jueves, 13 de agosto de 2015

Qué hacer con una página en blanco


Estoy aquí esperando un trámite que está demorando más de lo debido. El problema es que cuando estoy aburrido soy peligroso, creo que debería haber una ley contra esto. Tampoco tengo ganas de mirar mi correo ni nada que aparezca en una pantalla. Así que miro en mi escritorio y veo varios papeles en blanco o al menos con una cara en blanco. También hay post-its y un taquito de papel para apuntes. Con menos me las he arreglado antes, pero ahora no ando tan inspirado como otras veces.

¿Qué hacer con una hoja en blanco?  En los tiempos antiguos, los escritores se horrorizaban ante la idea de una página en blanco, colocada en la máquina de escribir. Sonrío al pensar en cómo la pasaría la gente de la oficina ahora si me viera escribir en una máquina como la que tenía en mi casa, una pequeña Olivetti Lettera 32. Vendría atraída por el ruido, estoy seguro, y me preguntaría cómo es que puedo escribir usando esas teclas tan duras, se divertirían con la campanita que avisa el final de un reglón y lo compararían con los modernos teclados de computadora, yo explicaría cómo hacía mis tareas escolares en esta máquina y me convertiría en un héroe de los tiempos antiguos ante mis espectadores. No tengo ya esa maquinita, pero tengo ahora más recursos a mi disposición, y mucho más papel reciclado, por supuesto. Tengo que pensar en algo diferente de cuando escribía algunas frases relacionadas con el trabajo utilizando un plumón grueso para después pegarla en la pared junto a mi escritorio y esperar la reacción de la gente. Algunas de las frases me salieron muy buenas, como aquella que decía "Felicitaciones, nuestro proyecto ha sido nombrado la 7,481 maravilla del mundo".

Pensando en lo que puedo hacer, lo primero que se me ocurre es escribir algunos apuntes relacionados con el trabajo, pero desecho la idea al instante, estoy sólo, nadie me mira y sería un tonto si desaprovechara la oportunidad de dedicarme en cuerpo y alma al dulce ejercicio de la procrastinación. 
De todas maneras, mi programación automática de tonto hace que a las primeras palabras escritas me concentre más en la caligrafía que en las frases. Empiezo a repetir las palabras cada vez con mayores lazos, adornos y florituras. Del trazo de las letras paso sin sentirlo a los dibujos: primero flechas y algunos seudo iconos que algún día se popularizarán en las redes sociales. Ya entregado a la tarea, hago verdaderos dibujos de paisajes, máquinas inventadas, cosas de las que estoy seguro un psicólogo tendría mucho que decir. Debo recordar destruir todo cuando termine, no vaya a ser que alguien lo encuentre y me tome por un loco, o peor aún, por un tonto.

Terminada la fase del dibujo, ahora viene la etapa origami. Como es mi costumbre, comienzo por la papiroflexia europea, que consiste en doblar el papel en mitades exactamente alineadas y simétricas, cada vez más pequeñas. Soy bueno en esto, nada tiene que reprocharme el más estricto ingeniero alemán. Pero esto no es un reto para mí, así que paso al origami japonés. Por desgracia, mis pajaritos, sapitos y otros no están a la altura de lo que imagino cuando empiezo a doblar los papeles. Me consuelo pensando en que no soy un estudiante de la famosa escuela Tomehatzu, tan rigurosa con sus alumnos que aquellos que no aprobaban debían cometer sepuku, el ritual del suicidio japonés.
Buscando algo más a mi nivel, acometo los siempre populares avioncitos y barquitos de papel, no hay nada como los grandes éxitos que nunca pasan de moda. Mis obras terminan arrugadas y hechas bolas de papel que representan mi etapa de papiroflexia abstracta.

Ahora viene la etapa del papel cortado, por suerte tenía unas tijeras en un cajón, de las que nunca hasta ahora supe para qué estaban allí. Hacía tiempo que no recortaba muñequitos de papel, lo que se nota al ver el resultado. También he hecho cadenetas, flecos y hasta una cinta de Möbius, que me distrae unos minutos con sus connotaciones filosóficas.

Después de escribir, dibujar, doblar y cortar, al fin he llegado al límite de mi capacidad de perder el tiempo con unos cuantos papeles de mi escritorio, así que reviso mi bandeja de entrada y encuentro por fin la respuesta que esperaba, y también una comunicación de la gerencia sobre la política de reciclaje de papel. Demasiado tarde, pienso, ya encontré mi propia política de reuso y reciclaje.

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