domingo, 3 de marzo de 2019

Milagros apócrifos



En aquel tiempo, Jesús pasó todo un día caminando y predicando a los pobres, curando leprosos y ciegos, hablando del Reino de los Cielos y del amor al prójimo. Caía ya la tarde cuando le venció el cansancio y el hambre, pues no había comido ni descansado en todo el día. Al llegar a las puertas de un pueblo se le oyó decir “Tengo mucha sed”. Uno de los pobladores, vestido como samaritano, le alcanzó un gran jarro de barro lleno de agua. Jesús tomó el jarro con gran alegría y lo bebió con avidez hasta dejarlo casi seco. Gracias, hermano, es bueno encontrar gente que no niega la hospitalidad al recién llegado – dijo. El dueño del jarro miró a Jesús con rostro atónito. - ¡El agua de ese jarro no era para tomar! -Exclamó. - Entonces, ¿Para qué me lo alcanzaste? Le respondió Jesús. - Era para que la convirtieras en vino...
Todos los presentes fueron en ese momento testigos del milagro de que Jesús no le rompió el jarro en la cabeza, ni lo fulminó con un rayo, ni lo arrojó al pozo de agua. Palabra de Dios.

II 
En aquel tiempo, llegó Jesús a una aldea en donde pronto se dio aviso de su llegada, la gente llegó en multitud para verlo y escuchar sus prédicas. Pero esta vez, a diferencia de todos los pueblos que había pasado, no había un ciego, ni un leproso, ni un enfermo a quien curar. Es extraño – dijo Jesús – Sé que alguien me necesita aquí, pero no puedo distinguir a quién. De pronto vio en la puerta de una de las casas a un anciano sentado en el piso. Algunos de los pobladores intentaron prevenir a Jesús. – No te acerques a él, Maestro, es un hombre odioso, que trata mal a todos, no recibe a nadie en su casa y niega el saludo y hasta el agua a quien pasa por su puerta. Jesús no hizo caso y se detuvo junto al hombre. – Veo que has sufrido, y que llegaste a esta aldea donde la gente no te conoce ¿Tienes fe?. El hombre se levantó y le dijo: Hasta hoy solo había esperado la muerte, ya que no se me ha concedido el olvido, pero ahora te veo y te pido que perdones mis pecados. Sí, tengo fe.
Jesús tocó la frente del anciano con su mano, diciendo: Tus pecados han sido perdonados. Podrás vivir en paz desde ahora.
Todos los presentes vieron como el anciano se ponía erguido y parecía crecer. De pronto, la risa iluminó su rostro, la risa se convirtió en carcajada, y la carcajada en un llanto de felicidad. Así estuvo un largo rato después de que Jesús se fuera, dejando a todo el pueblo sorprendido, pues nadie había visto antes sonreír al anciano. Desde entonces el anciano abrió su casa, que se llenó de luz, y saludó a todos con una gran sonrisa, y jamás se le volvió a ver con la tristeza en el rostro.
Los discípulos de Jesús le preguntaron qué era lo que había pasado, y el Maestro solo respondió que eso era lo que había venido a hacer en esa aldea, y que no sólo los leprosos y los ciegos necesitan curarse.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...