Joaquín Sabina es uno de esos tipos de los que uno espera siempre lo mejor al escucharlo: la frase precisa que resume una sabiduría aprendida a los golpes de vaso, entre los humos de los cigarros, en las altas horas. Me lo imagino naciendo en los siglos pasados como un trovador o un juglar, conquistando a las niñas con sus canciones, o incomodando a los grandes señores con sus verdades desnudas, por lo que se convierte en errante yendo de pueblo en pueblo. Más o menos como ahora.
Tal vez pudo ser un pícaro del siglo de Oro, compañero de Rinconete y Cortadillo, o del Lazarillo, siempre a salto de mata y repartiendo episodios picarescos por doquier. Aquí dejo algunas de las frases que más me gustan, extraídas de sus canciones:
Aprendí que estar quebrado
No es el infierno del Dante
Ni un currículum brillante
La lámpara de Aladino.
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Al lugar donde has sido feliz
No debieras tratar de volver.
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No pido perdón
Para qué, si me va a perdonar
Porque ya no le importa.
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También en el infierno llueve sobre mojado
Lo sé, porque he pasado más de una noche allí
No supe cómo decirte,
Que el cielo está en el suelo,
Que el bien es el espejo del mal.
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Para mentiras, las de la realidad
Promete todo, pero nada te da.
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Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales,
no le quedan dos puntos suspensivos.
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Antes de que me quieras como se quiere a un gato
Me largo con cualquiera que se parezca a ti.
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A menudo los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después.
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