En el antiguo Perú, se tenía mucha consideración a la Pachamama, o Madre Tierra, considerada la proveedora de alimentos y riquezas. La Pachamama no es una diosa en el sentido que hoy conocemos, sino una presencia dadora de bienes. No se encontrará en el antiguo Perú un templo dedicado a ella, o representación alguna de su aspecto más allá de la metáfora. Para un pueblo agrícola como el nuestro, la relación es de agradecimiento e intercambio. Si la tierra da algo, hay que retribuirle algo. Por eso en las grandes fiestas de cosecha o al inicio del año (que coincidía con el solsticio de invierno, en junio) la celebración iniciaba derramando un vaso de chicha en la tierra, como pago por todos los beneficios que los hombres recibían de ella. El ritual, a cargo de un alto sacerdote, incluía otros sacrificios que hoy varían con la zona del Perú.
Hoy, en el Perú, la costumbre sigue practicándose cada vez que hay una fiesta, o cuando se inicia una obra pública o privada, desde una casa familiar hasta las grandes obras estatales. Y aquí entran mis experiencias personales.
En la construcción de una gran planta eléctrica de la cual tomé parte, los obreros insistieron en realizar la ceremonia de pago a la tierra al inicio de los trabajos. La dirección del proyecto, compuesta por extranjeros y limeños cosmopolitas, se negó por considerarla supersticiosa, innecesaria y una pérdida de tiempo que distraería al personal. Los obreros y aún los capataces y jefes de obra obedecieron la orden de seguir trabajando, aunque comentando en voz alta que era una mala idea. Esa misma semana empezaron a ocurrir accidentes en la obra: Una excavadora tropezó con una tubería, rompiéndola; una grúa dañó una pieza de concreto en una mala maniobra; y por último, un trabajador se salvó apenas de una caída en altura. Toda la gente empezó a inquietarse y la solicitud a la gerencia fue renovada, para ser negada igualmente. La situación ya había dejado de ser anecdótica y se hablaba de que en cualquier momento ocurriría un accidente verdaderamente grave; los obreros, por su parte, ya amenazaban con paralizar la obra si no se cumplía con la ceremonia del pago a la tierra. Incluso yo me sentía intranquilo de lo que pudiera pasar, hasta que el Jefe de Campo me informó, en tono confidencial, que ya había contratado a un chamán de la zona, y habían hecho la ceremonia de pago a la tierra ese mismo día muy temprano, antes de que la gente llegue a trabajar, y que la noticia se estaba pasando de boca en boca para evitar mayores problemas. No sé si la gerencia llegó a enterarse de este desacato, pero sí estoy seguro de que notaron que los accidentes se detuvieron, y ya no hubo mayores problemas hasta el final de la obra.
En la obra en la que estoy ahora, a mucha más distancia de la capital, en la construcción de unos colegios, el pago a la tierra es una ceremonia mucho más pública y aceptada. El ritual esta vez se realizó como parte de la ceremonia de la primera piedra de la construcción, con presencia del alcalde y las autoridades educativas. La ceremonia, mucho más cercana a los rituales milenarios, se hizo como se debe: En el lugar en donde se colocaría la primera piedra, se hizo un pequeño hoyo en donde colocar primero una manta y sobre ella ofrendas, que son productos de la tierra, como alimentos y, en este caso, también una pequeña alpaca (Afortunadamente, esta parte ya se está perdiendo y hoy no es frecuente hacerlo). Estas ofrendas se envuelven en la manta junto con hojas de coca. Por último, se prende fuego en el hoyo con ayuda de algunas maderas secas, y mientras las ofrendas arden, los invitados a la ceremonia brindan con chicha, aunque también puede hacerse con cerveza. El primer vaso de licor es para la Pachamama, por lo que se vierte sobre el suelo. El detalle del sacrificio de una cría de alpaca hizo arquear las cejas a más de uno en esta época de conciencia sobre el maltrato a los animales, pero tuvo que aceptarse en aras de las buenas relaciones comunitarias.
Esperamos entonces una construcción feliz y sin incidentes, con gente de buen ánimo y en paz con la Pachamama, y sobre todo, con ganas de que la construcción se termine pronto para celebrar en otra fiesta de las que se acostumbran acá, acompañada de sus propios rituales, y que contaré en otra ocasión. Salud con chicha derramada al piso.
Siento mucho lo de la alpaca. Un beso
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