jueves, 23 de abril de 2020

Crónica de Cuarentena


Quisiera decir que esto empezó hace mucho cuando recibí una cadena de email que me prometía dicha infinita, mucha riqueza y amor si la reenviaba a siete amigos, amenazándome en cambio con años de desgracia, enfermedades y pobreza si no contestaba y la movía a la carpeta de spam. Tampoco le podemos echar la culpa a todos aquellos que a principio de año publicaron en sus redes sociales “2020, sorpréndeme”, “Estoy preparado para todo lo que me mande la vida” o algo parecido.

La cuestión es que el virus apareció y nos cambió la vida a todos. Cuando empezaron a llegar las noticias y todo se veía muy lejano, nadie se preocupó y todos nos reíamos, hasta que empezaron las noticias de Europa y las restricciones de viajes. Todavía los que más se quejaban eran los que veían arruinarse su viaje a Miami o sus vacaciones al Caribe. Cuando los primeros casos aparecieron en nuestro país, todavía había mucha gente con complejo de Supermán que pensaba que a ellos no les afectaría el virus y salió alegremente a la calle, confiando en su invulnerabilidad. Cuando se dió la orden de inmovilidad, lo primero que hicieron fue revisar la norma para buscar el resquicio que les permita salir con normalidad.

Yo estaba en mi segundo día en mi nuevo trabajo como apoyo a un experto extranjero que regresó a su país literalmente en el último avión que dejaron salir, lo que me dejó sin empleo y sin ganas de salir. Todavía pude seguir coordinando haciendo teletrabajo por dos semanas más hasta que me avisaron que todo se suspendía hasta nuevo aviso. Para entonces muchos amigos estaban también con trabajo suspendido, vacaciones forzadas o el eufemismo que inventaran las empresas para prescindir de sus servicios.

Por esos días, el Gobierno debió enviar un agradecimiento público a los dueños de Netflix, que hizo el encierro en casa más llevadero y sin pecar de exageración, salvó al país de una revolución, al distraer al pueblo del hecho de poner a todo un país en arresto domiciliario. Cuando todos ya habían visto en Netflix todo lo que había por ver, no quedó otra opción que ver los noticieros de televisión abierta. Muchos descubrieron horrorizados lo mucho que dependemos de las acciones del Gobierno, y se dieron cuenta de lo importante que es pensar antes de votar. Los opositores tampoco se quedaron atrás en dar muestras de su incapacidad, exigiendo medidas idiotas para ganar votos.

Algunos con un retorcido sentido de patriotismo, comparaban nuestras cifras de afectados por el virus con las de los países vecinos y rivales, como si fuera un campeonato. Mientras tanto, veo con envidia en los noticieros que las playas se ven más bellas que nunca, los ríos vuelven a cantar y las aves anidan libres en los parques, y yo sin poder salir a verlos, con mi cámara guardada en su estuche.

Ahora solo salgo a la calle a hacer las compras, ataviado como lo estaría el hijo rebelde de Darth Vader, me he aburrido de las noticias y los cursos virtuales, he hecho otro infructuoso intento de aprender a tocar la guitarra y estoy en la fase de imaginar lo bonito que hubiera sido pasar la cuarentena en la casa de Scarlett Johansson, y de buscar algo que hacer en cuanto termine esta pequeña crónica, cuando termine la cuarentena, o en cuanto se termine el mundo, lo que ocurra primero.

Hoy hemos aprendido lo importante que son los profesionales, los derechos laborales, de la utilidad de la matemáticas, que se puede vivir sin fútbol, pero no sin música. Otros amigos han aprendido lo difícil que es cuando en una familia hay al mismo tiempo teletrabajo, un hijo con clases virtuales, la esposa viendo Netflix y la hija tratando de hacer un video para tiktok, y todo ello con una conexión de internet que ya no daba más desde antes que empiece la pandemia.

Cuando todo esto termine, o mejor, cuando el mundo recupere algo que se parezca a la normalidad, voy a reconsiderar a muchas de mis amistades, sobre todo aquellas que insisten en enviar por whatsapp una teoría conspirativa diferente cada día, noticias falsas o curas milagrosas contra esta enfermedad, al grado de que empiezo a pensar que el famoso virus afecta al cerebro.

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