el ajedrez nunca fue lo mío. Eso no significa que haya significado algo importante en mi vida, sino más bien que nunca fui bueno en el juego.
Yo lo aprendí desde muy pequeño, por mi papá, que nos enseñó a jugarlo a mi hermano mayor y a mí. En ese tiempo eran noticia los campeonatos mundiales. Era la época de los rusos Karpov y Kasparov, y el ajedrez estaba de moda. Yo jugaba con entusiasmo, pero no llegaba a un nivel ni siquiera mediano. Vamos, era simplemente malo. La única vez que participé en un campeonato fui eliminado estrepitosamente en la primera ronda. Esto nunca hizo que perdiera las ganas de jugar. En secundaria, estaban de moda los pequeños tableros magnéticos. Con ellos en mi salón creamos torneos clandestinos, que empezaban en el recreo y continuaban en plena clase, en la última fila de carpetas y con el pequeño tablero oculto bajo la mesa.
Pero fue en la universidad en la que conocí a los verdaderos fanáticos del ajedrez, los que vivían estudiando libros rusos llenos de símbolos ajedrecísticos, y mantenían charlas interminables sobre las mejores aperturas y problemas sacados de alguna revista. Yo, por mi parte, nunca pude resolver alguno de los acertijos que prometían un mate en tres jugadas de esas revistas.
Pero fue allí que conocí al Ajedrecista. Este era un tipo alto y delgado, no muy bueno en los estudios, pero uno de los mejores en el juego-ciencia. Al menos eso es lo que él siempre decía, y yo no tenía motivos para cuestionarlo, alejado como estaba de la comunidad de ajedrez de la universidad. Como los buenos ajedrecistas, tenía una dosis de excentricidades, lo que motivaba en mi un interés psicológico de mi parte, que hacía que le buscara conversación siempre para verlo deslizar alguna frase o actitud digna de mis apuntes literarios.
El Ajedrecista, era, como he dicho una persona más bien desapegada a los estudios, prefiriendo jugar juegos de computadora en vez de ir a las clases. Una vez cuando recién lo conocía, lo encontré probando la última versión del Chess Master. Ignorante en ese entonces de sus habilidades, le propuse una partida. Su respuesta vino acompañada de una sonrisa condescendiente. “Si quieres, te juego veinte partidas, y te apuesto a que no me puedes ganar una”. Así era su actitud normal, despreciativa y sardónica. Afortunadamente yo no llevaba ninguna clase con él y nuestra relación se basaba en encuentros en la sala de cómputo donde cada quien hacía sus cosas. De otra manera, me habría parecido una persona insoportable, tal como a la mayoría de la gente que sí tenía trato directo con él.
Por supuesto que llegué a jugar una partida con el Ajedrecista. Antes de veinte jugadas me había destrozado, y el jaque mate era inminente. Entonces se me ocurrió una jugada que con mucha, mucha suerte, inclinaría la balanza a mi favor. Fue entonces cuando la sonrisa cachosa que le había acompañado durante toda la partida, se convirtió en una risa franca. “¡Buen manotazo de ahogado!” dijo. Era lo más cercano a un halago que jamás obtuve de él, y se debía a que su mate en dos jugadas que tenía ya preparado se convirtió en algunas jugadas más.
Esta actitud la llevaba también a los torneos en los que intervenía. Su manera de desconcentrar al adversario era su actitud sobrada, que le hacía reírse ante cada jugada del oponente, matar el tiempo comiendo galletas y mirando a los tableros vecinos durante el turno contrario, y su manera despectiva de oprimir el botón del reloj una vez hecha su jugada. El problema de esta estrategia era que no podía conservarla cuando iba perdiendo. Allí era verlo moverse incesantemente sobre su asiento, refunfuñar y fruncir el ceño. Si alguien pasaba por el tablero de juego no necesitaba preguntar para saber cómo iba la partida. Bastaba verle la cara, roja y sudorosa cuando estaba perdiendo, y fingiendo indiferencia y desprecio cuando ganaba.
Después de salir de la universidad ya no lo ví más. Yo me ocupé de mi trabajo y otras cosas y me dediqué cada vez menos al ajedrez. Solo volví a tomarlo brevemente cuando le enseñé a jugar mis sobrinos. Pero cada vez que alguien menciona a un ajedrecista, le recuerdo, con sus manías y su actitud, como la forma en que son los ajedrecistas. Como el Ajedrecista.
Buffff...esta entrada me llega al alma. Como buena fan del ajedrez me encanta como has descrito al "Ajedrecista"...ciertamente son así :) Yo una vez tuve la suerte de sentarme a jugar con el campeón de ajedrez de Barcelona, y, cosas de la vida (evidentemente por despiste suyo, porque cuando están pendientes de jugadas complicadas ya ni caen en las más simples) le hice un Jaque Mate Pastor y le gané en tres movimientos...supongo que ya me habrá perdonado XD!!! Tu entrada de hoy me ha recordado muchísimo a él, porque aunque parecía soberbio y altivo continuamente, mi alma escritora decidió guardar en la memoria una frase que siempre me decía:"La mejor pieza, en contra de lo que piensan muchos, son los peones, si los tienes bien colocados la partida es tuya".
ResponderBorrarUn fuerte abrazo artista!!! :)
Uju... Que ché'ere. Has hecho que recuerde cómo también andaba en las mismas, jugando en el recreo, en la U, en clubes. De niño jugaba con mi viejo y con mi padrino, sobre todo. De ellos aprendí a jugar y bueh! Siempre fui regucho, aunque, más que todo, avezado. Un sacrificio para abrir el tablero y a ver qué pasaba. No tengo paciencia para ir poco a poco. Me aburro rápido.
ResponderBorrarEsta entrada da una imagen muy negativa de los ajedrecistas, no se puede generalizar, como en cualquier otra actividad que mayormente se practica individualmente siempre hay individuos excentricos que se creen muy buenos y no dudan en mostrarlo a los demás. Por mi propia experiencia como ajedrecista puedo afirmar que de ajedrecistas los hay de todos los tipos, a muchos nunca los podrias asociar con el juego ciencia.
ResponderBorrarSi es cierto que como cualquier actividad que requiere mucha dedicación, se van cojiendo ciertos tics como en cualquier otra profesión, escritor, informático, etc.
Creo que el tema esta por el gran desconocimiento del público en general y por la costumbre en literatura y en cine de tachar a los ajedrecistas de seres malvados, cínicos y retorcidos. Ya Sir Arthur Conan Doyle citó “El sobresalir en el ajedrez es un signo de una mente intrigante”.
El ajedrez puede aportar muchas cosas a las personas que lo practican, enseña a perseverar, a tener voluntad, a concentrarse, mejora la memoria, desarrollar un sentido estrategico, el sentido del esfuerzo y la lucha y es una manera de realicionarse con cualquier persona, de cualquier cultura, edad y sexo.
Se me ha olvidado mencionar, que el ajedrez es una actividad que desarrolla la inventiva, el pensamiento crítico y puede ofrecer muchos momentos de placer. A parte el ajedrez es juego con varios siglos de historia documentada, que ha ido evolucionando al compás de los cambios de pensamiento de las epocas, hay muchísima literatura al respecto.
ResponderBorrarTambien tiene una parte esoterica y un significado simbolico, es una perfecta metafora del juego de la vida y la muerte, en la que el hombre tomando sus propias decisiones se enfrenta a lo desconocido que es la vida, nunca se puede llegar a contralar el juego por completo, siempre hay detalles que se nos escapan y tenemos que hacer uso de nuestra intuición.
Para terminar una frase que ejemplifica este sentido metafórico del juego que he señalado antes, "al final del juego tanto el rey como el peón vuelven a la misma caja".
Espero no haberme excedido en mi comentario mi intención era dar a conocer una visión más amplia sobre el ajedrez. Un saludo al autor de este blog.
Esta historia, como varias de las que ves en el blog, está hecha a base de recuerdos. El personaje, exagerado y surrealista, es (o fue) real, y yo, que siempre guardo en mi memoria situaciones y personajes, lo he regido para este blog. Con respecto a la mala imagen, he escrito también varios posts sobre la imagen que se tiene de los ingenieros, con la impresión de que no puedo hacer nada para que varios de mis compañeros de profesión hagan algo sigan eternizando los clichés sobre esta profesión. Como en todo, hay de todo.
Borrar¡Pero estas historias no son para tomarlas en serio! Aun tengo respeto por los ajedrecistas, y hasta ahora nadie me había demandado por esta historia.
Tranquilo que no te voy a demandar en nombre de ninguna asociación para la protección de los derechos de imagen de los ajedrecistas.
ResponderBorrarEs que como en casi todas las películas o series en que sale el tema del ajedrez, el ajedrecista es el malo, queria cambiar esa visión. Pero quiza sea una tonteria quererlo cambiar porque son solo historias ...