La primera vez que me encontré con ella, me sentí tan bien que al dejarla sentí que mi caminar era más ligero. Fue un amigo el primero que notó que mis pasos ya no tocaban el suelo. Entusiasmado, pedí verla una vez más, a lo que ella aceptó con reticencia. Al regresar, ya iba caminando a varios metros sobre la vereda, pero no me importó, porque era feliz. Le pedí verla una vez más, pero ella se negó. Aún así, fui a su casa y no tuvo más remedio que recibirme. Cuando la dejé, me elevé tanto que pronto la tierra era solo un punto en el espacio. Lo último que supe de ella fue el mensaje que me envió al celular, diciendo que trató de advertirme, y que ya había perdido a varios enamorados de esa manera.