En aquel tiempo inmemorial de las leyendas, se cuenta que el dios Inti (el sol), el más poderoso de los dioses, tenía una hermosa hija llamada Huandoy, que era su orgullo y la razón de su felicidad. No le faltaba razón, pues la joven era bella e inteligente, hacendosa y bien criada. A tal joya su padre tenía previsto casarla con algún dios que poseyera las mismas cualidades que ella. Quería que fuera feliz y le diera una poderosa descendencia, por lo que veía a todos los pretendientes, que eran muchos, pero ninguno le parecía lo suficiente bueno para ella. Mientras tanto, la joven se dedicaba a las labores de la casa y bajaba a la tierra, en donde recibía las ofrendas de los pueblos a los que su padre alumbraba. Una de tales ofrendas fue entregada por Huascarán, príncipe de una de las tribus más poderosas de las sierras. Cuando los dos jóvenes se vieron, sintieron el amor invadirlos a un tiempo. Ambos sabían que Inti jamás permitiría a un mortal desposar a una diosa, así que se veían a escondidas, en lo alto de las montañas, entre la nieve recién caída, después del anochecer para evitar la mirada del sol, y con cada encuentro el amor entre los dos crecía.
Inti veía a su hija y notó el cambio en su carácter que el amor causaba. Huandoy ya no hablaba, sino que cantaba, y ya no caminaba, sino que bailaba. Aunque ella no dijo nada, su padre sospechó algo y le empezó a prestar mayor atención durante sus recorridos diarios por la tierra, pero no podía ver nada, ya que ella esperaba que su padre no estuviera cerca para salir a reunirse con el príncipe mortal. Los enamorados creían estar a salvo, pero no contaban con la presencia de Illapa, el rayo, mensajero de Inti, que aparecía de repente iluminando la noche para ver lo que ocurría en la tierra. Así fue como vio a los amantes abrazados en un valle.
Cuando Inti fue informado de aquel romance prohibido, llamó a su hija y le ordenó dejar a Huascarán y olvidarse de él. Huandoy no lo hizo y continuó con su romance.
Cuando Inti se enteró de que sus órdenes eran desobedecidas, montó en cólera. Se presentó ante los dos jóvenes, sorprendiéndolos en su reunión tomados de la mano. En ese momento maldijo ese amor. La fuerza de la maldición los condenó a vivir separados, pero ellos lucharon tanto que ni siquiera el poder de Inti los pudo mantener lejos uno del otro.
La fuerza del amor fue tan grande que estuvo a punto de vencer la maldición, los jóvenes estaban ya a la vista uno del otro, casi al alcance de la mano. Inti envió una tormenta de nieve para enfriar aquel amor, pero fue inútil. La maldición los convirtió en enormes montañas que se miraban una a la otra, pero que quedaron separadas por un estrecho valle. Las montañas, aún cubiertas de nieve, empezaron a llorar por la separación, y sus lágrimas se unieron en la laguna de Llanganuco.
Hasta hoy el calor de su amor funde la nieve en las montañas que hasta hoy conservan los nombres de Haundoy y Huascarán, y las lágrimas color turquesa expresan el dolor de los amantes condenados a verse, pero sin poderse tocar.
Muy hermoso. Un beso
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