Cuando los conquistadores españoles, en un golpe de audacia inimaginable, capturaron al Inca Atahualpa, este les ofreció a cambio de su libertad “dos veces la habitación en que se encontraban, llena de plata, y una de oro, hasta la altura de su mano levantada”. Así, el Inca ordenó a sus súbditos de todo el imperio traer el tesoro, más grande que el que podían reunir entonces todos los reyes de Europa juntos. Pero mientras llegaba el oro y la plata, los españoles no tenían mucho que hacer. Fue entonces que algunos españoles destacados para acompañar al Inca en su prisión ingeniaron con una tabla un tablero de ajedrez y unas piezas de barro, y se entretenían jugando ante la mirada indiferente del Inca. Con el tiempo, algunos españoles ganaron más confianza con el inca, con quien se comunicaban a través del intérprete Felipillo. En una de tales partidas, entre Hernando de Soto y el Capitán Riquelme, de Soto estaba a punto de mover su caballo, cuando Atahualpa lo tomó del brazo y le dijo en voz baja: “No, ese no, el castillo”. De Soto, mirando nuevamente el tablero, retrocedió y movió su torre, con lo que aseguró su victoria un par de movimientos después. Sorprendido de que aprendiera un juego tan complejo sólo mirando, Hernando de Soto animó al inca a jugar unas partidas con él, obteniendo un oponente competente.
Podemos decir que, gracias a ese consejo, el Inca ganó esa batalla, pero perdió al final la guerra, pues Francisco Pizarro, viendo que la llegada del tesoro estaba tardando demasiado, y crecía el temor de que llegara un ejército a liberar al Inca, discutió con su plana mayor el destino de Atahualpa, que decidió a favor de su ejecución por una ajustada mayoría, con Hernando de Soto votando a favor del Inca, y con Riquelme, el perdedor de aquella partida, votando por su muerte.
Como dije, yo consideraba esta historia como mitad real, mitad invento, igual que tantas leyendas que tiene la historia peruana, hasta que me tocó visitar el nuevo Museo Nacional del Perú. El museo no está todavía completo, pero tiene abiertas un par de exposiciones, y una de ellas era precisamente sobre los juegos que jugaban los peruanos antes de la llegada de los españoles. Allí conocí el juego del zorro y las ovejas.
Este es un juego que, para un observador moderno, tiene semejanzas con las damas chinas, pero precisa de un pensamiento estratégico como en el ajedrez. Se juega en un tablero con una parte triangular y otra rectangular, con líneas interiores cuyas intersecciones son las posiciones que pueden ocupar de un lado un zorro y del otro, trece ovejas. El objetivo del juego es que las ovejas pasen al lado opuesto del tablero sin ser devoradas por el zorro, moviendo las piezas de manera análoga a las damas chinas.
El juego es atrapante, y no me resistí a tomarle una foto al tablero para reproducir el juego en alguna ocasión. Más importante, en ese momento comprendí la historia del inca ajedrecista. Atahualpa sin duda, jugaba también a este juego, y por eso se le hizo más fácil comprender las reglas del ajedrez español y poder discurrir la jugada que haría vencedor a su captor y después defensor Hernando de Soto.
Tal vez el juego del zorro y las ovejas no haya sido exactamente como lo vimos en el museo, ya que tantas cosas se han perdido en los casi quinientos años desde la conquista española, pero me parece maravilloso un juego de mesa jugado por los antiguos peruanos, y me parece increíble que nadie haya pensado en comercializarlo, y que ni siquiera haya encontrado en ese internet que se ufana de saberlo todo, mayores detalles o historia de este juego.
Quisiera que este fuera el inicio de la difusión de este juego, este ajedrez incaico, y que se dé a mis antepasados el reconocimiento por esto. Ha sido este el mayor conocimiento que he obtenido en los últimos tiempos en un museo.
Pues sería una buena idea comercializarlo. Un beso
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