jueves, 4 de febrero de 2021

Leyendas Peruanas: El país de Jauja



En Europa, el nombre de Jauja significa un lugar de maravillosa abundancia. "Estar en Jauja" significa vivir en abundancia, tener una vida tan relajada como inmerecida. Dentro de todas las leyendas de lugares fantásticos y llenos de riqueza que circularon en Europa en el tiempo que siguió a la conquista española solo Jauja existió en realidad, como existe hasta el día de hoy, aunque sus habitantes actuales poco saben de esta fama y de este mito que fue verdad por un pequeño lapso de tiempo. 

En el año 1534, durante la conquista española del imperio de los incas estaba todavía en desarrollo. Las huestes de Francisco Pizarro eran pocas y estaban rodeadas de indígenas, y las posibilidades de ayuda estaban a varios meses de distancia. Mediante un golpe de audacia y mucha suerte, en Cajamarca habían obtenido el tesoro más grande del que se hubiera conocido jamás: el rescate en oro y plata del inca Atahualpa. Con la parte que tocaba al soldado de menor rango, hubieran podido poseer todo lo que quisieran de vuelta en España, sin volver a trabajar en toda su vida, pero la codicia era más poderosa, y todos querían llegar al Cuzco, la capital del imperio, donde les aguardaba el premio mayor. Todos los indígenas con quienes hablaban les decían que el oro y plata que llevaban no era nada en comparación con lo que encontrarían en el Cuzco. Pero para conquistar el imperio, primero tenían que llegar, y el camino no era fácil para los españoles con armaduras, caballos, y el peso del tesoro que cargaban. 

Los caminos incas no estaban pensados para el paso del ejército español. Aunque empedrados y en buena condición, apenas tenían el ancho para dos personas, y pasaban por las partes altas de las montañas, lejos de los ríos. Los soldados iban a pie, debido al peligro de caer por los abismos que bordeaban el camino, y además porque preferían usarlos para cargar los lingotes de oro y plata que traían desde Cajamarca. Aún así, era necesario tapar los ojos de los caballos para pasar por los caminos al borde del precipicio, que aterraban también a los españoles, que sufrían además del “soroche” o mal de altura. El paso era lento y dificultoso, porque los españoles no iban solos. Francisco Pizarro usaba sus dotes políticas para atraer a su bando a los “curacas” o gobernadores de los pueblos que pasaban, convenciéndolos de que ellos estaban para liberarlos de la opresión incaica. De esta manera los 200 españoles hacían el viaje hacia Cuzco con más de tres mil indígenas que creían que iban a liberar a sus pueblos. 

El imperio inca estaba tan bien organizado que en el camino se encontraban cada cierto trecho “tambos” o almacenes de alimentos, pero las dificultades del camino y la cantidad de gente hacían que estos fueran insuficientes. El hambre empezó a atacar al ejército. Llenos de oro pero sin comida, los soldados españoles experimentaron el primer episodio de hiperinflación del que se tiene registro, llegándose a pagar varios lingotes de oro por el cadáver de un perro para comer, o por unos cuantos vegetales. Esto, aunado al vicio del juego que trajeron los conquistadores, hizo que muchos de los soldados volvieran a la pobreza. 

A mitad del camino entre Cajamarca y el Cuzco, encontraron la que era una de las ciudades más grandes y ricas del imperio, habitada por los Xauxas. Esta ciudad se encuentra en un amplio valle, y tiene caminos que la conectan con la costa. El comercio y la agricultura del valle hacían a esta ciudad abundante en alimentos, y la riqueza de sus templos rivalizaba con los del Cuzco. A los fatigados y hambrientos españoles esto les pareció sin duda el paraíso. Los huancas, la nación de la que eran parte los Xauxas, habían sido conquistados hacía relativamente poco por los incas, así que recibieron amistosamente a los españoles. 

Los curacas Huacra Paucar y Cusichaca, creyendo que los españoles venían a liberarlos, dejaron que saquearan los templos incas y aún la casa de las vírgenes del sol, de donde literalmente tomaron lo que quisieron. Mucho del oro y plata que no pudo llegar a Cajamarca para el rescate de Atahualpa se encontraba también allí. El ejército español se vio de pronto en abundancia de comida y riquezas, Pizarro quedó tan encantado con la ciudad y su clima, que decidió hacerla la capital del dominio español en el Perú. Para mayor alegría, el nombre de la ciudad, Hatun Xauxa (Alto Jauja), les recordaba al nombre de la ciudad española de Jauja, en Cordoba, por lo que se hizo la fundación española con el nombre de Santa Fe de Hatun Xauxa. 

El descanso de los españoles en esta ciudad fue muy breve, pues Pizarro no había olvidado que su verdadero destino era la capital del imperio. Los soldados no volvieron a sentirse tan a gusto como en su estancia en Jauja y llenarían a Europa con historias sobre la abundancia de ese lugar, asociándolo con “El País de la Cucaña”, con el que se confundió en el imaginario europeo. Cartas primero, y el relato de los propios protagonistas cuando regresaron a España, hizo volar la imaginación y Jauja terminó siendo descrita como la ciudad capital del país de Jauja, con puertas de diamante y casas de mármol fino, donde aquel que era sorprendido trabajando, era castigado con 200 azotes, y donde no se moría sino de risa. Un romance del siglo XVII escrito por Lope de Rueda nos presenta la descripción del valle y la ciudad de esta manera: 

Primeramente hay en ella, a trechos proporcionados, 
Treinta mil hornos, y todos tienen, sin costar un cuarto,
Con abundancia molletes, pan de aceite azucarado, 
Vizcochos de mil maneras, chullas de tocino magro, 
Empanadas excelentes de pichones y gazpachos, 
De pollos y de conejos, de faisanes y de pavos 
De lampreas, de salmones, de atunes, truchas y barbos, 
De sabogas y besugos, y de otros muchos pescados; 
Pastelones de ternera, lechoncillos bien tostados, 
Tortradas de varios dulces, y de sazones agrios; 
Cazuelas de codornices, de arroz, tórtolas y gansos 
Y de pícaros bobos sabrosos y extraordinarios. 

De queso una gran montaña, de mantecados un campo 
De manjarblanco una dehesa y de cuajada un barranco 
Un valle de mermelada, de mazapanes dos llanos
y de azitrón dos collados

Hay de miel un largo río guarnecido y margenado 
de árboles cuyos frutos son pellas de manjarblanco 
Hay hojaldres muy sabrosos, buñuelos almibarados, 
Mantequillas, requesones y pepinos confitados 
Hay treinta acequias de aceite, y un dilatado peñasco, 
La mitad de queso fresco, y la otra mitad salado. 
Hay diez y siete lagunas continuamente manando 
Aceitunas como huevos, y alcaparrones tamaños; 

Hay de leche un ancho río, en muchas partes helado 
otro de natas y azúcar, a los golosos brindando. 
Hay una mar de vino griego, otro de San Martín blanco 
Dos ríos de malvasía, de vino Moscatel cuatro. 
De hipocrases tres arroyos, de limonada diez charcos, 
De agua de limón y guindas, canela y anís, seis lagos; 
De vinagre blanco y tinto diez balsas en breve espacio, 
De aguardiente treinta pozos, los más de ellos anisados; 
De agua dulce, clara y fresca, doce mil fuentes, que es pasmo
Lo artificioso de todas, lo primoroso y lo vario; 

Hay una hermosa arboleda, que tiene por todo el año, 
Peras, membrillos, camuesas, melocotones, duraznos, 
Manzanas, granadas, higos, todo bueno y sazonado. 
Hay campos que dan melones, ya blancos, ya colorados, 
Ya chinos, ya moscateles, ya escritos, ya borrados. 
Hay un espacioso bosque adonde nacen caballos 
Andantes y corredores, ensillados y enfrenados, 
Potros, yeguas, mulas, vacas, carneros, cabritos, gamos, 
Corzos, cabras y terneras, jabalíes y venados. 
De nieve hay una gran montaña, de virtud prodigio raro, 
Que calienta en el invierno y refresca en el verano. 

Hay en cada casa un huerto de oro y plata fabricado, 
Que es prodigio lo que abunda de riquezas y regalos. 
A las cuatro esquinas de él hay cuatro cipreses altos: 
El primero de perdices, el segundo gallipavos. 
El tercero cría conejos, y capones cría el cuarto. 
Al pié de cada ciprés hay un estanque cuajado, 
Cuál de doblones de a ocho, cuál de doblones de a cuatro. 

El nombramiento de Jauja como ciudad capital del Perú duró poco, pues a pesar de su abundancia, no tenía un acceso fácil al mar, facilidad que necesitaban los españoles para embarcar sus tesoros o para una rápida huida, pues la conquista del reino inca no había concluido. La ciudad siguió siendo un punto de comercio importante, pero no recuperó nunca su antigua grandeza, pero la fama ya había sido creada y la leyenda aceptada por los europeos. Desde entonces la fama de Jauja como lugar de abundancia se cimentó en Europa, aunque aquí en el Perú no era muy conocido.

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