viernes, 25 de marzo de 2022

El gato literato



La literatura humana es burda, limitada, llena de una candidez que raya en el absurdo. Si los humanos conocieran la literatura felina comprenderían lo poco que saben de este mundo, pensaba Refifí, un gato que vivía en un edificio en el barrio bohemio de la gran ciudad. Su humana, quien le proveía de un techo en donde refugiarse del clima y esconderse en caso necesario, pasaba largas horas frente a una laptop, leyendo y escribiendo. Como todos los humanos, ella creía tener derechos de propiedad sobre Refifí, lo que el gato permitía a cambio de la comida que ella le proporcionaba. Ese era un trato ventajoso para ambas partes, solía pensar, pues a Refifí le ahorraba el trabajo de cazar su propio sustento, lo que le dejaba más tiempo para pensar, y a ella le permitía cumplir el humano propósito de rendir pleitesía a los gatos, acariciándolo y permitiéndole pasear por la casa a sus anchas. 

Fue así como Refifí conoció la literatura humana, a través de esa pantalla a la que su humana prestaba tanta atención. Mientras más conocía Refifí la literatura humana, más pena sentía por la pobre humanidad. No tenían ellos nada comparable a las grandes epopeyas felinas, y su poesía era como los balbuceos de un cachorro gatuno. Refifí era un gato cultivado, que había ido a la Universidad que se reunía en el parque los días de verano. Allí había estudiado la epopeya de Michifuz de Bizancio, quien siglos antes murió tratando de detener la primera invasión de ratones del Asia Menor. ¡Si los humanos conocieran esta sola historia! Nada sabían tampoco los humanos sobre los trabajos de Ronron el Desgarrado, que a pesar de ser castrado y cortadas sus garras por su cruel humano, siguió filosofando y educando a los gatos de París, y cuya escuela influye hasta hoy en el pensamiento gatesco. 

Refifí tomó entonces la decisión de compartir la sabiduría de los gatos con la humanidad, escribiendo un libro que los humanos pudieran comprender. Estaba seguro que el conocimiento de su literatura ayudaría mucho a los humanos a cumplir su misión de adoración a los gatos. Pero para esto necesitaba la autorización del Consejo Gatuno, que se reunía en el terreno baldío cercano las noches de luna. Esa noche, después de la Orden del Día sobre las precauciones ante la plaga de ratones envenenados por humanos, expuso su moción, con esa elocuencia de gato cultivado que había aprendido en la Universidad, y que tanto convencía a las gatas. 

Contrario a lo que esperaba, su idea no causó entusiasmo entre los presentes. Bigotes, el gato gris de la otra calle, respondió que él vivía en una pizzería, por lo que conocía a los humanos más que todos los presentes, y podía asegurar que la suya era una causa perdida. Los humanos tienen los sentidos tan atrofiados que tropiezan en la oscuridad, no oyen a menos que les griten y una simple cerca los detiene en su camino. Es por eso que son incapaces de asimilar la belleza de la literatura felina más simple. Es cierto, asintió Frida, una gata de blanco y negro, hasta sus bailes son una pobre imitación del movimiento felino. Refifí insistió en lo noble de su causa. Siendo los humanos tan pobres, era necesario elevar su alma como un acto de compasión. 

El Consejo dio al final la autorización para escribir un libro dirigido a los humanos, pero advirtió a Refifí que no guardara muchas esperanzas, pues el cerebro de los hombres simplemente no puede comprender ideas tan elevadas. Entusiasmado, Refifí regresó a su casa con la intención de empezar con su misión cuanto antes. Encontró a su humana sentada frente a su laptop como siempre. Pero la importancia de su misión no admitía demoras, así que se enroscó en su brazo para apartarla y que le deje escribir en su teclado. La humana, sin comprender, lo apartó y le acarició antes de volver a observar la pantalla. Refifí bajó los bigotes en señal de frustración. Había olvidado lo torpes y tontos que son los humanos. Solo su tamaño los hace relevantes en el orden natural. Decidió una acción más directa. Se plantó firmemente junto a su humana y le dijo con voz alta y clara: Miau. La humana volteó y lo miró unos segundos, con esa sonrisa tonta que ponen los humanos, y luego volteó otra vez hacia la pantalla. Refifí hizo todavía otro intento, esta vez más fuerte. Miau. La humana lo miró nuevamente y lo acarició antes de volver a su trabajo. Tal vez el Consejo tiene razón, los humanos no entienden, pensó. ¿Cuál es el sentido de tener a una humana que solo puede entender las órdenes más primarias? La misión de escribir un libro que haga a los hombres abrir los ojos le pareció más necesaria que nunca. 

Refifí tuvo que esperar un par de horas hasta que la humana se puso su bozal blanco, signo de que iba a salir a la calle, y le dejó la laptop libre. En ese momento puso sus patas sobre el teclado y trató de empezar a escribir. La claridad de pensamiento que tienen los gatos, y que los humanos ignoran por completo, le había permitido ya esbozar casi todo el libro en su mente. A través de una epopeya narrada en primera persona, repasaría las mejores corrientes filosóficas entre los gatos. Comenzaría con una breve introducción histórica del pensamiento felino, desde la historia del gran Ohtep de Menfis, pasando por las escuelas de Alejandría y Nínive. Luego estudiaría los aportes de la escuela china, sobre todo de Fong, el famoso gato que gobernó China a través de su humano el emperador Chin. A través de los personajes de la epopeya, representaría las escuelas principales del pensamiento gatuno: La escuela sensorial, que postula que en el mundo solo es real cuanto puede percibirse con los siete sentidos de los gatos; la escuela lumínica, que niega la existencia de la oscuridad; la escuela ordinal, que postula el gran orden natural que sitúa a los gatos como amos de la creación, a los humanos como proveedores y adoradores, y a los roedores, aves y peces como alimento; hasta llegar a la tendencia actual del nihilismo. El final de la epopeya mostraría cómo los grandes héroes humanos, los Aquiles y Quijotes, no pueden compararse con Bastet, el gato elevado a la divinidad en el tiempo de los humanos constructores de pirámides, o con Cheshire, que vivía en el puerto del mismo nombre en Inglaterra, y que fue inmortalizado en un libro humano muy famoso. 

La escritura de esta grandiosa historia encontró un obstáculo inesperado. El teclado estaba creado para los largos y huesudos dedos humanos, y no para las flexibles y confortables patas de un gato. No obstante, Refifí se dio a la tarea con determinación. Sin embargo, otra trampa le esperaba. El clik clak al oprimir las teclas tenía un efecto relajante, y la laptop emitía un agradable calor que invitaba al descanso. Cuando se dió cuenta, Refifí estaba ya durmiendo sobre el teclado con pocas letras escritas. Así lo encontró su humana cuando regresó. Peor aún, cuando vio lo escrito en el teclado, fue incapaz de comprenderlo y lo borró todo antes de regresar a sus propias y humanas cosas. 

En el siguiente Consejo Gatuno le fue solicitado un reporte de sus avances, por lo que Refifí tuvo que admitir que no había hecho progresos. Fellini, el gato atigrado y despeinado que vivía en tres casas diferentes, le recordó que los humanos no entienden a los gatos, y que no hay nada de malo en ello, pues tal es el orden natural de las cosas. Se dice que en el lugar que los humanos llaman Francia, hay humanos que entienden algo del idioma gatuno, y que incluso pueden mantener conversaciones simples, pero no lo suficiente para ayudarlo en su propósito, y que lo mejor sería aceptar su derrota. Solo Ragazzo, el más viejo del Consejo, que simpatizaba con su causa, le ofreció su ayuda. Hay una forma de comunicarse con los humanos que muy pocos gatos pueden dominar, pero que será necesaria para transmitir tus pensamientos. Es una forma que combina sonidos y telepatía, que se dirige a las funciones más primitivas del cerebro humano, activando sentidos que los propios humanos desconocen. Yo te enseñaré a usarla, los humanos le llaman ronroneo, y los gatos lo utilizan poco más que para expresar mensajes simples, pero a ti te permitirá transmitir tus pensamientos a tu humana, le dijo. 

La tarea no era fácil. Hizo falta mucha práctica, pero después de algunas semanas, Refifí pudo transmitir sus pensamientos a su humana y escribir a través de ella de una manera aceptable, aunque ella ni siquiera estaba consciente de tal comunicación, y creía que lo que escribía se debía a su propia inspiración. Después de un tiempo, la epopeya estuvo terminada, con una prosa elegante y refinada, a pesar de las limitaciones del lenguaje humano, tan pobre en comparación a la riqueza de la comunicación gatuna. Su humana también estaba feliz por tal logro, y contenta le enseñó el primer ejemplar del libro. 

Todo cambiaría desde ese momento. Los humanos tendrían un mejor entendimiento de la filosofía gatuna, nuevos héroes se integrarían al panteón de los dioses humanos y el servicio que los humanos sirven a los gatos se beneficiaría enormemente. Una nueva y mejor era se avecinaba, pensaba Refifí. Sin embargo, algo pasó. Su humana volvía desanimada de la calle. El libro, decía, no se vendía, y la gente no sentía interés por leerlo, sin poder explicar la razón. Esto sumió a su humana en una depresión que sus ronroneos no pudieron aliviar. 

Frustrado, Refifí salió a tratar de animarse espantando a las palomas del parque, como hacía cuando se sentía abatido. Allí se encontró con Tom, un gato que presumía de conocer mucho el mundo, y quien tenía informantes entre los ratones de biblioteca. Yo sé qué es lo que ha pasado, le dijo. No eres el único que ha dictado un libro a un humano, por el contrario, son muchos los que lo han hecho, pero ninguno de los humanos ha tenido éxito nunca, y te voy a decir por qué: Si los gatos han logrado controlar a los escritores, por el contrario, son los perros los que han tenido éxito para controlar a los críticos literarios.

1 comentario:

  1. Unaa historia muy original. Ahora entiendo por qué mi gato está siempre cerca cuando escribo. :). Un beso

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