Caminando hacia las barandas que dan al barranco, encuentra una pequeña gruta recién construida, y en ella una imagen de la Virgen María, que lo mira como sintiendo lástima por él. El hombre se arrodilla ante la gruta, y recita un Ave María del que casi no recuerda las palabras, que empieza a entremezclar con la historia de los hechos que lo han llevado hasta allí. Llora al narrar su vida, y más al darse cuenta de que la Virgen lo está escuchando, de que no está solo en ese parque, sino que ella lo acompaña y le ofrece consuelo. La Virgen ha triunfado, el hombre se levanta y emprende el camino de regreso, si no con la solución a sus problemas, al menos con el valor para enfrentarlos.
La gruta de la Virgen fue colocada allí por el sacerdote de la iglesia a pocas cuadras del parque que da al abismo de Magdalena, preocupado por los varios casos de suicidio que sucedieron allí. Tuvo entonces la lucidez de construir la pequeña gruta y tomar la imagen que estaba en su iglesia para llevarla allí, donde más necesaria era su presencia. Desconocemos exactamente cuántas vidas salvó mientras estuvo allí, pero sabemos que fue más efectiva que las barandas, las mejoras en la iluminación y la vigilancia que se puso más tarde ante las quejas de los vecinos. Hoy, que el pequeño parque es el final de una gran avenida, y el sitio ha dejado de ser solitario, la pequeña imagen ha regresado a su iglesia y la municipalidad la ha reemplazado por una enorme estatua de la Virgen que se ve en la imagen de este post, tan grande y lejana que no deja lugar para arrodillarse y contar sus problemas a la gente. Tal vez en la ansiedad por convertirnos en una gran ciudad hemos olvidado las cosas pequeñas que realmente nos escuchan y nos tratan de tú, y que nos ofrecen el consuelo de una madre.
Bonita historia. Un b3so
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