Había una vez un hombre feliz. No tenía grandes riquezas, pero tampoco era pobre. Digamos que pasaba sin apuros por la vida, y tenía además la rara cualidad de no desear nada más de lo que tenía. Tenía una bonita familia a la cual quería y por la cual era querido. Tal vez por eso prefería estar en su casa en vez de salir con los amigos y compañeros de trabajo. La principal razón era más bien que solamente en su casa podía dar rienda suelta a su felicidad.
Es que nuestro hombre problemas a causa de su felicidad. Al salir por la mañana, saludaba a su vecino con un alegre ¡Buenos Días!, para recibir como respuesta un ácido ¿Cuál buenos días, no ves el día de cuernos que ha amanecido? Otro de sus vecinos pensaba que la sonrisa que llevaba al saludar era una burla, y le contestaba con improperios.
Al llegar a su trabajo, trataba de mantener su sonrisa en medio de las quejas de sus compañeros de trabajo, quienes confundían su felicidad con tontería, y le delegaban los trabajos más pesados. En una ocasión, uno de sus superiores le encaró directamente su rostro risueño.
- ¿Tú que te crees, que te estás riendo? ¿Acaso tu trabajo es una burla?
- Es que soy feliz…
- ¿Y quién te crees? ¿Acaso no sabes que en este país no se puede ser feliz? ¡Esta es una empresa seria, y no se puede andar por aquí riéndose de todo el mundo!
Así, pues, nuestro hombre meditaba sobre si sería posible mudarse a algún lugar donde le permitieran ser feliz, y no ver las caras amargas de quienes no soportaban ver a un hombre feliz. Pero los recuerdos de los pocos viajes que había hecho le habían mostrado a gente tan infeliz como la que lo rodeaba, con la diferencia de que algunos fingían ser felices con la esperanza de hacerle gastar el dinero que traía.
Su esposa era también feliz, al menos cuando estaba con su esposo. Pero también tenía problemas al alternar con la demás gente. Sus amigas se horrorizaban ante alguien que decía ser feliz a pesar de no tener una casa inmensa en la playa, ni auto último modelo, de no tener un televisor gigante con pantalla plana, ni de irse de vacaciones a Miami cada año.
De tanto escuchar a los conocidos sobre las posibilidades infinitas de felicidad que daban los bienes lujosos e inútiles, llegó el momento en que empezó a creer que era infeliz, y una infeliz tarde, se lo contó a su esposo.
Nuestro hombre feliz no deseaba otra cosa que sus posesiones actuales y su familia, y de pronto se sintió solo en su felicidad. Todas las críticas a su felicidad, todas las caras ceñudas al verlo, toda la envidia mal disimulada por todo el mundo, hizo al fin efecto.
Al día siguiente lo encontraron muerto. En su mano se encontró una nota: “No soportaba ser la única persona feliz en el mundo”.
Uuuuuu... que bárbaro :-(
ResponderBorrarla felicidad esta en tu mente y en tu corazon...no la estropees
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