Dentro de los historias de libertad y lucha por la independencia, ninguna menos heroica, menos reconocida y más olvidada que la de la República Independiente de Huamania, historia que cuento hoy para ilustración y ejemplo del pueblo:
Hace ya muchos años, Don Casildo Huamaní, harto de los abusos de las autoridades provinciales, decidió declarar su pequeño fundo como república independiente. Se cuenta que la decisión tuvo inmediata acogida entre los miembros de su familia, Fue su yerno más joven, Ceferino Atoc, quien buscó en los archivos de la municipalidad hasta encontrar que los antepasados de Don Casildo se habían resistido ferozmente a la conquista por el imperio incaico, para combatir luego a los conquistadores españoles. No encontró entre los archivos evidencia alguna de que la zona se haya rendido alguna vez a los españoles, lo que sirvió para apoyar la reclamación de que la ocupación por parte del estado era ilegal y el fundo podía ser considerado como independiente. Fue Ceferino también quien sugirió el nombre de Huamania para la naciente república, en honor a su nuevo fundador.
La primera acción de la nueva república fue, naturalmente, asegurar las fronteras, labor lograda con muchos rollos de alambre de púas y una elegante portada que daba entrada a la Benemérita y Bienamada República Independiente de Huamania, portada coronada con la nueva bandera hecha por Doña Silveria de Huamaní a partir de sus mejores frazadas, en colores marrón, blanco y rojo, con un gavilán rampante en el centro.
La declaración de independencia de Huamania tuvo efectos inmediatos en las zonas aledañas. El prefecto de la provincia envió un contingente policial a sofocar la rebelión y a asegurar el cobro de los impuestos municipales y provinciales. El contingente, en una inteligente decisión estratégica, no fue combatido; por el contrario, fue recibido con una pachamanca y chicha, lo que aseguró la paz por un tiempo. La prefectura provincial no se atrevió a solicitar refuerzos, tal vez debido a la lejanía de la capital y a que no era época electoral.
Así pues, Huamania quedó como una república enclavada en el corazón del país. Su población estaba conformada por la numerosa familia de Don Casildo, sus empleados y algunos refugiados que huían de los excesivos impuestos de la municipalidad. Sus principales exportaciones eran la yuca, las habas y el maíz, producto este último que alcanzó justa fama en toda la región.
En la capital de la provincia, la República de Huamania contó con el apoyo del concejal provincial Epifanio Tito, quien se convirtió poco después en el primero en solicitar asilo diplomático, al ser acusado de vaciar las arcas de la municipalidad.
En reunión del Solemne Congreso de Huamania, formado por los hijos, yernos, sobrinos y ahijados de Don Casildo, se decidió que lo mejor sería buscar apoyo en la capital, para lograr el reconocimiento del cuerpo diplomático en Lima. Vitaliano, otro de los hijos de Casildo, fue nombrado el primer embajador de Huamania en Lima, y la modesta tienda de abarrotes de su esposa en Lima se convirtió en la Honorable Embajada de la Benemérita y Bienamada República Independiente de Huamania. La labor de Vitaliano en Lima no fue nada fácil, y remitía informes detallados a Huamania sobre la conspiración internacional que le impedía el ingreso a las fiestas de la diplomacia a las que intentó entrar, y sobre la sospechosa actitud de los guardianes de la entrada a las embajadas extranjeras, que lo confundían con un desempleado solicitando visa.
La aventura independentista de Don Casildo Huamaní duró aún tres años más, alentado por el prefecto de la provincia, quien mandaba a sus gendarmes cada vez que estos les reclamaban los sueldos atrasados, a fin de que Huamania les invite Pachamancas, cuy, gallinas y chicha cada vez que intentaban invadir nuevamente su territorio. Al final, como suele suceder, fue una traición la que acabó con la existencia de la República de Huamania. El yerno menor, Ceferino, fue quien vendió los terrenos de Huamania a la Municipalidad para construir el nuevo estadio municipal. Huamania terminó arrasada por una fuerza invasora compuesta por excavadoras, palas mecánicas y trabajadores del sindicato de construcción civil. Casildo Huamaní no pudo soportar la vergüenza y la traición, y cayó enfermo, siendo atendido en un hospital de la capital del departamento. Su familia fue deportada a la capital de la provincia. Algunos de los hijos lograron escapar y huyeron a la capital, donde se establecieron en la antigua embajada y vivieron aún muchos años como vendedores ambulantes, mientras trataban por los canales diplomáticos de obtener el reconocimiento oficial, además de una deuda de guerra, cuidadosamente calculada de acuerdo a los daños ocasionados.
De todo esto no quedó nada. El estadio municipal, nombrado en honor al alcalde que consumó la invasión, no conserva ningún recuerdo de la gloriosa existencia de la República de Huamania, el hecho fue borrado de los libros de historia y la posición oficial hasta el día de hoy es que no existió nunca la Benemérita y Bienamada República Independiente de Huamania. Sin embargo aún quedamos quienes la recordamos como ejemplo de libertad, independencia y el sueño de Don Casildo.
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