miércoles, 13 de marzo de 2024

Leyendas peruanas: Ai Apaec, El héroe Mochica (I)



Cuando los habitantes del valle de Moche empezaron a cultivar la tierra, los dioses, complacidos por las ofrendas que ellos les daban, enviaron a Ai Apaec para protegerlos. Este era hijo del dios de los cielos y la diosa de la tierra, por eso fue enviado como el mediador que uniría los tres reinos: la tierra profunda, la tierra de los hombres y el reino celestial. Como protector de la tierra, Ai Apaec tenía además otra cualidad: podía hablar con los animales, quienes lo ayudaban en su misión. Bajo su protección, los habitantes del valle cultivaban pallares, maní, zapallo y chirimoya; pescaban y recogían mariscos, y cazaban tortugas y patos. 

Pero un día, el sol que atravesaba todos los días el valle se ocultó bajo el mar y no volvió a salir, dejando al mundo de los hombres sumido en las tinieblas. Ai Apaec subió a la montaña más alta, con la esperanza de ver el camino por donde el sol había desaparecido, pero solo pudo ver el mar infinito. 
Ai Apaec llamó entonces a sus amigos animales, para preguntarles si habían visto quién había robado el sol. Todos llegaron prestamente, El cóndor le dijo que cuando el sol empezó a ocultarse, él lo siguió hasta donde pudo sobre el mar y alcanzó a ver como el sol se sumergía en las aguas, llamado por una fuerza misteriosa. 

No había tiempo que perder, Ai Apaec decidió que tenía que seguir el camino que el sol había seguido, para regresarlo al mundo de los hombres. Sus amigos, los animales, intentaron persuadirlo, diciéndole que, aunque poderoso, seguía siendo solo un hombre, que no podría tener éxito. Ante la decisión inquebrantable, los animales decidieron ayudar al héroe. La serpiente le dijo: No puedo acompañarte en esta misión, pero puedo dejarte mi piel, que es capaz de ingresar en el reino subterráneo, tal como yo lo hago. Te daré también mi facultad de escuchar y entender a las criaturas de las profundidades de la tierra. Ai Apaec aceptó estos dones agradecido, y se colocó la piel de la serpiente como un cinturón. El cóndor tomó la palabra y se expresó así: Yo tampoco puedo acompañarte, pues mi territorio es el cielo sobre la tierra, y no puedo volar sobre el mar. Sin embargo, te daré algunas de mis plumas, que te harán ligero y acortarán tu jornada. Ai Apaec también agradeció, y colocó las plumas del cóndor sobre su tocado. El jaguar, a su vez, declaró que deseaba ayudar, y le dio el don de un andar silencioso, agilidad y talento en la pelea, seguro de que necesitaría estas cualidades para cumplir su misión. Cuando Ai Apaec aceptó estos dones, sintió que su rostro cambiaba. Colmillos de felino aparecieron en su rostro, dándole además un aspecto feroz. 
Aún faltaban sus mejores amigos: el perro y la lagartija. La lagartija habló por ambos: Nosotros te acompañaremos en tu viaje. El perro tiene el don de ver a los espíritus, además de ver en la oscuridad, y yo conozco los caminos del reino subterráneo, que fueron cavados por mis antepasados. Ai Apaec se alegró mucho de ir con sus amigos a rescatar al sol. 

Con rapidez, Ai Apaec tomó sus armas: su porra con cabeza de pedernal, el tumi (cuchillo), su lanza y su arco. Pero la lagartija, que era muy astuta, le dijo: No solamente puedes usar esas armas, te entregaré uno de los preciados tesoros que mi gente ha encontrado al cavar en la tierra. Diciendo esto le entregó un pequeño saco con pallares manchados. En estos pallares los antiguos dioses han dejado los signos que representan a los conjuros con los que gobernaban el mundo desde mucho antes de la llegada de los primeros hombres. 
Así preparado, Ai Apaec y sus amigos llegaron a la playa, límite entre el reino terrestre y el reino marino. Allí encuentran al gallinazo de cabeza roja. La lagartija convence al gallinazo de la importancia de su misión, con lo que accede a llevarlos volando sobre el mar. De esta manera, los tres montan sobre el lomo del ave y emprenden un vuelo que dura largas horas, siguiendo el camino por donde vieran al sol por última vez. 
El viaje continúa hasta que el gallinazo, cansado, dice que ya no puede seguir adelante. La lagartija le indica entonces que los deje en la isla en donde se encuentra la entrada al reino acuático y regrese a su hogar, cumplida su misión. 

 La lagartija guía al grupo a la entrada al reino submarino, la que está custodiada por un cangrejo gigante con una armadura brillante. Nadie puede pasar, les dice, y menos ustedes, habitantes de la tierra. Ai Apaec y la lagartija le explican que van en busca del sol, que ha desaparecido. La respuesta del cangrejo es esta: No es por mi gusto el que no los deje pasar, sino por su propia seguridad. Ustedes no pueden caminar por el fondo del mar, y no saben obtener el alimento directamente del mar. La astuta lagartija logra convencer al cangrejo, quien les otorga el don de caminar bajo el agua y de alimentarse del mar. Sin embargo les advierte que él no es el único guardián que encontrarán. 

En efecto, aun están en la playa cuando encuentran a la gran mantarraya, quien también les advierte de lo peligroso de su misión. ¡Insensatos! ustedes son muy lentos para moverse bajo el mar ¿Cómo derrotarán a los monstruos de las profundidades, si ni siquiera pueden respirar bajo el agua? Al ver la determinación de Ai Apaec, la mantarraya le ofrece pase libre si es capaz de vencerlo el combate singular. Ai Apaec sabe que el arma de la mantarraya es su cola que usa como látigo, y que contiene un veneno que paraliza a su presa. Entonces logra sujetar con su mano la cola de su rival, y logra cargarla hasta sacarla del agua, en donde, incapaz de respirar, reconoce su derrota. Para el éxito en su viaje, la mantarraya le concede el don de respirar y deslizarse rápidamente bajo el agua. Lo que no puedo darte es esto, le dice, en el reino submarino el tiempo transcurre de manera diferente, y envejecerás muy pronto, en tanto permanezcas allí. 

El grupo camina bajo el agua, con dirección al reino subterráneo. Allí se encuentra con un monstruo, un erizo gigante, que tiene espinas capaces de atravesar cualquier protección. Ai Apaec entabla una lucha con él, pero el erizo logra atravesar con sus espinas la ropa del héroe, debilitándolo. Incapaz de vencerlo, Ai Apaec ofrece al monstruo la mitad de sus pallares mágicos, a cambio de dejarlo pasar, lo que es aceptado por el erizo. 

El camino se hace cada vez más difícil. El fondo marino se torna oscuro, el agua entra en los oídos de Ai Apaec ocasionándole intensos dolores de cabeza. Cada vez se siente más cansado, pero no desfallece. Ahora se encuentran con un enorme pez globo. A pesar de su esfuerzo, Ai Apaec no logrará vencerlo, así que le explica la importancia de su misión, y le ofrece lo que queda de los pallares mágicos. El pez globo acepta, y le da tapones para sus oídos, y sus ojos para ver en la oscuridad marina. El grupo continúa su camino, pero Ai Apaec se siente cada vez más débil. Al ver sus manos, estas están arrugadas. Ha empezado a envejecer. El viaje debe acabar pronto, o ya no podrá lograrlo.
(Continuará)

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