miércoles, 6 de enero de 2021

El reencuentro olvidado



No soy de las personas que recuerdan todos los nombres y caras de la gente que conocen. Dentro de mi entorno de barrio, los cambios, mudanzas y transformaciones han sido tan frecuentes que me perdido el rastro a muchos conocidos. Y en lo que respecta a mi trabajo, es usual formar equipos que durarán unos cuantos meses hasta que el proyecto termine y me integre a otro equipo. Puede ser que encuentre entonces en un nuevo entorno con personas con las que he tenido anteriormente contacto. Por eso me suelen suceder esos episodios embarazosos en que otra persona me saluda con entusiasmo y hasta se lamenta de no contar conmigo en su propio equipo, mientras yo trato desesperadamente de recordar su nombre y de dónde nos conocemos, hasta que alguna palabra de la efusiva bienvenida me da una pista que desenrede el hilo de esa madeja en que se ha vuelto mi cerebro.
 Como esto me ha sucedido no una, sino varias veces, ya estoy más o menos acostumbrado a este tipo de escenas, aceptándome a mí mismo como alguien que no se acordará de la mitad de las personas que ha conocido en su vida. Para lo que no estaba preparado era para lo que me sucedió hace algunos meses, que es la historia de este cuento.

Cuando todavía podía encontrarse mucha gente en las calles que paseaba solo por el gusto de hacerlo, sin necesidad de mascarillas que hacen hoy tan difícil identificar a alguien conocido, escuché en una tarde perdida una voz que me saludaba cálidamente. Al voltear a ver el rostro de quien me llamaba vi una cara con una sonrisa que activó el modo de búsqueda en mi cerebro. Evidentemente conocía a esa persona, pero no podía recordar su nombre ni circunstancia alguna en nos hubiéramos conocido. Respondí con un “Hola” automático que escondió muy bien mi falta de memoria, como ya he hecho antes en situaciones similares, y esperé una respuesta que me traiga el recuerdo correcto para identificarla. Ella siguió la conversación con un par de comentarios atemporales que no ayudaron en nada, pero que me dejaron en claro la verdad. Ella tampoco podía recordar quién era yo, y trataba, al igual que yo, de que una palabra mía le refresque la memoria. 

Durante un par de minutos sostuvimos una conversación tan impersonal como amena, sin que nadie mencione el nombre del otro, sin que ninguno de los dos admita que no lograba recordar con quién estaba hablando. Lo único que sacamos en claro era que ambos efectivamente nos habíamos conocido alguna vez y que nos habíamos llevado bien, a juzgar por la sonrisa de viejos amigos que teníamos los dos. Yo le dije que había sido un gusto verla, y ella remató con un “Ya nos veremos por ahí” antes de alejarse y perderse nuevamente entre la multitud. 

No pude recordar después nada de ella, solo una vaga sensación, más que un recuerdo, de que ella tal vez vivía en algún lugar no lejos de mi casa. Este episodio me dejó varias cosas en qué pensar. Primero, que no soy el único despistado que olvida a la gente que no ve todos los días, lo que me causó cierto alivio. También estaba la cuestión de cómo es que terminamos conversando.Tal vez mi rostro le activó cierta parte del cerebro, y ella me saludó como un acto reflejo y después no pudo más que seguirme la corriente. Luego, me puse a pensar qué pasará si nos volvemos a encontrar otra vez. ¿A alguien más le ha sucedido algo como esto, o yo soy el único tonto?

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