domingo, 4 de junio de 2023

Opiniones tontas



Una de las ventajas de tener a un tonto dentro del grupo es que siempre aparecerá con una opinión o una idea que alimenta la discusión, ya sea para reírse de ella, refutarla por tonta, o admirar su uso del lenguaje lógico. Un tonto aporta a la conversación un oxímoron inesperado, un argumento irrefutable pero sin sentido, o una paradoja de esas que desatan la risa general, pero que después deja a todos pensando si no será una idea tan descabellada. Si lo sabré yo, que soy el tonto de mi grupo. 

Por ejemplo, los que me conocen como ingeniero me preguntan sobre mi opinión técnica de tal cual catástrofe ocurrida, y mi última respuesta fue que los diseñadores suelen pensar en las formas en que puede fallar una estructura o una máquina, y el error fatal aparece justo en el lugar en donde no se pensaba. El ejemplo más famoso es el Titanic, que estaba hecho para resistir de todo, menos el choque lateral de un iceberg. Haciendo un viaje al pasado, yo le hubiera dicho al capitán que, en vez de esquivar el iceberg, tal vez hubiera sido mejor embestirlo de frente, pues el diseño del barco sí había previsto esa posibilidad, y quizás habría sobrevivido. Esa opinión alimentó la conversación un buen rato, dejando en el olvido el gastado tema de si Leonardo Di Caprio entraba o no en la tabla salvadora. 

A la hora del almuerzo, en que se necesitan temas de conversación siempre frescos, tuve ocasión hace poco de improvisar sobre la posibilidad de incluir carne humana en el menú, ahora que la carne está tan cara. Me mostré en desacuerdo, pero no por razones morales, sino con argumentos más bien prácticos: Si consideramos otras opiniones, veremos que en realidad son muy raros los ataques de tigres, leones o tiburones, pero el hombre habla siempre del peligro de estos animales, sólo por no aceptar la verdad de que las bestias se rehúsan a comer carne humana, porque saben que tiene un muy mal sabor. En resumen, que los animales comehombres son solo un mito creado por la soberbia humana para sentirse un poco más importantes.

Más tarde, en la oficina, cuando alguien quiere despejarse un momento, sabe que puede ir a mi sitio a preguntarme cualquier cosa, y obtendrá una respuesta que lo distraiga y le cambie el chip de desazón que las grandes empresas nos instalan en el cerebro. Una chica vino a preguntar sobre la conveniencia de inscribirse en el gimnasio vecino, y yo, por reflejo, le contesté con mi teoría de que un gimnasio es el mejor negocio para alguien que quiere lavar dinero sucio. Aunque llegue la auditoría y pregunte cómo puede ganar dinero un establecimiento que siempre está vacío, se le puede responder que la mayoría de la gente se inscribe, paga la mensualidad y nunca viene, y en el mejor de los casos solo viene a tomarse unos selfies que publicará con frases del tipo “Ahora sí, vamos con todo”. 

Por último, nunca falta aquel que quiere refutarme, o al menos hacerme notar lo poco serio que se ven ese tipo de opiniones en un ingeniero de mi categoría. En estos casos, y cediendo un poco a la falsa modestia, espero a que agrupe un poco de gente antes de responder que doblemente tonto es el que pretende refutar a un tonto, a quien no interesan las opiniones ajenas, y que ha descubierto que las críticas no son más que envidia disfrazada hacia alguien que no necesita frases sacadas de las redes sociales para expresar una opinión. Como prueba, lanzo el reto de expresar ideas sin usar frases sacadas de internet, como “zona de confort”, “autoridad moral”, o “no tengo pruebas pero tampoco dudas”. 

¿Alguien más quiere una opinión?

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