miércoles, 1 de octubre de 2014

Una bella, un café


Llegué al café cerca de la plaza, como otros turistas que se refugian del frío nocturno. No pensaba en nada más que tomar uno de los buenos capuccinos que sé que sirven allí, pero las cosas se presentaron de manera diferente. Fue allí cuando la vi. Una mujer bellísima, sola, esperando un chocolate caliente y algo que comer. Empecé, casi como acto reflejo, a buscarle conversación. Ella solo dijo un par de palabras, suficientes para hacerme saber que era brasileña. Redoblé mis esfuerzos, tratando de intercalar las pocas palabras en portugués que conozco, confiando en que su poco castellano le bastara para entenderme. En eso llegó su pareja. Ignoro si sería un amigo, su esposo o su enamorado, pero al verme hablar tan animadamente (ella no había respondido una sola palabra), intervino en mi monólogo. Nos quedamos conversando una hora él y yo, una de esas charlas de turistas, comparando nuestros respectivos viajes y hablando sobre nuestros lugares de origen. Ella no dijo más de dos palabras para asentir lo que el otro decía. Cuando salimos y nos despedimos, me quedé pensando si no habría roto mi propio record de tonto, al tratar de abordar a una bella mujer y terminar haciendo amistad con su pareja.

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