miércoles, 8 de diciembre de 2010

Al Señor Platanazo

Estimado Sr. Platanazo,

Estoy seguro que Usted no me recuerda. Al fin y al cabo, yo no soy más que un personaje secundario en esta historia, de la cual además, usted mismo tomó parte solamente de una manera incidental. Pero los compañeros de la oficina hemos convenido que la única solución posible debe venir de parte de Usted. Con el fin de aclarar las cosas, trataré de referir el asunto tal como sucedió, para que usted comprenda el profundo trastorno que ocasionó en nuestra hasta entonces tranquila vida de oficina:

Todos los días, después del almuerzo, un grupo de los que trabajamos en la oficina acostumbramos dar una vuelta por el parque en busca de un poco de sol. Y esa vuelta pasa justo por la puerta del local donde ustedes están grabando esa teleserie que tanta gente ve cada noche y en la que usted, Sr. Platanazo, participa como uno de los actores principales. Y fue justamente uno de esos días en que pasábamos casualmente por ese local, cuando Usted salió por la puerta y subió a su camioneta 4x4.

Fue así como una de nuestras compañeras de trabajo, quien hasta ese momento no había dado señal alguna de comportamiento anormal, y a quien más bien, considerábamos como persona centrada y equilibrada en todas sus cosas, lo vió a Usted. En ese instante ella se detuvo en seco por la emoción de verlo, mientras pedía con voz nerviosa una cámara fotográfica. El problema era que no hubo manera de acercarla a más de 5 metros de la camioneta. Todos notamos que Usted se había percatado de la escena, en que uno de mis compañeros trataba de entregar a nuestra amiga su celular con cámara, yo trataba de empujar a nuestra amiga hacia la camioneta, y ella, a su vez, trataba de esconderse detrás de otra compañera, a quien lleva una cabeza de altura. Supongo que dicha escena debe haber sido divertida por unos momentos, durante los cuales Usted bajó la luna de la camioneta, esperando el desenlace, hasta que finalmente, al ver que nuestra compañera parecía incapaz de acercarse un centímetro más, subió la ventanilla y continuó su camino.

Durante el resto de la tarde, nuestra amiga entró en un estado casi catatónico, producto del casi-encuentro, la casi-foto, casi-pedida de autógrafo y la casi-lo que se le haya ocurrido hacer a nuestra amiga. Fue inútil pedir explicaciones, pues ese día sólo se le escuchó decir de cuando en cuando la frase ¡Qué vergüenza! en voz baja.

Al día siguiente, durante el almuerzo, la moral de nuestra compañera no había sufrido mayores cambios, y yo mencionaba las escasas probabilidades de que volviera a ocurrir un encuentro semejante al del día anterior. Pero volvió a ocurrir. Al llegar a la esquina del parque divisamos nuevamente su camioneta a punto de salir. Nos dio tiempo a cruzar la esquina y a acercarnos, pues Usted, al parecer, notó nuevamente nuestra presencia, ya que detuvo el auto y bajó la ventanilla, repitiendo la operación de exactamente 24 horas antes, pero esta vez a menor distancia. Esta vez, nuestra amiga, ya sea por efecto de la vergüenza del día anterior, por el valor acumulado durante la noche, o porque nosotros la estábamos empujando con más ganas, consiguió acercarse por el lado opuesto al del conductor y atreverse a saludarlo. Usted, que como artista, se debe sin duda a su público, la saludó amablemente y hasta mencionó que era una linda chica. Incluso en ese momento todavía necesitó de nuestra ayuda para acercarse al lado del conductor y posar para una foto tomada por el celular de mi otro compañero.

No nos percatamos en ese momento, pero desde ese instante, nuestra amiga cambió. El estado de ánimo, la actitud y hasta la personalidad anterior de nuestra compañera pasaron a ser parte del pasado. La frase ¡Me dijo linda! fue escuchada en la oficina durante el resto del día varias veces. Más aún, cada vez que solicitaba algo a alguno de los compañeros, notábamos un creciente tono de mando, un tono que parecía indicar que todo el resto de los presentes no valía tanto como ella, que había conocido al Platanazo y que hasta había recibido un piropo de su parte.

Ignoro si Usted, Señor Platanazo, está consciente del efecto que causa en las personas del sexo femenino que se le acercan, o si Usted conoce de psicología lo suficiente como para determinar el impacto de la presencia de alguien como usted. El ego de nuestra amiga ha sufrido desde entonces una hinchazón alarmante desde todo punto de vista, y al resto de la oficina nos trata ahora como a seres de una casta inferior, seres indignos que no han tenido contacto con un actor como Usted.

Para que note Usted cómo las cosas se han salido de control, le comentaré que al día siguiente del encuentro, la casualidad hizo que nos encontráramos ya no con Usted, sino con otro de los actores de la teleserie, pero ni rubio, ni alto, ni con la apostura con que lo ha favorecido a Usted la suerte. Esta vez, desprovista ya de toda timidez, nuestra amiga se acercó resueltamente, y como dicho actor siguiera su camino, le espetó un ¡Saluda, pues, Eric! que dejó al pobre actor corrido y farfullando un saludo de compromiso mientras se metía rápidamente por la puerta del local de filmación.

Es por eso el motivo de esta carta, señor Platanazo. Si conoce Usted el antídoto para los efectos que ocasiona su presencia, o si cree que alguna actitud suya puede ayudarnos a recuperar a nuestra amiga tal como era antes, le rogamos nos la haga saber. Los que trabajamos en la oficina se lo agradeceremos infinitamente. A cambio estamos dispuestos a hacer promoción a su serie de TV y a todas aquellas presentaciones en las que Usted participe. Aquí hemos pensado que si Usted tiene un rostro que cambia a las personas, también debe tener una expresión que sirva de contraparte a tales efectos, por lo que le rogamos encarecidamente que haga caso a nuestro pedido.

Muchos saludos y suerte en sus proyectos,

El Tonto de la Colina.

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