Cando era niño, era tonto. Bueno, tampoco es que haya progresado mucho en ese aspecto desde entonces, pero me refiero a que hacía muchas preguntas tontas. Revisando los episodios de mi niñez, me doy cuenta de que era un tonto en regla, pero nadie parecía darse cuenta. Por el contrario, me gané una cierta fama de inteligente en ese tiempo.
El problema, y ahora lo veo claramente, es que yo hacía preguntas tontas, y ésas son precisamente las que ponen en problemas a los profesores. En el colegio era normalmente de los niños que no se hacen notar, excepto por algunos golpes de suerte en uno que otro examen, y por soltar de vez en cuando una pregunta tan tonta que ponía en aprietos a los profesores.
- Profesor, donde queda Angamos?
- ¿Qué?
- Es que ha estado hablando una hora sobre el combate de Angamos, y yo no sé dónde queda…
- Ehhh… Pero si es donde ocurrió el combate de Angamos
- Pero el combate ocurrió en medio del mar… ¿El mar se llama Angamos?
- Bueno, mejor vamos a seguir con la clase…
No fue la mejor respuesta para una clase de historia, ni para mí ni para el profesor, pues en adelante seguí preguntando dónde queda la isla del Gallo, qué pasó con los huesos de Lauricocha, por qué los españoles dejaron entrar a San Martín a Lima, y cosas por el estilo. Nunca obtuve una respuesta siquiera a medias. Será por eso que me aficioné a leer y a buscar las respuestas por mi cuenta.
Esta costumbre de hacer preguntas tontas la tengo hasta la actualidad, para bien o para mal. Y al igual que en mis años de colegial, por respuesta sólo obtengo balbuceos, respuestas enrevesadas o comentarios sobre lo tonto de mis preguntas. Nunca una respuesta convincente.
El problema, y ahora lo veo claramente, es que yo hacía preguntas tontas, y ésas son precisamente las que ponen en problemas a los profesores. En el colegio era normalmente de los niños que no se hacen notar, excepto por algunos golpes de suerte en uno que otro examen, y por soltar de vez en cuando una pregunta tan tonta que ponía en aprietos a los profesores.
- Profesor, donde queda Angamos?
- ¿Qué?
- Es que ha estado hablando una hora sobre el combate de Angamos, y yo no sé dónde queda…
- Ehhh… Pero si es donde ocurrió el combate de Angamos
- Pero el combate ocurrió en medio del mar… ¿El mar se llama Angamos?
- Bueno, mejor vamos a seguir con la clase…
No fue la mejor respuesta para una clase de historia, ni para mí ni para el profesor, pues en adelante seguí preguntando dónde queda la isla del Gallo, qué pasó con los huesos de Lauricocha, por qué los españoles dejaron entrar a San Martín a Lima, y cosas por el estilo. Nunca obtuve una respuesta siquiera a medias. Será por eso que me aficioné a leer y a buscar las respuestas por mi cuenta.
Esta costumbre de hacer preguntas tontas la tengo hasta la actualidad, para bien o para mal. Y al igual que en mis años de colegial, por respuesta sólo obtengo balbuceos, respuestas enrevesadas o comentarios sobre lo tonto de mis preguntas. Nunca una respuesta convincente.
- ¡Condenaron a Fujimori!
- ¿Y por qué?
- Por entrar ilegalmente a la casa de Montesinos
- Entonces, la reparación civil ¿Se la van a dar a Montesinos?
….
- Estos de la selección son unos juergueros, no tienen amor a la camiseta…
- Si tuvieran amor a la camiseta… ¿Le habríamos ganado a Brasil?
….
- En el Perú no progresa porque nadie cree en el país y nadie invierte…
- Entonces… ¿Los chilenos son los únicos que creen en el Perú?
….
- Si antes las cosas subían porque subía el dólar… ¿Por qué ahora suben porque el dólar está bajando?
Dejo otras preguntas porque… Al fin y al cabo, ya no espero obtener respuesta.
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