Las historias en mi país nunca son aburridas,
tal vez porque nunca las escriben los historiadores. Aquí la verdad se
convierte en lo que cree el pueblo que sucedió, y cuando las cosas suceden todo
el mundo presenta su propia versión de los hechos hasta que el público escoge
su verdad, que suele ser aquella que presenta los elementos maravillosos, el
realismo mágico que aquí no se limita a la literatura, sino que se cuela en
todos los aspectos de nuestra vida.
Yo no llegué al comienzo de la historia, pero
estuve antes que muchos de los que ahora se creen expertos en el tema. Me
introdujo en ella uno de los técnicos que trabaja conmigo, al igual que yo muy
aficionado a la música. De vez en cuando le presentaba a través de internet a
algún guitarrista de quien pudiera aprender técnicas y estilos de tocar, y él a
su vez me mostraba la música que escuchaba, que era la música que se escucha en
las provincias del Perú, y que es ignorada o ninguneada por las radios de la
capital. Esta es la música del provinciano, del migrante, la música de
conciertos multitudinarios que pasan desapercibidos para los medios de
comunicación oficiales, porque en dichos conciertos se vende cerveza libremente
y en la gresca siempre sale a relucir algún cuchillo. Hay que ser bravo para ir
a esos conciertos y quedarse hasta el final.
Así fue como conocí a Corazón Serrano. El
técnico que me los presentó era fanático de su música, la que ponía incansablemente
en su computadora mientras trabajaba, y convertía las fotos que conseguía en
internet en fondos de pantalla en su computadora y en su celular. Así supe
también de sus integrantes, provenientes del norte del país, una zona pródiga
en agrupaciones musicales de cumbia, donde la música es un negocio familiar y
no es raro encontrar grupos exitosos que tienen relaciones de parentesco unos
con otros. Este era el caso de Corazón Serrano, que era un grupo formado en un pueblito
tan pequeño que allí todos son parientes, y que logró éxitos cada vez más
grandes hasta que se le podía escuchar en sitios tan lejanos del país como
aquel en el que estoy trabajando.
El éxito de esta agrupación se debía, desde mi
punto de vista, a que daba a la música la mayor importancia, y se preocupaban
por hacer buenas canciones y tener buenas voces, sin apelar a las distracciones
de un vestuario provocativo en sus integrantes como hace multitud de grupos de
cumbia. Y no es que no tuvieran bellas cantantes, que si las tenía, pero
alternaban con vocalistas masculinos, y comparados con otros grupos, el
vestuario de las cantantes era casi recatado. Una vez comentaba con uno de los
guardianes de la obra el tema de los escándalos de los que viven muchas
cantantes de cumbia, y este me respondió tajante: Corazón Serrano no es así,
ellos son cristianos, no se meten en esas cosas. Así era, ninguna de sus
integrantes se desviste en calendarios o en televisión, ni sale con algún
famoso.
Así eran las cosas hasta marzo del 2014, en
que estalló el escándalo. Una de las cantantes fundadoras del grupo, Edita
Guerrero, fue internada en un hospital debido a un aneurisma, falleciendo unos
días después, dejando dos hijos, uno de ellos de meses de nacido, y a un esposo
que extrañamente no aparecía en los reportajes de la televisión. Los noticieros
y diarios de la capital se enteraron recién en ese entonces de la existencia de
un grupo musical llamado Corazón Serrano, al ver la cantidad de gente pendiente
de la noticia y el movimiento social que causó el hecho.
Pero las historias simples no gustan a la
gente, no tienen el ingrediente que las hace recordables. Así apareció la
versión de que Edita no habría ingresado al hospital por un aneurisma, sino por
una tremenda paliza propinada por su esposo, un odontólogo de la capital de la
provincia. La cólera popular estalló, los periódicos tuvieron tema de titulares
para varias semanas, los políticos levantaron la voz exigiendo justicia, los
expertos en cultura popular analizaban el fenómeno, los psicólogos hablaban
sobre la sombra de tristeza que se veía en los ojos de Edita en las fotos y los
jueces, obedeciendo o temiendo a la presión popular, ordenaron el arresto del
esposo y la exhumación del cadáver para una nueva autopsia. Al final, no hubo
resultados concluyentes, el esposo fue liberado tras mes y medio en la cárcel, convertido
en un paria, amenazado de muerte, y el escándalo sirvió para convertir
definitivamente a Edita Guerrero en un mártir de la música peruana y a Corazón
Serrano en el acto más multitudinario del Perú, con conciertos transmitidos en
directo a nivel nacional. La tarea de reemplazar a la vocalista desaparecida se
convirtió en asunto de interés nacional y las declaraciones de los familiares
sobrevivientes son siempre bien recibidas en los medios de comunicación.
Y la historia aún no termina. Si a la leyenda no le faltan los polos con su imagen, las páginas de facebook y las canciones escuchadas en cualquier lugar del Perú, están además todavía las
misteriosas apariciones del espíritu de Edita Guerrero narradas por familiares,
las que se han hecho en el hospital donde falleciera, el público pedido de perdón
del esposo arrepentido ante la tumba, acompañado de sus hijos, las nuevas
teorías sobre la muerte, y la apropiación del pueblo de la memoria de Edita, a
quien ya se le prenden velas y se le piden milagros, pues su imagen ha
trascendido a lo musical y se ha convertido en un icono que llegará tarde o
temprano, qué duda cabe, a los altares, convertida en Santa Edita, la santa que
caminó entre nosotros en minifalda cantando cumbias de letras tristes a los
pobres, a los provincianos, a ese pueblo ignorado en la capital que ahora tiene
a quién abogue por ellos en el cielo.