domingo, 12 de abril de 2020

El viaje de la codicia


¿Cuánta riqueza es suficiente? ¿En qué momento la codicia es aplacada? ¿Alguien puede decir que ya no desea más de lo que tiene? Hubo una vez en que la condición humana se enfrentó a estas preguntas en mi país, y esta es la historia.

Es el año 1533, y un grupo de conquistadores españoles decide su futuro en la ciudad de Cajamarca. Contra todo pronóstico, tomaron prisionero al inca Atahualpa y han cobrado el rescate en oro y plata más grande que el mundo haya conocido, para luego traicionar al inca y ejecutarlo tras una farsa de juicio que solo ellos comprendieron. Ahora deben decidir si regresar o emprender el viaje hacia la capital del imperio, el Cuzco, a más de 1000 km de distancia de un territorio totalmente desconocido.
Todos son ricos, si emprenden el regreso a España tendrán asegurado su futuro y el de toda su familia por generaciones, pero aun así quieren más. Es un viaje de codicia. Cada uno de los españoles era pobre en su lugar de origen, y ahora posee tiene más riquezas que la mayoría de los reyes de Europa. ¿Por qué alguien podría querer más?, pero Francisco Pizarro logra convencerlos de que las riquezas en Cuzco son aún mayores.

Los soldados, con sus caballos, con el oro y los indígenas que se les han unido en contra de la opresión incaica, inician el camino. Los incas han dejado un camino que lleva al Cuzco, y almacenes de alimentos en cada día de camino, pero que no está pensado para los caballos. Durante el viaje, los españoles se enfrentan a paisajes que no imaginaron nunca y que no son capaces siquiera de describir. Llaman “sierra” a una cordillera el doble de alto que las de su tierra natal, con pasos de más de 4,000 metros de altura, sobre abismos de vértigo, en donde deben cubrir los ojos de los caballos y empujarlos para que avancen. El aire es tan delgado que sufren de mal de altura, los nativos les enseñan a mascar hojas de coca para mitigar sus efectos.

El camino, apenas ancho para el paso de dos personas, se hace lentamente para el ejército conquistador. Nunca fueron solo 180 españoles. Más de dos mil personas se les han unido, miembros de pueblos que fueron conquistados no hace muchos años por los incas y que creen que están recuperando su libertad. En esto es vital la ayuda del “lenguaraz” Felipe, que ha servido de intérprete todo el viaje, y que ya ha aprendido la codicia, la traición y la mentira de los europeos. Pronto los “tambos” o almacenes de camino son insuficientes para el ejército y los españoles pasan frío y hambre. Los incas han planificado los caminos para que no pasen por tierras cultivadas, para no desaprovechar ningún terreno que pueda producir alimentos. Entonces ocurre otro fenómeno que nadie en Europa ha conocido jamás. Los tesoros que llevan sirven de poco en una economía que se basa en el trueque y en donde el oro y la plata no son medios de intercambio. Los españoles son ricos, pero deben pagar precios exorbitantes por trozos de comida. Incluso un perro muerto es intercambiado por varios kilos de oro.
El vicio del juego también hace mella en el tesoro personal y se juegan grandes fortunas a los dados y a los naipes, por lo que varios soldados son ahora tan pobres como cuando llegaron a Cajamarca.

A mitad de camino llegan al valle de Jauja, centro de comercio de donde salen caminos hacia la costa. Es un lugar de clima templado en donde el “Curaca” o gobernador los recibe cálidamente. La riqueza que encuentran y los edificios que ven hacen creer a los agotados y hambrientos españoles que han llegado a un reino maravilloso. Desde entonces “Jauja” en el imaginario español y europeo significará un lugar de abundancia, convirtiéndose en un reino mítico.
Un grupo de españoles se separa y parte hacia la costa, llevando el quinto real, la parte que corresponde al Rey de España, del tesoro de Cajamarca. El resto sigue el camino al Cuzco.

Durante el viaje de camino al Cuzco, crece la inquietud de los españoles por un posible ataque de los incas. Si son atacados, estarán a miles de kilómetros de cualquier ayuda, pero la codicia de los soldados empobrecidos y los relatos que escuchan sobre el Cuzco los hacen seguir. Escuchan sobre templos hechos de oro, jardines hechos de oro y palacios increíbles. También escuchan que tras la muerte del inca, la anarquía empieza a derrumbar el imperio. El día antes a la llegada a la capital de los Incas, se detienen en un pequeño pueblo. “Descansaremos aquí por hoy”, dice Francisco Pizarro. Desde entonces el pueblo es llamado Poroy.

 Cuando llegan a la entrada de la ciudad descubren que todo lo que escucharon en el camino es verdad. La ciudad tiene la forma de un puma, los templos de oro existen, los habitantes y los visitantes tienen la conciencia de estar en una ciudad sagrada. El viaje de la codicia ha terminado.

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