Quien tenga oídos, que oiga, y quien tenga
ojos, que lea, pues esta es la historia verdadera de quien fue enviado para
librarnos del pecado y llamarnos a la vida eterna.
He aquí que en el tiempo del general Tiberio,
surgió de un humilde pueblo del interior el hijo de un carpintero, en quien el
verbo se hizo carne, y empezó a predicar entre nosotros.
Se dice que el primero de sus prodigios
sucedió en una fiesta que se daba con motivo de una boda, en donde convirtió el
agua en chicha, para asombro de los invitados. Poco después escogió a un grupo
de pescadores para hacerlos sus seguidores y empezó a recorrer los pueblos
predicando la igualdad y el amor entre los hombres. La gente le seguía al
escuchar sus palabras y pronto se contaban por cientos. En cada pueblo que
llegaba, se le acercaban ciegos, lisiados y enfermos en busca de sanación. Él
devolvía vista, fuerza y salud a aquellos que se lo pedían con fe, y ganaba
nuevos seguidores entre los que veían sus milagros y escuchaban su palabra.
La noticia de su prédica se esparció por la
región y vinieron los medios de comunicación, pero él se negaba a las
entrevistas. “Digan lo que han visto, los ciegos ven, los enfermos sanan y los
hombres se llenan de fe”, les decía.
Este mensaje de igualdad no era bien visto por
muchas autoridades, pues no aceptaban que los pobres y desamparados fueran
iguales a los prefectos, hacendados, a los de tez clara y a los educados en las
grandes ciudades. Los señores del templo decían que se juntaba con pecadores,
que no respetaba los días sagrados y que no dejaba limosna en los templos.
Incluso le acusaban de tener a su lado a una conocida bataclana de pueblo, que
lo seguía a todas partes.
Una vez lo dejaron entrar al estadio municipal
de un pueblo, en donde hizo su prédica ante miles de personas. Como la gente
acudió desde temprano, muchos tenían hambre a la hora en que llegó. Pidió una
bolsa de panes y unos pescados fritos a uno de sus discípulos y trozándolos,
los fue repartiendo de manera que alcanzó para todo el público concurrente,
dejando sin negocio a los vendedores de caramelos, sánguches, turrones, churros
y canchita, que salieron criticando su sermón.
En otra ocasión, habló a la gente diciendo que
los bienaventurados son los que sufren, los pobres, los perseguidos y los
limpios de corazón. Esto enfureció a los comerciantes, que se habían pasado
toda su vida convenciendo a la gente que la felicidad se halla teniendo hermosa
ropa, el último modelo de celular, un gran auto y bebiendo bebidas
embotelladas.
La gente que lo seguía empezó entonces a llamarlo mesías, el enviado. Esto molestó mucho a los famosos escritores de libros de autoayuda, que querían ser los únicos que ofrecieran esperanza a la humanidad.
Fue entonces que lo acusaron de difundir ideas
subversivas y antiimperialistas, de incitar a la lucha armada, y de querer
establecer el comunismo en esas tierras. Cuando llegó a la capital de la
provincia, sentado en un mototaxi, fue intervenido por los agentes del orden.
Fue preguntado si es que estaba en contra del Estado y la Patria. Por
respuesta, pidió que le alcancen un billete. Preguntó de quién era la efigie
grabada en el billete, y cuando le respondieron que era del Padre de la Patria,
respondió que había que darle a la patria lo que es de la patria, y a Dios lo
que es de Dios. Ante esto, fue liberado por falta de pruebas, ante el estupor
de sus adversarios, incapaces de creer que el Mesías vendría de un pueblo
insignificante que apenas aparecía en el mapa.
Cuando llegó al templo principal de la
capital, la emprendió contra todos los comerciantes que vendían en las puertas:
los cambistas de dólares, los que vendían productos chinos, los que ofertaban
imágenes y folletos con instrucciones para obtener milagros garantizados, los
vendedores de helados y dulces. Hasta los vendedores de figuritas del mundial
fueron objeto de su ira. Fue denunciado por alteración del orden público y
destrucción de propiedad privada.
Ya que no era fácil arrestarlo debido a su
imagen pública, lograron convencer a uno de sus discípulos para entregarlo a cambio
de inmunidad, amnistía y una recompensa de treinta fajos de billetes. La
oportunidad llegó después de una pollada que hizo el grupo para celebrar la
Pascua. El traidor discípulo, con el pretexto de tomarse un selfie con su
maestro, lo retuvo el tiempo suficiente para que el escuadrón antimotines
enviado lo pudiera arrestar.
El juicio fue televisado en cadena nacional y
fue condenado por disidencia, portación de ideas e incitación a la rebelión. El
presidente de la Asamblea de Gobierno dijo que esos delitos no ameritaban la
pena de muerte solicitada, pero al, final aceptó, según se dijo bajo la amenaza
de la publicación de ciertos videos que podían acabar con su carrera pública.
La última oportunidad de salvación fue cuando
se presentó una solicitud de indulto, la cual cuando iba a ser firmada, manos
misteriosas cambiaron su expediente por el de un conocido acusado por
corrupción.
Entonces, condenado y en desgracia, fue
abandonado por todos, incluso por sus discípulos. Desaparecieron todos aquellos
que portaban pancartas que decían “Contigo hasta la muerte”, los que dijeron
que lo defenderían en el Parlamento, los que decían seguirlo en twitter y
Facebook, incluso los que organizaron colectas en su nombre no pudieron ser
ubicados.
Una vez cumplida la sentencia, aquellos que
una vez le siguieron trataron de continuar con sus vidas. Unos pocos dicen que
lo han visto caminando por las calles, predicando ante sus antiguos discípulos,
que aún se reúnen con los pocos seguidores que han quedado. Dicen que es cierto
que se aparece de vez en cuando a quien lo necesita y a quien cree en él, que
todavía se escucha su voz predicando la felicidad de los que nada tienen, de la
hermandad de todos los hombres y del amor al prójimo.