Al apagar las luces, empezamos a buscar velas con qué alumbrarnos. El que pagó el pato fue el santito a quien le dejamos sin vela, previa disculpa, porque era por una buena causa.
Pero algo no funcionó bien con el apagón. Una vez a oscuras, no nos pusimos a pensar cómo tratar mejor al medio ambiente, ni cómo ahorrar combustibles para hacer que el mundo nos dure un poco más. En lugar de ello nos pusimos a recordar el tiempo en que los apagones eran de a de veras, y no de a mentiritas como ahora. Los que han vivido la década de los 80s y 90s en el Perú saben a lo que me refiero.
Pero algo no funcionó bien con el apagón. Una vez a oscuras, no nos pusimos a pensar cómo tratar mejor al medio ambiente, ni cómo ahorrar combustibles para hacer que el mundo nos dure un poco más. En lugar de ello nos pusimos a recordar el tiempo en que los apagones eran de a de veras, y no de a mentiritas como ahora. Los que han vivido la década de los 80s y 90s en el Perú saben a lo que me refiero.
En ese tiempo a los terroristas les gustaba ponerle una bomba a alguna torre de alta tensión y dejar sin luz a la gente que nada tenía que ver con su guerrita. Al comienzo lograron su propósito de crear caos y confusión. La gente regresaba asustada a sus casas y se escondía de los policías que en esas circunstancias arrestaban a todo el que anduviera circulando por las calles.
Pero los terroristas no contaban con el carácter acomodaticio del peruano. Pronto nos acostumbramos a los apagones y los vimos como cosa normal. El que menos tenía su propio grupito electrógeno, y el apagón de año nuevo se volvió una tradición anual. Mi familia aprovechaba el apagón para pasar un rato de entretenimiento de calidad: nos poníamos a jugar casinos, ajedrez, o a disfrutar de una cena a la luz de las velas. La verdad no lo pasábamos tan mal en ese tiempo.
Los extranjeros se horrorizaban de la flema con que llegamos a soportar los apagones y a escuchar a lo lejos algún coche bomba estallando, sin alterar nuestra rutina, mientras a ellos les faltaba muy poco para esconderse debajo de la cama.
Pero los terroristas no contaban con el carácter acomodaticio del peruano. Pronto nos acostumbramos a los apagones y los vimos como cosa normal. El que menos tenía su propio grupito electrógeno, y el apagón de año nuevo se volvió una tradición anual. Mi familia aprovechaba el apagón para pasar un rato de entretenimiento de calidad: nos poníamos a jugar casinos, ajedrez, o a disfrutar de una cena a la luz de las velas. La verdad no lo pasábamos tan mal en ese tiempo.
Los extranjeros se horrorizaban de la flema con que llegamos a soportar los apagones y a escuchar a lo lejos algún coche bomba estallando, sin alterar nuestra rutina, mientras a ellos les faltaba muy poco para esconderse debajo de la cama.
En fin, de eso es de lo que se habló durante el apagón por el planeta en mi país. Se convirtió en una excusa para hablar de la época en que vivimos verdaderos apagones, y la simple sobrevivencia era más importante que el futuro del planeta. Parece que la conciencia ecologista no va a crecer mucho con gestos como el de la "Hora del Planeta", al menos no por aquí.
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