sábado, 27 de octubre de 2018

Dos Anécdotas clarificantes


1
En 1874, un grupo de artistas independientes presentó una exposición en un salón parisino. Las obras mostradas en esa sala tenían en común que todas representaban un rompimiento con la concepción clásica del arte, que buscaba reflejar la naturaleza de la manera más fiel posible. Este grupo de artistas, que contaba a Claude Monet, Pierre Renoir, Edgar Degas, Paul Cezanne y Camille Pissarro, se negaba a seguir los cánones de la Academia Francesa, y perseguía la representación de las emociones antes que las imágenes. Los críticos de arte criticaron ferozmente la exposición, tildando a las obras como vulgares, meros bosquejos. Una de las obras fue atacada especialmente por uno de los críticos. Era una pintura más bien pequeña, que representaba el puerto de Le Havre al amanecer, con el nombre de “Impresión: Sol Naciente”. La frase que el crítico pensó que sería lapidaria fue “¿Impresión? Claro que produce Impresión… el papel pintado en estado embrionario está más terminado que esta marina”. La exposición fue un fracaso que cerró en apenas un mes. No se vendió ningún cuadro y el público y la crítica empezó a llamar despectivamente “impresionistas” a los que habían colaborado en ella. Pero ellos no se rindieron. Siguieron presentándose en exposiciones independientes y pintando. Ninguno de aquellos pintores y escultores volvió a pintar de acuerdo a los cánones clásicos. Más aún, adoptaron con orgullo el mote de “impresionistas”, hasta que poco a poco fueron reconocidos, como lo son hasta el día de hoy.

Esta anécdota me hace pensar en lo que hubiera pasado si esa exposición se realizara en nuestros días. Probablemente los artistas se hubieran quejado de bullying, se habrían rebelado contra ese término ofensivo y hubieran inventado un eufemismo más suave e inclusivo para definirse. Hubieran reclamado por un término despectivo que les significaba agresión psicológica, causa de depresión, daños morales, un término políticamente incorrecto, al fin y al cabo. Hoy que hablamos con tanta frecuencia de lenguajes inclusivos, de expresiones políticamente correctas y de agresiones verbales, conviene recordar estas historias de gente que tomaba un término despectivo y lo convertía en una bandera de victoria. Recordemos que términos como “cristiano”, o “americano”, fueron alguna vez insultos.

2
En los años 60, los suizos inventaron el reloj de cuarzo. La industria relojera suiza no le prestó atención. Cuando uno de los fabricantes de relojes intentó comercializar un modelo de pulsera, la asociación de fabricantes de Suiza impidió el intento. Un reloj debe tener manecillas y cuerda, decían, no se puede romper una tradición de varios siglos de relojeros, decían. Solo quedaba una cosa por hacer con el invento: la patente del reloj de cuarzo fue vendida a los fabricantes japoneses. A la vuelta de diez años, los relojes de cuarzo eran los más vendidos en el mundo y los fabricantes suizos iban camino a la quiebra. Los inventores nunca trataron de obtener notoriedad denunciando la conspiración de las grandes compañías que trataban de ocultar su invento. No culparon a los poderes oscuros que dominan el mundo. Hoy que es fácil encontrar en internet historias de grandes inventos que son ocultados por los monopolios, no se menciona a nadie que haya intentado vender tales inventos a los chinos, a los coreanos o a los japoneses.

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