domingo, 3 de mayo de 2020

Incultura literaria


Recomendar libros es una de las pocas actividades que puede hacerse con cierta sinceridad, ya que es poco probable que el escritor o la editorial me paguen por recomendar algo, ni tampoco es frecuente tener intereses subalternos, quizá en alguna ocasión pueda haber razones de amistad o afinidad política, pero el ambiente en el que suelo moverme me exime de tales contactos. Por lo tanto, confieso públicamente que no soy bueno para recomendar libros. Siempre he creído que más que cultura literaria, tengo una incultura literaria.

No me considero un gran lector de libros. Al menos, ahora leo mucho menos de lo que alguna vez leía. Leí muchos clásicos, y muy poca literatura moderna. En mi opinión personal (Por favor, que alguien me desmienta), la literatura actual es muy deprimente, no encuentro un relato o un libro escrito desde la perspectiva de la alegría. Tal parece que para escribir algo ahora hay que ser un deprimido antisocial.
Para deslindar críticas que imagino ya se están formando, yo sí creo en recomendar libros. Es más pienso que debería declararse una actividad de interés nacional, en vista de tanto funcionario o figura pública que hace gala de una ignorancia inmaculada, sin ninguna contaminación cultural. Sería una efectiva prueba de ingreso pedir como requisito para cualquier cargo público recomendar un libro que no esté de moda o que no le hayan hecho película.

Y yo no sé recomendar libros. Claro que he conocido gente que necesita con urgencia que le recomienden un libro, aunque sea uno solo, pero yo sólo sé mencionar aquellos libros que me gustaría leer a mí, y la experiencia me dice que mis gustos no coinciden con los gustos generales.

Estoy seguro de que algunos considerarán como un pecado mortal no haber leído nunca a Murakami, ni a Bukovski, y peor aún, haber abandonado varias veces la lectura de Cortázar. Siendo así, mis conversaciones literarias son bastante limitadas, lo que no impide que de vez en cuando alguien me pida alguna recomendación.

Y ahí es donde vienen los problemas. Creo ser bueno para recomendar libros a alguien que se inicia en la lectura, pero no para los que ya conocen un poco. Además, recomendar un libro es también pensar en la persona que lo va a leer, la que no necesariamente le va a gustar lo mismo que a mi. Varias veces he conversado con gente que habla con entusiasmo de algún libro de Paulo Coelho, y he respondido recomendando a Saramago, Borges o Umberto Eco, pero pocas veces he tenido éxito.

Una vez encontré en internet este texto: A veces me gusta recomendar un libro que no he leído, pero que me gustaría leer. Es mi manera de decir “sálvate tú”. Pocas veces me he sentido así de identificado con un texto ajeno.

Recuerdo la única vez que tuve éxito recomendando un libro. Estaba en un campamento minero sin señal de teléfono ni TV, y cada vez que bajaba a la ciudad buscaba el libro más grande que me ayude a pasar el aburrimiento después del trabajo. En esa ocasión acababa de terminar “El Conde de Montecristo” y un compañero en una conversación me comentó que estaba leyendo “Caballo de Troya”. Eso me pareció una abominación, así que le recomendé y terminé prestándole el libro, convenciéndolo de empezar a pesar de la intimidante cantidad de páginas. La siguiente vez que lo encontré me hablaba del libro con la emoción de quien sigue hoy las series de moda.

Por eso soy muy selectivo a la hora de responder a un pedido de recomendación de un libro, película o música. No me gusta que después me reclamen de que mi recomendación no le gustó.

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