jueves, 16 de julio de 2020

Busquemos un tesoro


La cuarentena nos está haciendo pensar en cómo hacer para recuperar el dinero que estamos perdiendo por no estar trabajando. Yo por mi parte, estoy recopilando información para ponerme a vender tours para buscar tesoros. Antes de que alguien me tilde de soñador, déjenme aclarar que el Perú ha sido durante mucho tiempo el país más rico del mundo, y lo prueba el hecho de de aquí salieron la mayor parte de las riquezas que en los siglos XVII y XVIII llegaron a España y luego se diseminaron a toda Europa. Los viajeros que llegaban a Lima en ese tiempo daban fe de un lujo que no se veía en ninguna ciudad de Europa. Muchos tesoros quedaron ocultos desde ese tiempo y solo aguardan de una voluntad que los encuentre. Aquí tengo algunos de ellos, todos ellos estrictamente históricos.

El tesoro pirata. 
En 1615, la flota del corsario holandés Joris Van Spilbergen llegó a las costas del Perú, luego de saquear Valparaíso. En ese momento, a pesar de los esfuerzos del Virrey, no se pudo organizar una defensa acorde a la amenaza. El terror fue tal que gran parte de los habitantes huyeron de la ciudad o se refugiaron en conventos. Cuando la flota corsaria llegó al puerto del Callao, a 10 km de Lima, tomó posiciones en la isla San Lorenzo, y cuando todos esperaban el inminente desembarco y el saqueo, la flota dio vuelta y abandonó el puerto . Muchos consideraron esto un milagro de Santa Rosa de Lima, que se había quedado en la ciudad. Lo que pasó probablemente era que en Valparaíso la tripulación contrajo escorbuto, lo que hacía que no estuvieran en condiciones de emprender un ataque. Un barco del Virrey salió en su persecución, lo que les habría obligado a esconder el tesoro acumulado en algún lugar de la costa. Algunos piensan que ese lugar fue la misma isla San Lorenzo, frente al Callao, otra teoría apunta a la playa que hoy se conoce como Punta Negra, al sur de Lima, y que en ese entonces solo era accesible por mar. Al día de hoy ya se han encontrado cadáveres de los marineros holandeses víctimas del escorbuto en la isla San Lorenzo, pero nada se sabe del tesoro. Hoy la isla San Lorenzo está tomada por la Marina peruana, y no se permite la entrada de civiles, al contrario de Punta Negra, que hoy es un distrito balneario en donde se hace surf. Sería un buen fin de semana para salir a la playa con un detector de metales.

El tesoro inca. 
Cuando Francisco Pizarro tomó prisionero al Inca Atahualpa en 1532, este trató de negociar su libertad ofreciendo a los españoles “una habitación llena de oro y dos de plata, hasta donde alcanzaba su mano levantada”. Los españoles aceptaron y los caminos de todo el imperio vieron pasar personas cargando kilos de oro en camino a Cajamarca. Pero para un imperio que abarcaba desde Colombia hasta Argentina, ese era un camino muy largo y los españoles temían que en ese tiempo los incas organizaran un ejército capaz de vencerlos. Por eso, antes de que llegara todo el oro y plata prometidos, decidieron ejecutar al inca, después de una parodia de juicio. Cuando la noticia se esparció por el imperio, todos los tesoros que aún estaban en camino fueron escondidos de la codicia de los españoles. Algunas versiones dicen que el oro y plata fueron arrojados en la laguna de Paca, cerca a la ciudad de Jauja. Otros aseguran que fue arrojado al Lago Titicaca, que hoy comparten Perú y Bolivia, siendo probable que ambas versiones sean ciertas. El famoso oceanógrafo francés Jacques Cousteau llevó un mini submarino al Titicaca para buscar el tesoro sin encontrarlo, pero la leyenda sigue. Quien no quiera buscar tesoros en la playa, puede hacerlo en las alturas de los Andes.

La herencia de los indígenas. 
La tercera historia de tesoro también comienza con la conquista española. Después del establecimiento de la dominación española del Perú, a los curacas o señores indígenas que se convertían al cristianismo se les permitió conservar sus tierras y tesoros, con lo que apareció una nueva nobleza indígena adicta a los españoles. La más opulenta de esta nueva nobleza fue Catalina Huanca, descendiente de la nobleza Huanca y emparentada con los últimos incas. Con sus generosos donativos se hicieron iglesias y conventos en la nueva ciudad de Lima, pero el origen de sus riquezas permaneció en secreto. Al morir a una avanzada edad, no tenía a quién heredar su fortuna, pues nunca se había casado, por lo que en su testamento legó todas sus tierras a la Orden de los Agustinos, pero indicó que su tesoro sería para los indígenas del territorio, que rodeaba la ciudad de Lima, sin declarar exactamente la ubicación. Todas las sospechas apuntan al cerro en donde se encontraba su casa, y que hasta hoy lleva el nombre de El Agustino. A principios del siglo XX se declaró el tesoro de Catalina Huanca como de “interés nacional” y se nombró una comisión para buscarlo, sin éxito alguno. Hoy el cerro El Agustino está lleno de casas humildes de gente que migró a Lima a buscar un futuro mejor, muchos de ellos empezaron a cavar en secreto desde sus casas al punto que hoy los terrenos de las casas en las laderas del cerro son inestables, y cuando se hace alguna obra de alcantarillado o de vías se encuentran enormes agujeros de hasta 7 metros de ancho. La gente sigue buscando el tesoro.

Esta es, pues mi contribución a los que quieren buscar tesoros en mi país, a los que quieren dedicarse a la búsqueda cuando termine la cuarentena o a los que buscan una excusa para hacer turismo en el Perú. Suerte y una pala.

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