domingo, 16 de abril de 2017

El nombre del negocio


En los años en que esta ciudad tenía todavía remilgos provincianos y no sabía todavía ser una metrópoli, había un comerciante que acababa de abrir su tienda de telas allá por el mercado central. Convencido de que un nombre impactante ayudaría mucho a las ventas, puso un cartel en la puerta con un nombre que a la vez era lema: “Más barato que yo nadie”. La clientela, atraída por el nombre, convirtió el negocio en un éxito en esos días en que nadie había escuchado la palabra marketing. Lo que sí se había inventado era la picardía limeña y las ganas de aprovechar una idea ajena. Un comerciante vecino puso un cartel con la misma frase en su propia puerta. Valdez, que así se llamaba el primer comerciante, fue a querellar con el imitador, amenazando con traer a la policía, al municipio y a quien correspondiera para evitar que otro se apropiara de su inspiración. El segundo comerciante accedió de mala gana a cambiar el cartel. Así, al día siguiente, apareció sobre la puerta del otro negocio el título “Más caro que yo todos”. Allí fue otra vez para el buen Valdez quejarse, reclamar y amenazar, pero todo fue inútil, pues esta vez no había legalmente nada que reclamar. El asunto fue la comidilla de la entonces pequeña ciudad, lo que era beneficioso para las ventas, al fin y al cabo. Pero otro de los comerciantes de la misma calle entendió la lección de mercadotecnia y pensó que donde comen dos, pueden comer tres. El siguiente cartel ingenioso como nombre de una tienda era “Más barato que Valdez”.

Así eran los nombres antes. Mi padre me contó una vez que cuando llegó a Lima había una conocida cantina con el nombre de “La muerte acecha” , producto sin duda de alguna historia ocurrida en el local.

Hoy ya no existen en el centro de mi ciudad nombres como estos, todos los negocios llevan nombres convencionales, con preferencia de los nombres de origen inglés bien o mal escrito. Incluso tengo la teoría de que se puede saber cuándo estamos llegando a los límites de la ciudad por los nombres de los negocios, porque allí empieza a aparecer el ingenio del emprendedor para poner un nombre original que ayude al éxito. Y es en los sitios apartados de la ciudad o en las provincias donde se encuentra el mayor ingenio para poner nombres a los negocios. He visto en mi ciudad lavados de autos de nombre “Rápidos y Brillosos”, carnicería “Los tres chanchitos”, hostal “5mentarios” y otros por el estilo. Pero donde la imaginación rompe los moldes en la cevicherías. Para el que no sabe, estas son restaurantes de platos marinos, especialmente ceviche. No es raro encontrar establecimientos con nombres como “El Pezón”, “El Pulpo Loco” o incluso “El crustáceo cascarudo”.

Como en todo, no faltan tampoco los errores. Me cuentan que en un distrito la dueña de un lavado de ropa quiso poner su nombre al negocio y colocó sobre su puerta un cartel que rezaba “Lava Gina”, pero el ingenio de los vecinos, cambiaba levemente la pronunciación hasta que todos conocían el local como “La Vagina”.

Con respecto a los nombres religiosos, no estoy seguro de si los dueños son conscientes de la ironía. Había cerca a mi casa una farmacia llamada “Señor de la Agonia”, lo cual no debía despertar buenos augurios entre los compradores y tal vez fuera una de las causas de su cierre. Más acertado era la cita bíblica en el nombre de una bodega en un pueblo que visité: “Nada me faltará”, la que sin duda debe ser una tienda muy surtida. El caso me hizo pensar que en algún lugar debe haber un taller mecánico con nombre “Nuestra Señora de la Reparación”.

Por último, debo mencionar los nombres de los chifas, la comida china que solo existe en este país. La mayoría tienen nombres chinos, que suelen ser el nombre del dueño o bien un nombre inspirador que la mayoría de la gente desconoce. Así, hay nombres que traducidos son cosas como “Mucha Paz”, “Felicidad”, o “Alegría”. A uno de ellos yo acudía con cierta frecuencia en compañía de mis compañeros de trabajo. La dueña había ya traducido el nombre del restaurante a “Suerte”, y a mí me trataba bien, tal vez porque aún conservo algunos rastros de mi antepasado chino. Pero los demás no parecían correr con la misma fortuna. Por eso decíamos que el eslogan del chifa debía ser “Si te sirven bien la comida, es Suerte”.

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