miércoles, 13 de septiembre de 2023

Sin anotaciones al margen



El que entre a mis dominios privados verá un gran librero, multiusos como todo lo que tengo. Allí tengo libros técnicos de mi especialidad, diccionarios, una parte de mi colección de música, y una variada selección de libros de literatura. Algunos que dedican más tiempo que yo a leer podrán pedirme hojear alguno de ellos, y una de las cosas que notarán es que casi ninguno de los libros tiene anotaciones al margen. Entonces me preguntará el porqué, e incluso algún fanático literario expresará la duda de que en realidad he leído los libros que hay allí.
Anotar en un libro. Nunca lo he entendido. Creo que es porque soy de la generación en que todos éramos pobres, y un libro era casi un lujo, además de que tenía que compartirlo con mis hermanos. Hasta hoy me parece una barbaridad manchar un libro con mi escritura, más allá de escribir mi nombre en una de las primeras páginas, en caso de que alguien me lo pida prestado. Esa es otra de las razones por la que no hago anotaciones. Si por alguna razón el libro acaba en otras manos, alguien más se enterará de lo que pienso y opino. Me imagino también si escribiera al margen de un párrafo y lo leyera después de tiempo, sólo para sentir pena de las tonterías que pensaba entonces. Tampoco encontrará nadie en mi biblioteca libros subrayados o resaltados, otra aberración propia de predicadores callejeros, a los que reconozco por cargar siempre una biblia desgastada con tantas frases resaltadas en varios colores que el libro ya ha perdido su significado y se ha convertido en una lista de frases inconexas.
Observo también que hay libros baratos en papel corriente, preparados para ser anotados, y ediciones de lujo, para leer con reverencia o enseñar a los amigos, y que nunca serán anotados. Ese es otro extremo al que no llego, pues para mí, un libro fue hecho para ser leído, y no para tenerlo como adorno o símbolo de estatus. 
Con todo, alguna vez me atreví a anotar al margen de un libro. Como en muchas cosas que hago, lo hice esa vez para saber lo que sé siente, y ver de primera mano si era esa experiencia enriquecedora de la que hablaban mis amigos literatos. No me sentí cómodo, y más aún, me di cuenta de que no estaba opinando, sino corrigiendo al autor. Para mayor afrenta, mi caligrafía se ve realmente mal, y echa a perder toda la estética de la página. 

Revisando mi biblioteca, veo que la mitad de mis libros son técnicos, relacionados a mi profesión, algunos con anotaciones de referencias a normas técnicas, y en algunos casos, enmarcando alguna fórmula realmente importante. Los libros de literatura están limpios de marcas de lápiz o resaltador, lo que me parece mucho mejor, porque me distraerían de la historia, al igual que los pies de página. Recuerdo que alguna vez pasó por mis manos una edición del Quijote, con tantos pies de página que me desanimaba al ver que casi la mitad de la página era un pie con citas incomprensibles y opiniones de gente que no me interesaba. Yo quería saber la historia, no enterarme que la primera edición dijo esta palabra y después la cambiaron a esta otra. Y esa es otra razón para no anotar en los libros que tengo: Si decido emprender nuevamente la lectura de un libro, quiero hacerlo como si fuera la primera vez, quiero sorprenderme de nuevo, sin anotaciones que me distraigan, y sin tener que pensar si mis opiniones han cambiado desde la primera vez que lo leí. 
Allá los que dicen que hay que anotar en los libros, yo simplemente no lo hago.

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