Hay cosas que el progreso nos ha quitado y de las que hoy queda solamente su valor simbólico. El objeto pierde entonces su utilidad práctica y quienes lo conservan lo exhiben ante el casual visitante con reverencia, por la historia que guardan y para admiración de quien es capaz de apreciarlas como obra de arte. Las espadas nos recuerdan un tiempo en que la milicia era una profesión honorable y las máquinas no habían convertido el acto de matar en un proceso tecnológico más.
La primera espada la vi hace ya muchos años.
Una amiga mía era hija de un militar que conservaba la espada en su estudio.
Esa habitación llena de libros, recuerdos y diplomas, era también el sitio
donde nos juntábamos a conversar y pasar el rato. En un momento en que ella
salió a atender al timbre, aproveché para examinarla. La empuñadura me pareció
más bien simple y sin adornos en comparación con la funda de cuero bordado, y
una placa con el nombre y la fecha., Estaba a punto de sacarla cuando regresó
mi amiga. Sorprendido, di un salto y casi la hago caer al piso. La escena
cómica de mis disculpas por hacer algo indebido valió la pena para que ella
accediera entre risas a contarme la historia. No era una espada, en principio,
era un sable, según me dijo, y le había sido entregada a su padre como muestra
de que había terminado la escuela militar con honores. Cuando al fin la sacó de
su funda y me dejó verla (Solo un momento, antes que llegue mi papá - me dijo) me sentí
como quien observa un tesoro oculto. La hoja larga y el filo brillante me
hicieron entender por qué en tiempos pasados los militares eran respetados y
considerados como un ejemplo. Es por esto, pensé que alguien que porta una
ametralladora automática genera miedo, pero el que porta una espada inspira
respeto. El acto de matar a un adversario con esta arma implica contacto y
conocimiento. Uno debe ver los ojos del enemigo, y debe tener el temple
necesario para verlo morir. La muerte por arma de fuego, con fusil o escopeta,
por el contrario, implica distancia, convirtiendo el acto en algo más
impersonal, con menor carga emotiva involucrada. Yo, que no sé nada de armas ni
de estrategias militares, ignoro si realmente era así en esos tiempos, pero
recuerdo que eso es lo que pensé en ese momento. Devolvimos el sable a su sitio
en la pared y le pregunté a mi amiga cuándo su padre me podría contar más.
Quería saber si alguna vez fue usada en combate, si alguna vez se había
manchado de sangre, que se necesitaba para dominar el arte de su manejo. El
tiempo posterior no dio ocasiones para ese encuentro. Aunque conocí a su padre,
siempre nuestras conversaciones duraron unos pocos momentos, y nuca se dio la
ocasión de preguntarle sobre la historia de esa espada.
La segunda espada la conocí ya varios años
después. En ese tiempo trabajaba para una empresa que hacía servicios que me
hacían visitar a distintas compañías. En una de ellas me entrevisté con el
dueño de una empresa, de ascendencia japonesa. La conversación en realidad era
mitad de temas laborales y mitad conversación coloquial, como creo que es mi
estilo. En algún momento indiqué que el logotipo de la empresa parecía un
emblema samurái. El señor, que ya tenía cierta edad, se mostró encantado por la
observación, y la conversación se convirtió en una narración de la historia de
su vida, apoyada por algún libro, documentos escritos en japonés, y la espada.
Era cierto, el empresario en cuestión descendía de un samurái que llegó al Perú
hacía más de un siglo trayendo su honor y su espada. Ya sabía, por películas, que estaba en presencia de una Katana, pero nunca había visto una directamente.
Comprendía entonces por qué se les consideraba una obra de arte tanto como un
arma. Tan solo la funda de madera laqueada merecía admiración. Sin soltar nunca
la espada, la sacó un poco de su funda para mostrarme la hoja. La hoja también
estaba tallada y tenía en realidad como me había dicho el filo de una hoja de
afeitar. Esta espada si había sido usada en combate, defendiendo a su señor,
había conocido la victoria y la traición, el honor y el respeto, en un tiempo
se mostró orgullosa al sol, y en otro tuvo que ser ocultada, siendo testigo de
una parte de la historia de Japón y del Perú, hasta llegar a su sitio actual.
Katanas desde que las conocí a los 15 años me enamoré profundamente de ellas
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