Una de las ideas
que he tenido siempre, y que ha gobernado mi vida, es la de que el hombre nace
izquierdista, y la vida lo va derechizando. Desde que estaba en la escuela
primaria, siempre había alguien tratando de adoctrinarme sobre la lucha de
clases, el glorioso socialismo o el antiimperialismo. Aunque estaba de acuerdo
con muchas de esas ideas, nunca llegué a pasar de ser un izquierdista tibio,
siempre había algo que no me cuadraba en esas ideologías. Cuando llegué a la
universidad, ya la cosas estaban cambiando. La perestroika nos decía que dentro
del socialismo las cosas no eran color de rosa, y podía discrepar abiertamente
con amigos que profesaban un comunismo cavernícola. Fueron ellos los que
iniciaron mi camino al liberalismo económico, cuando negaban las
contradicciones de su pensamiento, que para mí eran tan claras. Por qué, si el
socialismo es tan bueno, tanta gente arriesga la vida para escapar y nadie huye
de un país capitalista hacia uno socialista, por qué un universitario me
hablaba de una dictadura del proletariado que en donde no habría lugar para los
universitarios, porque allí un graduado valdría lo mismo que un obrero.
Recuerdo que en esas discusiones era tachado de burgués, con la pasión de quien
cree hacerme un insulto terrible. Yo no sabía entonces muy bien lo que
significaba esa palabra, y pronto me dieron explicaciones detalladas sobre cómo
los pequeños burgueses vivían un mundo de comodidades a espaldas del pueblo. Esas
explicaciones cambiaron mi rumbo. Mi aspiración fue desde entonces convertirme
en un burgués. Soñaba con tener una hermosa casa y salir en un auto nuevo por
las calles, mientras todos los comunistas me gritaban improperios desde sus
ropas desgastadas y harapientas.
Afortunadamente,
para entonces ya había llegado la Generación X. Ese movimiento sin ideología se
convirtió en mi ideología, y de pronto me vi colaborando para desterrar la
política de la vida universitaria. Así fui testigo de la primera vez en la
historia universitaria en que hubo elecciones estudiantiles sin una lista
afiliada a algún movimiento político. Mi camino hacia la derecha estaba ya
marcado.
En el mundo real
fuera del claustro universitario, tuve la suficiente percepción para ver cómo
el capitalismo nos tendía trampas para abandonar el izquierdismo. El pago de
los primeros sueldos y las responsabilidades familiares lo vuelven a uno
capitalista. Por primera vez podía comprar cosas que yo quería, y no sólo
aquellas que necesitaba. Por su parte, aquellos amigos que un día quisieron
hacer la revolución mundial, poco a poco se limitaban a querer cambiar al país,
para terminar queriendo solamente poder vivir tranquilo con su familia, con el
único consuelo de estar lo suficientemente tranquilos para poder criticar al gobierno.
Con el tiempo,
hasta el socialismo pasó de moda. Los que hoy se llaman a sí mismos
“socialistas” o “izquierdistas” ya no son ni la sombra de los que yo llegué a
conocer, aquellos que al escucharlos hablar parecía que al día siguiente
abandonarían todo y se irían a la selva a iniciar la revolución. Pero el
mercantilismo liberal tampoco es lo que nos prometieron que sería, no es por lo
que creímos luchar. Al final, he vuelto a no creer en nada, he vuelto a ser un
Generación X en medio de los millennials. Pero por alguna razón ya no puedo
volver a ser un izquierdista, y me tengo que conformar con ser un liberal
ortodoxo con unas pocas opiniones de izquierda.
Es que, como dije
al principio, el hombre nace izquierdista y la vida lo va derechizando.
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