martes, 5 de octubre de 2021

El día que cayeron las redes



A estas alturas de este lento fin del mundo, muchos opinaban que después de sobrevivir a la pandemia, ya nada nos puede afectar, que somos un poco más inmortales, o al menos, somos como la yerba mala. Eso opinaban muchos hasta este lunes por la mañana, en que se cayeron las redes. 

Todo empezó como cualquier otro lunes, ese día maldito en que empieza la semana, pillando a tanta gente con todavía una resaca, una flojera de fin de semana o un simple hastío de vivir. En esa mañana, ignorado por todos, algo estaba ocurriendo en aquella empresa dueña de casi todas nuestras redes sociales. Los detalles son secretos, pues las empresas privadas tienen mayor seguridad que el gobierno, eso es sabido, así que solo podemos suponer que algún empleado, aún aturdido por el exceso de lunes que ocurre a esas horas de la mañana, derramó su taza de café sobre uno de los servidores que abastecen a las redes sociales que usamos todos los días, ingresando órdenes malignas a los servidores centrales conectados a Facebook, Whatsapp e Instagram. Los servidores de respaldo entraron inmediatamente en acción, solo para ser también contaminados por ese programa borracho de cafeína y caer a su vez, arrastrando a su paso a todos los demás servidores a nivel mundial, con una eficacia que ya quisieran los partidarios de las conspiraciones. 

Mientras tanto, en nuestra humilde oficina, que tan lejos está de esas grandes corporaciones a las que confiamos nuestra imagen pública, alguien dio la voz de alerta. ¡¿A alguien más no le funciona el Whatsapp?! fue el grito que se escuchó. De inmediato toda la oficina entró en un estado de estupor, con todos los empleados mirando al mismo tiempo sus celulares para comprobar todos que el Whatsapp no respondía. Todos al mismo tiempo soltaron sus celulares, sin saber qué hacer. Los jefes fueron los primeros en reaccionar, llamando a viva voz a sus subordinados para recordarles las tareas pendientes, exigir los informes de la semana anterior, recordar las reuniones acordadas, convirtiendo en un griterío todo lo que hasta ese día habían hecho con silenciosos mensajes de celular. Nunca se vió a los jefes tan activos, corriendo de un escritorio a otro para sustituir ese medio de comunicación perdido. Entre el barullo, alguien recordó que los celulares aún pueden enviar SMS, aunque pocos eran los que recordaban cómo usarlos. Muchos lo intentaron avergonzados, convencidos de haber regresado a la edad de piedra. Otro griterío empezó, esta vez con muchas voces anunciando variaciones del ¡Oye! ¡Te acabo de mandar un mensaje de texto! 

Pasada la primera etapa de confusión, la oficina se llenó de sonidos de timbres de celular, con todos comunicándose por llamada telefónica con el personal que trabaja fuera de la oficina. Llamada sobre llamada se sucedía para pedir pequeños detalles, repitiendo el proceso para cada pequeña duda que antes se respondía con un mensajito de Whatsapp. A lo largo de la mañana, se pudo comprobar el impacto de la caída de las redes. Yo encontré a una de las secretarías de ventas mirando al vacío desde su silla. Cuando le pregunté qué pasaba, me dijo que ella intercalaba su trabajo con revisiones a su facebook y su instagram, y ahora no sabía que hacer cuando terminaba un correo electrónico. Le dije que podía pasar directamente a la siguiente carta, y me miró como si yo hubiera perdido la razón. ¿Cómo puede trabajar la gente seguido y sin descanso? ¡Es imposible! me dijo. 

En la recepción del edificio los visitantes se agolpaban esperando la autorización para ingresar, pues no podían enviar un mensaje instantáneo y las llamadas por celular encontraban al interlocutor siempre atendiendo otra llamada. Se intentó hacer una de las reuniones de rutina en el área, la que se suspendió al comprobar que sería un fracaso, pues todos seguían con el reflejo automático de notificar los acuerdos por whatsapp a sus subordinados, y de apuntar en el celular las decisiones importantes para no olvidarlas. 
La cercanía del mediodía evidenció otros problemas. Todos los que piden comida en la oficina no pudieron comunicarse con los mensajeros y todos los arreglos de la gente que va junta a almorzar tuvieron que hacerse por teléfono o presencialmente, perdiendo toda discreción en el camino. El propio almuerzo con los compañeros de trabajo fue una experiencia extraña, sin nadie mirando su teléfono, nadie compartiendo o comentando memes, y obligados a conversar entre nosotros. 

Al reiniciar las labores, los encargados de sistemas de la compañía ya se cansaban de explicar a la gente que el problema no estaba en las redes internas del edificio, y que ellos nada podían hacer. Igual recibieron una lluvia de críticas y amenazas de gente con síndrome de abstinencia de redes sociales. Ya a esta hora se podía ver gente con el celular en la mano, probando por enésima vez a ver si al fin recuperaban el uso de sus redes sociales. 

A mitad de la tarde la gente tenía la derrota reflejada en el rostro. Algunas madres no regresaron a la oficina después del almuerzo, con la justificación de que no podían comunicarse con sus hijos. La gente estaba ya cansada de ir de oficina en oficina y de escritorio en escritorio, llevando recados personalmente, ronca de hablar por teléfono y de gritar en las oficinas, desanimada al descubrir las caras de las personas que hasta ese día solo habían sido globitos de mensajes en el celular. 

Cuando ya se pensaba en declarar la oficina como zona de desastre, una voz irrumpió sobre el alboroto en el que se había convertido el lugar de trabajo: ¡¡REGRESÓ EL WHATSAPP!! De inmediato todos interrumpieron sus llamadas, sus gritos y sus carreras para confirmar poco a poco que el vital servicio se había restablecido. Ya comunicados con el mundo, nos enteramos de la suerte que habíamos corrido por no haber tenido mayores incidentes. Otras oficinas habían sucumbido al caos, al descubrir que esa mañana, todo lo que pasara quedaría en privado, sin nadie que tome fotos ni videos para compartirlo en sus redes sociales, con el resultado de que todos se sintieron con licencia para hacer lo que quisieran, ya que no habría pruebas de su comportamiento. Llegaron también noticias del extraño espectáculo de gente en las calles contemplando los edificios, los cielos y hasta los carteles publicitarios, libres de la tiranía de la pequeña pantalla de los smartphones, y descubriendo por vez primera la ciudad en la que vivían.

Hoy, que hemos regresado a esa ilusión de normalidad que nosotros mismos hemos creado en pocos años, quisiera pensar en que hemos aprendido a no depender de ese aparatito que tenemos en la mano y que tanto poder tiene sobre nosotros, y sobre la fragilidad del sistema al que hemos confiado nuestras vidas. Las noticias no registran ninguna víctima mortal de la caída de las redes, demostración de que nadie se muere por un día sin Whatsapp, sin Facebook y sin Instagram. Pero no, la gente ha tomado este día simplemente como un mal sueño, y ha seguido como si nada, pensando que si no se ha compartido en redes, es porque este día no existió. No aprendemos nada.

1 comentario:

  1. Muy bueno. Si no te importa me gustaría copiarlo con tu dirección. Un beso

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