Quien peor la pasaba en todo ese laberinto era una chica que sufría especialmente el cambio de pasar de una empresa estatal al ámbito privado, lo que en este país significa pasar de trabajar de 10 a 100 kilómetros por hora. Ella fue la que soltó el grito más ingenioso del día: “¿Para qué tengo que hacer todo esto, si yo ni siquiera pedí nacer?”. Yo, ocupado como estaba en mis propias labores, no tuve tiempo en ese momento para darle una respuesta, pero el lamento me dejó pensando.
Al día siguiente, cuando ya casi había olvidado el episodio, volvió a la carga con esa frase “Yo no pedí nacer”. Ahí fue que me puse a pensar. Pude haber respondido que nadie de los presentes había pedido nacer tampoco, y que, en la mayoría de los casos, los padres tampoco estaban pensando en traer otro niño al mundo cuando los estaban concibiendo, pero no lo hice, el asunto requiere de un análisis más minucioso.
El hecho es que, pensándolo bien, ella sí había pedido nacer, de lo contrario sus padres no hubieran desaprovechado tantas oportunidades como tuvieron para evitar que ella venga al mundo a armar expedientes en nuestra oficina. Y lo demuestro a continuación:
La primera oportunidad para no nacer que ignoraron sus padres fue muy temprano, en aquella fiesta en que a su futura madre le presentaron a ese joven y se empezaron a mirar con ojos hambrientos. En ese momento su madre pudo rechazar cortésmente los requiebros, acordarse de los consejos paternos, portarse como una señorita decente, o al menos no fiarse de esa actitud de lobo acechando a su presa que tenía su futuro padre. Pero no, se perdió esa ocasión.
Hubo más ocasiones ignoradas activamente por sus padres en las semanas siguientes, como cuando su futuro padre dejó todo tirado para pasar ese fin de semana con su nueva conquista, cuando su madre se escapó a esa fiesta, dejando de lado otras responsabilidades, y un largo etcétera.
En el tiempo de su relación, ella pudo haber dicho que no, que debían darse un tiempo, que estaba muy jovencita para esas cosas. Del mismo modo, él pudo pedir algo de espacio, hacerle caso a esa otra señorita que lo miraba con apetito, o elegir su libertad. Tantas oportunidades perdidas nos llevan a pensar que en ese momento había realmente alguien pidiendo nacer.
Pero todas estas oportunidades fueron mínimas comparadas con aquella cuando él olvidó, o le dio flojera, llevar un preservativo a la cita culminante, cuando ella aceptó seguir adelante a pesar de que el calendario indicaba el riesgo alto. No conocemos los detalles, pero estadísticamente podemos decir que no era la primera vez que confluían un período fértil y la ausencia de un preservativo, y que tal vez el que no haya pasado nada una vez, les haya llevado a pensar que ambos eran invencibles.
En fin, los dos decidieron ignorar todas las oportunidades, hasta que los astros se alinearon, el universo conspiró a favor de mi futura compañera de trabajo, y un saludable embrión apareció gritando “Sorpresa, ya llegué” al organismo de la madre, alborotando su vida como indicativo de que ya se había divertido lo suficiente.
Por muy católicos, apostólicos y romanos que sean los jóvenes, la evidencia de un embarazo les pone a pensar en qué tiene que meterse el Papa en mi vida privada, en cómo voy a sacrificar mi juventud criando a un hijo cuando mi irresponsabilidad indica que ni siquiera han terminado de criarme a mí, y en vamos a buscar a esa chica que también pasó por eso y se consiguió un doctor que le extrajo hasta los remordimientos de conciencia y las consideraciones éticas. El rechazo a esta posibilidad para seguir adelante es otra prueba de que, a pesar de lo que dice, mi compañera sí pidió nacer, por más que el plan era ponerse a jugar con muñecas, en vez de estar aguantando jefes explotadores.
La última oportunidad de no nacer se presentó en el consultorio médico, después de ver en las ecografías a una bebita ansiosa de nacer y de comerse el mundo, siempre que no represente demasiado trabajo. Allí se discutieron las opciones del nacimiento. Por un lado, la forma natural, llena de dolor y con el apoyo de unos forceps que son el último recurso para los que a última hora no quieren nacer. La otra opción era una cesárea que evita los sobresaltos, no hace trabajar en la madrugada a los médicos y a los padres les permite hacer que su hija nazca bajo el signo de capricornio en vez de escorpio, que tanta gente insoportable ha dado al mundo. En este momento fue cuando se descartó firmemente la alternativa de arreglar las cosas por lo bajo, fingir que aquí no pasó nada y continuar con sus vidas. La decisión de seguir adelante con el proceso natural implica una voluntad de nacer, además de una conspiración entre médico, padres, y los padres de los padres, tal vez consolados por la posibilidad de que la futura niña termine trabajando conmigo y aprovechando los beneficios de mi sabiduría.
Al fin, después de tantas oportunidades no aprovechadas, nació esta niña, no hay vuelta atrás, que los padres se preparen para todo lo que significa traer una niña al mundo en estos tiempos, y que ella se haga a la idea desde ahora de que esos expedientes los debe tener listos para esta semana, y que después no se ande lamentando con eso de que no pidió nacer, que si hubiera querido no existir, oportunidades no le faltaron, que no me venga con vainas.
Visto así no puede quejarse. Un beso
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