miércoles, 13 de mayo de 2020

La era Cuarentenaria


Nadie duda hoy que estamos viviendo una nueva era, lo que era normal hace tan solo tres meses, ya no lo es más, Yo ya he pasado por la era Paletozoica, la era Intermezzozoica, el Secretácico y el Perjurásico, hasta llegar a la era actual, que es la Era Cuarentenaria.

Cuando llegó la pandemia, yo estaba más o menos preparado, aunque sin comprender aún la magnitud de lo que nos esperaba. Me había cortado el pelo, y había dado por terminado mi “mes sabático” después de terminar en mi anterior empleo. Por precaución, suspendí mis vacaciones donde pensaba escalar montañas sin cuerda, bucear con tiburones y lanzarme al vacío desde un globo. No vaya a ser que me coja el coronavirus y me muera. Veía las noticias de Europa para comprobar que, si hubo un tiempo en que todos los caminos llevaban a Roma, hoy los caminos llegan, pero ya no salen. Los expertos declaraban que debíamos evitar tocar a la gente, mantener un metro de distancia, adiós besos y abrazos. ¡Nos quieren convertir en ingleses! comentaba yo.

 Al menos en mi casa pudimos despedirnos de las comidas en el restaurante, cuando ya la gente tenía miedo de ir por miedo al contagio. Mi último gusto fue pedir un pollo para llevar, y tomar una foto de ese último día en un enorme local casi vacío . Esa misma tarde se informó que todos debían quedarse en casa y cerrar todos los negocios. Al día siguiente desperté y ya no era fin de semana, pero no se notaba. Por orden del Presidente, todos a quedarse en sus casas, a menos que sea estrictamente necesario. Como todo el mundo, tuve que llamar a mi trabajo para preguntar si mi labor es “esencial” o si me iban a echar a la calle, como a la mayoría de los empleados que no tienen un buen padrino.

Así empezó mi aislamiento. Todavía en ese tiempo la cosa no pintaba tan grave, podía conversar con mis amigos sobre lo divertido que sería pasar unos días en casa, contando las aventuras de una sobrina que vino de vacaciones a mi casa y a quien casi agarra el cierre de aeropuertos y pudo regresar a Europa en uno de los últimos aviones que despegaron de Lima. Como muchos, empecé la experiencia del teletrabajo. Descubrí las que delicias de trabajar desde casa con la música que quiera al volumen que quiera y sin ningún compañero de trabajo que se queje. El gusto me duró poco más de una semana hasta que se dieron cuenta de que yo no era tan esencial como habían creído al principio. Me quedó entonces la televisión y los grupos de whatsapp. Recordé el porqué ya no veía televisión cuando le di vuelta a todos los canales sin encontrar algo decente. Netflix tampoco me duró mucho, y los grupos de whatsapp empezaron a llenarse de todos los rumores, falsas recetas contra el Coronavirus y fake news que es capaz de inventar la gente obligada a quedarse en su casa.

Curiosamente, entre todo ese chisme no vi ningún anuncio de cura homeopática contra el coronavirus, ni nadie diciendo que ser vegano protege contra este mal. Las lámparas del Himalaya y los cristales de cuarzo tampoco se están aplicando, ni los evangelistas que ofrecen milagros para todos los males dijeron presente. Empecé a sospechar que todo eso es pura mentira.

Los noticieros de la televisión me parecían irreales, como si vieran en la pandemia un ensayo para cuando llegue el apocalipsis zombie. Tampoco nadie anunció lo que temía, que el confinamiento era para mí por hacerme el chistoso, No por ser portador del coronavirus, sino por tonto, que dicen que es más grave y contagia más. Debe ser una de esas informaciones que oculta el Gobierno.

Las clases online que intenté tampoco funcionaron bien. No podía interrumpir al profesor con mis agudos comentarios, ni ver la cara de confusión de los otros estudiantes, que ahora se ven como otros televidentes de los noticieros.

Las veces que salgo a la calle a comprar me cruzo con los que salen a pasear al perro, ambos con la misma cara de felicidad al por fin salir de la casa. Tal vez no sea tan mala idea pedirles prestado el perro para pasearlo yo también. Es que el policía que me detuvo el otro día no me creyó cuando le dije que había salido a pasear al loro. A propósito, los canarios, periquitos y palomas que viven enjaulados en muchas casas deben estar sonriendo al ver a sus dueños tan encerrados como ellos. Si yo tuviera uno de ellos ya los habría liberado para que al menos ellos fueran libres.

Así llegamos a estos días, en que ya estoy llegando al final del playlist de 15000 canciones que tenía preparado, pensando en mi zona de confort no era de tanto confort como creía, en que al final de esta epidemia, sólo se salvarán los que nunca han recibido un beso, un abrazo, los que no han bailado una balada, los solitarios. Pensando en que cuando podamos salir, muchas parejas se divorciarán, otras redescubrirán el porqué decidieron unirse, a otras les confirmará que les conviene vivir separados, y por último, algunos saldrán corriendo a casarse.

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