lunes, 13 de diciembre de 2010

Muerto por tonto


Una vez que llegaron a la habitación, el detective Sherlock Janampa y su asistente encontraron al muerto tal como se lo habían descrito al llamarlo. Sentado con la cabeza sobre la mesa, donde aún estaba el frasco de pastillas ya vacío, y el vaso de cerveza que había servido para tomarlas y hacer el viaje quizá un poco más llevadero. En la mano tenía aún la nota suicida, que nadie se había atrevido a sacar todavía.

- ¿Quién llamó a la policía? – Preguntó a uno de los oficiales de guardia que le habían abierto la puerta.
- Los vecinos, mi jefe, que se quejaron del escándalo – respondió el oficial.
- Supongo que la bulla provenía de ese equipo ¿Verdad? Y el ruido era un disco de boleros cantineros ¿O me equivoco?
- Es cierto, jefe. ¿Cómo lo supo?

El detective no se dignó responder a esa pregunta. Había ya visto tantos casos en su carrera que podía identificar los detalles comunes sin apenas mirar el escenario del crimen. Además, dejar estas preguntas sin respuesta era lo que le había granjeado la reputación de ser el mejor detective de la policía. Es que el nombre de Sherlock Janampa había sido objeto de tantas bromas durante su niñez que decidió convertirse en detective para acallarlas. Era uno de esos casos en que el nombre hace al hombre.

Volviendo al muerto, la relación entre suicidios y boleros cantineros era tan cercana en su experiencia que Sherlock había pensado en desarrollar esa teoría para su examen de ascenso en la policía. Extrajo el papel que el occiso estrujaba en su mano sin vida. Era, también, una carta de suicidio común. Tan parecida a tantas otras que pensaba seriamente en investigar si alguien estaba publicando manuales para escribir cartas de suicidio para vender en los autobuses y los mercados. Era la clásica carta de no se culpe a nadie de mi muerte, mi enamorada me dejó por otro, todas esas cosas. No parecía faltar ninguno de los clichés del género. Sherlock volvió ahora su atención al frasco de pastillas. Allí fue cuando el rostro del hasta ahora impasible detective se iluminó. “Al fin un caso diferente a los demás” dijo en voz alta para que todos lo oyeran.
- Debe haber libros en esta casa ¿Dónde están?

Una vez ubicado un pequeño estante en el dormitorio, encontró sin dificultad el libro que buscaba. Decidió dar a los presentes una de esas lecciones que habían cimentado su fama dentro de la policía y que tan bien imitaban a las que había visto en las series de televisión de su niñez.

- A ver, señores… ¿Qué opinan de este caso?
- Es un caso de suicidio clásico – Dijo uno de los policías – Tenemos la ausencia de violencia, todo está en su lugar, la nota suicida…
- Es cierto – asintió el otro policía – No hay lugar a dudas…
- ¡Pues se equivocan! ¡Este hombre murió por tonto!
- Pero, jefe… Todo apunta al suicidio… ¿Cómo que murió por tonto? – dijo el asistente, en medio del asombro general.
- Vea usted la carta de suicidio… ¿Qué observa en ella?
- No veo nada raro… Dice que su enamorada, una tal Yanett Cañaña, se está viendo con otro y que por eso se suicida…
- Esa tal Yanett, como usted la llama, es conocida en el barrio como la “Monedita”, porque el que la encuentra en la calle, se la lleva… Y para que alguien esté con ella y no sepa que ha estado con todo el mundo en 6 distritos diferentes, se necesita ser un verdadero tonto…
- ¿Y las pastillas? Eso prueba que se suicidó ¿Verdad?
- Eso es otra prueba de que el muerto era un tonto… Vean ustedes el libro que se encontró en su habitación… Es un libro de homeopatía y remedios naturales… Y el frasco de pastillas es de una botica naturista, vean ustedes… Es para tratar la depresión y el decaimiento… El tonto creyó que servían como somníferos y se tomó todo el frasco… Pero yo las conozco y sé que son solamente para engañar a la gente, en realidad es agua con azúcar…
- Y si las pastillas no hacen nada ¿Por qué murió entonces? - Intervino uno de los policías.
- ¡Porque era tan tonto que creyó todo lo que decía la etiqueta! ¡Apunte, asistente, se ha encontrado que el occiso murió por tonto, y vámonos a la comisaría, que el caso está resuelto!

Mientras salían, el detective Sherlock Janampa pensaba que al fin había encontrado un caso distinto. “Suicidarse con pastillas de azúcar, esta sí que es buena…

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