Normalmente no soy muy dado a los restaurantes temáticos,
los cuales son muy raros por aquí, dicho sea de paso. Recuerdo una sola vez que
me llevaron a un restaurante marino musical, para salir decepcionado al
comprobar que ni el Frito Páez, ni el cebiche de Calamaro, ni el Joaquín
Sardina valían la pena. Pero ahora voy al que se llama a sí mismo el
restaurante del futuro, que ofrece una experiencia de ciencia ficción, con
atención de la era digital, un sabor adelantado a su época y varias cosas más, así
que al menos por curiosidad decido darle la oportunidad. He aquí la crónica
sincera de lo que pasó.
Según el que me invitó, no hace falta apurarse, porque la
reserva se hace con un app que te permite avisar de tu llegada y escoger tu
mesa. Además, el app te conecta con Uber
para que nos recojan a tiempo. Hasta aquí todo iba bien. Claro, hasta
que la teoría empezó a darse de cabezazos contra la realidad. Cuando el Uber
llegó retrasado alegando que el tráfico había empeorado desde el momento en que
se contactó al servicio, supe que sería uno de esos días en los que todo sale
mal y me echan la culpa a mí por ser tan salado y por tener al universo
conspirando en mi contra.
A nuestra llegada, mis temores fueron confirmados. Mi amigo
el que me llevó casi se va a las manos con el mozo que atiende la entrada,
quien le dice que tenemos que esperar a que se desocupe una mesa. Según nos
trataban de explicar, la mesa que teníamos reservada ya estaba tomada por
alguien con el app premium, que tiene atención preferencial. Cuando por fin
logramos ingresar, vemos un enorme lugar decorado con todos los clichés
futuristas, sin faltar ninguno. Allí estaban las luces de neón, los adornos
plateados, las estrellas y naves espaciales, todo. Nos sentamos en unas sillas
de estilo mezcla de Bauhaus y Star Trek, que yo, como alguien que se ha sentado
en todo tipo de asientos, reconozco como apropiados para sentarse sólo por
cortos espacios de tiempo, sólo para la comida sin nada de charla. Yo esperaba
que se acercara alguien para tomarnos el pedido, pero mi amigo me explica que
el menú y el pedido aparecen en una pantalla táctil en el centro de la mesa,
como parte de la misma, lo que es una forma más rápida y segura de pedir, según
el app que tengo aún abierto. En el menú aparecen todas las opciones de comida
con un nivel de detalle exasperante. Tenemos que expresar que nadie de los
presentes es vegetariano en ninguna de las seis o siete variaciones del
término, que nadie quiere comida libre de gluten, ni de lactosa, de sal ni de
preservantes artificiales.
Una vez establecidas las reglas procedemos al pedido.
Aquí ocurre lo que siempre me ocurre con las pantallas táctiles: no me obedece,
marca cosas que no he pedido y se resiste a confirmar mi orden. Mi amigo tiene
mejor suerte que yo y logra hacer el pedido. Las opciones que siempre pide la
pareja de mi amigo son exactamente las únicas que no aparecen en el menú de
opciones de la pantalla: el pollo debe ser parte pierna, la carne en término
75%, el ají debe venir aparte y la lechuga a un costado, que el refresco debe
ser natural y no de sobre. Mientras esperamos, explico a mis acompañantes que
los que programan las apps y el sistema de pedidos no conocen la idiosincrasia
de nuestro país, que siempre es detallista a la hora de comer y que busca las
fallas del sistema para poder decir orgullosamente que los chiches de la
modernidad no se aplican aquí.
El hecho de que me dejaran terminar la explicación es un
síntoma de que algo anda mal, y que nuestra orden se está demorando más de lo
normal. La búsqueda de un mozo que nos atienda es otra prueba de paciencia, de
la que ya no tenemos mucha. Una de las parejas pregunta por qué no hicimos el
pedido desde el app antes de venir, para recibir la respuesta de que en este
país nadie sabe lo que quiere comer hasta que llega al restaurante. En eso
llega un mozo que nos informa que se ha caído el sistema y que nos va a tomar
la orden personalmente. En ese momento empiezo a extrañar los métodos
tradicionales al ver que el mozo está mandando la orden por Whatsapp.
Al estar esperando nuestra comida por segunda vez, me asalta
la duda. Si este es un restaurante futurista, ¿No nos irán a traer una comida
en pequeñas pastillas, como se ve en las películas de ciencia ficción? Mi amigo
entra a la sección de preguntas de la app para hacer la consulta y recibe la
respuesta en un par de minutos, diciendo que los alimentos son cocinados con
microondas de convección, lo que garantiza una cocción óptima conservando el
valor alimenticio. No sé por qué, pero esa conversación no me convence.
Cuando estamos a punto de buscar nuevamente al mozo para
reclamar por la demora, vemos llegar nuestra comida. Todos entonces
comprendemos porqué hay tan pocos mozos. Nuestra orden está viniendo en un dron.
Afortunadamente una vida de accidentes me ha dejado rápidos reflejos y ese
sexto sentido que me avisa del desastre inminente. Alerto a todos y busco protección
debajo de la mesa justo cuando el dron se estrella contra nuestra mesa en una
explosión de sopa, ensalada y platos de fondo.
Aquí fue cuando se armó el escándalo buscando al mozo, al gerente,
al dueño y a los accionistas del negocio. Lo único que obtuvimos fue que el
mozo nos contacte vía video chat con el encargado, quien nos pidió disculpas por
el incidente y nos prometió un descuento y un postre gratis en nuestra próxima
visita. Mientras mi amigo gritaba para que todos escuchen que nunca iba a
volver y que no iba a pagar, nos dimos cuenta que el importe de la comida ya
había sido descontado de su tarjeta de crédito a través del app, autorizado por
ese asterisco que lleva a las letras pequeñas al instalar el app. Por mi parte,
descubrí que también me habían bloqueado el acceso a los comentarios del app,
donde pensaba poner toda la historia que estoy narrando aquí.
La velada terminó con todos nosotros sentados en la
carretilla de la Tía Veneno, disfrutando de un cebiche como Dios manda, sin nada
que nos recuerde que estamos en el siglo XXI. Como debe ser.
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