jueves, 17 de septiembre de 2015

El índice


Algo que tengo yo, y que muchos ingenieros tenemos, es que tratamos de cuantificar las cosas. No me gustan las opiniones subjetivas, el “yo opino”, o el “a mí me parece”. Todo tiene que ser medible para poder mejorarlo. Medimos longitudes, duraciones, bit por segundo, frecuencias, de manera de poder definir quién es más alto, más resistente, o tiene mejor conexión a internet. Esta necesidad de medir las cosas no es siempre comprendida por las personas normales, que insisten en que hay cosas que no se pueden medir. Tal vez sea cierto, pero también es cierto que muchas cosas que la gente cree que no se pueden medir, en realidad ya tienen unidad de medida y aparatos para medirlas. Y las que no, pues con un poco de ingenio podemos hallar una manera de cuantificarla y compararla con otras.

Esa es una de mis últimas manías, establecer formas de comparar y medir cosas que hasta ahora no tienen manera de ser medidas. Empecé con un incidente en el cual un turista de visita en mi país decía que podía comer comida picante. El problema es que en Europa creen que la pimienta es picante, y no tienen idea de lo que hace el ají en paladares no entrenados. ¿Cómo explicar a un extranjero lo que es el ají y el rocoto sin que crea que estamos exagerando? La inspiración la encontré al ver la cara de mi amigo al tomar un vaso de leche de tigre. Crearía una escala de picante basada en el color de la cara del turista al probar distintos grados de picante, yendo desde la tez blanca del europeo hasta el rojo fuego, que es precisamente el valor que tomó la cara de mi amigo al tomar la leche de tigre creyendo que era leche de vaca. Ya pensaba hacer cartillas de colores con el nivel de picante, cuando caí en la cuenta de que esta valoración también es subjetiva y hay gringos que aguantan más que otros. Pensé entonces en una escala de picante basada en el pH. El valor cero, por supuesto, corresponde al agua, siguiendo con la pimienta, que sería el valor uno, y así seguir subiendo hasta llegar al “pipí de mono”, que es un ajicito pequeño que cuando se los damos a un turista le hacemos firmar primero una declaración liberando de responsabilidad al cocinero y dando fe de que la está probando libremente sin ser obligado por nadie. Lamentablemente, no puedo avanzar demasiado en probar esta escala porque no encuentro otro turista que me sirva de conejillo de indias para que pruebe todas las escalas de picante.

Otro de mis intentos es el de crear un índice que me indique la calidad de las canciones basado en la cantidad de taconeos por minuto que da la gente al escucharla. El problema es que hay gente que le gusta el reggaetón, lo cual echa por tierra todas mis teorías sobre la calidad de la música.

El mayor éxito que me he anotado hasta el momento me vino en un momento de inspiración al escuchar a una amiga lamentarse de que está gorda. Yo le hice notar que en realidad no la veía gorda sino mal distribuida. Para ponerlo de manera simple, ella usaba una camisa talla S pero con pantalón corto talla L, creo que con eso se entiende. Eso del 90-60-90 solo sirve para las modelos europeas de un metro ochenta de estatura, no para nuestras bellezas latinas, que son más despachaditas. Nos urge entonces una nueva escala de medición. Después de un cuidadoso análisis de las formas femeninas (trabajo duro, pero que alguien tenía que hacer, y al no confiar en la cinta métrica, preferí hacer las mediciones por palmos) llegué a lo que llamé el “índice de quiebre” que es la relación entre la medida de cintura y la medida de la cadera. Un índice de quiebre de 1, por ejemplo, significa que la silueta en cuestión toma una forma plana; un valor mayor de 1 se ve gordo, siendo el valor ideal obtenido empíricamente el de 0.66. A mi amiga le salió un índice correspondiente a la figura en forma de huevo, lo cual tampoco estaba tan mal en comparación con su grupo de amigas, a las que transmitió entusiastamente mi descubrimiento. El índice de quiebre ha sido acogido entonces por un grupo de personas cada vez mayor, ya empieza a difundirse en gimnasios y a tomarse como requisito para entrar a las discotecas de moda, aunque pocas personas me dan hoy el crédito.

Todavía no me canso de buscar relaciones numéricas para explicar y medir esas cosas que el resto de la gente califica todavía de acuerdo a su mejor parecer, sin la ayuda de la ciencia. Estoy tratando ahora de crear una escala para medir el nivel de aburrimiento, para los momentos en que estoy aburrido, poder decir “Este trabajo me causa un aburrimiento de nivel 4” o algo así. También busco la forma de medir la nada, es decir, desde esa nada que hay en el ropero cuando una mujer dice “no tengo nada que ponerme”, cuando alguien dice que no está haciendo nada pero en realidad está haciendo algo, hasta cuando no se está haciendo realmente nada. Les mantendré informado de mis progresos.

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