viernes, 8 de febrero de 2019

El milagro de San Valentín


Era febrero, y era la segunda semana. Hasta esos días (y era ya el día doce) nada había pasado que hiciera diferente a este día de San Valentín del que se vivía todos los años. Las tiendas comerciales estaban llenas de anuncios de ofertas por el día de los enamorados, las radios tocaban todas esas mismas canciones de amor que pasan todos los años, los cines anunciaban la película romántica de la temporada, y los hoteles y restaurantes se preparaban para esos días de demanda pico.

Pero lo que pasó el día catorce no pudo ser predicho por los sociólogos, ni por los analistas de mercadotecnia, ni por psicólogos sociales. En los días posteriores se habló de una rara alineación planetaria, de los efectos de un extraño polen esparcido por el aire, e incluso se mencionaron teorías conspirativas e interpretaciones de las predicciones de Nostradamus. La verdad es que nadie anticipó lo que pasaría ese día.

Dicen algunos que todo empezó en el momento mismo en que los relojes marcaron las doce de la noche y se dio inicio al día de San Valentín. En ese momento, los enamorados celebraron con un beso que se hizo más largo y apasionado de lo que ellos mismos pretendían. Es el efecto del alcohol y del calor, dijeron unos pocos testigos. En la mañana todo volverá a la normalidad, añadieron otros. No fue cierto.

Desde la mañana se vieron por la calle parejas tomadas de la mano. Las despedidas de quienes salían al trabajo eran especialmente efusivas, y en los taxis y en los transportes públicos podía verse a las personas hablando de amor por los teléfonos. Muchos descubrieron sólo entonces que los mensajes de texto son un pobre sustituto del sonido de una voz amada, y que una conversación telefónica no es nada en comparación al contacto directo entre los cuerpos. Pudo verse a conductores y taxistas dando la vuelta para regresar a sus hogares. En las empresas el ausentismo fue marcado, sin avisos ni disculpas ni reportes por enfermedad, porque esa enfermedad en la que caían los empleados no admite excusas ni mentiras piadosas al jefe.

La enfermedad del amor, porque eso era, afectaba incluso a los que se creían a salvo de tales tonterías. Una mirada, una sonrisa y un tono de voz se convirtieron ese día en efectivas pócimas de amor, las parejas aburridas recordaban de repente el porqué habían decidido unirse, los que no llevaban tanto tiempo encontraron nuevas razones para estar juntos, hasta los que estaban separados se dieron una nueva oportunidad. Los solitarios hallaron ese día al fin el valor para hablarle a esa persona, y solo unos pocos fueron rechazados. Incluso entre los que no hallaron a alguien ese día renació la esperanza, la consciencia de que el amor es posible y alcanzable.

Pero para aquellos que veían al amor como una serie de sumas y restas, aquel día fue una catástrofe. Los restaurantes se quedaron esperando a sus comensales, las flores se marchitaron en las florerías, y los muñecos de peluche esperaron inútilmente en las vidrieras de las tiendas. Nadie necesitó ese día comprar chocolates, no fue necesario su poder afrodisíaco, como tampoco se necesitó de rincones oscuros o lugares secretos. Se amaba en las habitaciones, en los parques, en autos estacionados. El amor era abundante y público, y era un amor que no precisaba de regalos, justificaciones o disculpas.

La enfermedad del amor tuvo otro efecto secundario: No funcionaba en aquellas relaciones basadas solamente en el deseo, en el interés o en la venganza. Ese día se separaron muchas parejas que no estaban unidas por el amor y se aclararon muchas mentes al identificar claramente como amor lo que antes habían confundido con cariño o amistad.

Jamás se había visto algo igual, y los dirigentes de la nación, que habían sido llevados a sus altos cargos precisamente por ser impermeables al amor, tuvieron miedo. ¿Ese efecto era sólo temporal, o la gente quedaría en ese estado por siempre? Si era así, el modelo económico se derrumbaría, la gente se daría cuenta de que el amor no se compra en los comercios, los políticos no podrían ofrecer la felicidad a los votantes, e incluso pudiera ser que los pueblos olvidaran las enemistades nacionalistas y se pusieran en contra de las guerras. Esto era inadmisible y se convocó inmediatamente a un consejo de ministros. Los asesores y expertos convocados sólo pudieron ofrecer la teoría de que alguien había pedido el milagro de que el día de San Valentín se llene de amor. El presidente pidió opciones, pero cuando se estaba aún deliberando, descubrió que uno de sus ministros estaba enviando un mensaje de amor a su esposa. El gabinete se disolvió en medio del pánico, al descubrir que el amor se había infiltrado en las más altas esferas del gobierno. Solo quedaba esperar al siguiente día, con la esperanza de que todo regresara a la normalidad.

Y así fue. A la mañana siguiente, la gente miraba al sol matutino como quien despierta de una borrachera. Todos, ojerosos aún, se preguntaban si el día anterior no había sido un sueño desaforado. Hubo muchas disculpas ensayadas apresuradamente, pero muchas más sonrisas cómplices. Los barrenderos se cansaron de recoger de las calles papeles con versos y poemas, y el gobierno declaró solemnemente que se había declarado el día anterior como feriado no laborable. Varios días después aún podían verse las paredes llenas de mensajes que proclamaban el amor a alguna persona ausente, las frases de amor escritas apresuradamente en los asientos de los buses, en ventanas y en veredas fueron rápidamente borrados, los papeles con frases y versos que volaban al viento ya no fueron leídos y acabaron en los basureros. El tema no volvió a ser mencionado, se convirtió en un secreto que todos sabían, el día en que el día de San Valentín fue en verdad el día del amor.

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